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sábado, 7 de agosto de 2021

LA CAZA DE BRUJAS: Cómo se realizaba un proceso por Brujería .......... LA SOMBRA DEL DEMONIO: La Caza de brujas en Europa

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la brujería siempre ha sido algo malévolo del ser humano, por el temor que producía, ser testigo de  las reuniones clandestinas de mujeres que realizaban rituales y hechizos en honor al demonio llamado "Macho Cabrío", a quien le ofrecían niños; que era rechazado por la Iglesia Católica; mediante la Inquisición, que originó una acción de persecución llamada "Caza de Brujas", donde en Europa entre los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, originó el ajusticiamiento de nueve millones de individuos hombres y mujeres, aún se piensa que las cifras reales fueron entre 40,000 a 50,000 muertes.

"......La brutalidad de este fenómeno es innegable: según las fuentes históricas, alrededor de cincuenta mil personas fueron quemadas en la hoguera y muchas más fueron torturadas por acusaciones de brujería en los cerca de tres siglos y medio que duró la caza de brujas -y aunque la práctica se suele asociar a la Edad Media, lo cierto es que se desarrolló mayoritariamente durante la Edad Moderna, entre mediados del siglo XV y finales del XVIII. Y muchos de estos procesos estaban, con toda probabilidad, manipulados; pero contrariamente a lo que se muestra en la ficción, estaban regulados y en muchos casos terminaban con una penitencia menor, siendo la hoguera la pena capital pero no la más habitual..... "  .   .. siga leyendo..............


Los juicios por brujería son de sobra conocidos y constituyen una de las páginas más oscuras de la historia europea. Pero estos procesos eran más complejos de lo que a menudo se supone.







Foto: Ernst Keil's Nachfolger.

¿Cómo se desarrollaba un juicio por brujería? Ante esta pregunta la idea más común es que se arrojaba indiscriminadamente a la persona acusada -normalmente una mujer- a la hoguera, todavía viva. Esta impresión se debe en gran medida al arte, que ha inmortalizado algunas de las ejecuciones más famosas como la de Juana de Arco; pero precisamente por ello se trata de la parte más espectacular -y cruel- de un procedimiento muy reglamentado.
La brutalidad de este fenómeno es innegable: según las fuentes históricas, alrededor de cincuenta mil personas fueron quemadas en la hoguera y muchas más fueron torturadas por acusaciones de brujería en los cerca de tres siglos y medio que duró la caza de brujas -y aunque la práctica se suele asociar a la Edad Media, lo cierto es que se desarrolló mayoritariamente durante la Edad Moderna, entre mediados del siglo XV y finales del XVIII. Y muchos de estos procesos estaban, con toda probabilidad, manipulados; pero contrariamente a lo que se muestra en la ficción, estaban regulados y en muchos casos terminaban con una penitencia menor, siendo la hoguera la pena capital pero no la más habitual.

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La caza de brujas en Europa

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SOSPECHAS Y ACUSACIONES

Ante todo hay que diferenciar entre procesos por herejía y por brujería. Los primeros constituían una ofensa religiosa y su juicio correspondía exclusivamente a los tribunales de la Inquisición que, si bien bajo el amparo común del Vaticano, operaban de forma independiente en los diversos países, aunque poseían mecanismos que podríamos llamar de extradición. En cambio, los procesos por brujería podían ser iniciados no solo por tribunales eclesiásticos sino también por los seculares; esto se debe a que la brujería no era solo una ofensa a la religión sino que constituía un delito penal, ya que estos supuestos poderes podían usarse para causar daño a otras personas. De hecho, según Pau Castell Granados -profesor de Historia Medieval de la Universidad de Barcelona- “la mayoría de los juicios por brujería eran iniciados por tribunales locales presididos por autoridades seculares, y muchas veces a petición de la propia población; una población que, en un contexto de muertes y epidemias, presionaba a las autoridades para que persiguieran, encontraran y castigaran a los culpables”.


AMULETO ALEMÁN DEL SIGLO XVIII

La población rural se protegía de supuestos conjuros demoníacos mediante amuletos.

Foto: ALBUM.

Y naturalmente, la culpa solía recaer en grupos marginados -como los judíos- o en personas que de alguna manera eran percibidas como extrañas a la comunidad, que vivían apartadas o no se adaptaban a las normas sociales, como mujeres solteras que se dedicaban a actividades consideradas sospechosas como la preparación de ungüentos. La mayoría de acusaciones partían de la propia comunidad, que a menudo acusaba a estas personas “sospechosas” sin más pruebas que el hecho de parecerlo. Y si bien parte de ello se debía a la urgencia de encontrar un culpable, es indudable que las antipatías personales estaban detrás de muchas acusaciones.
No hay que olvidar que la brujería era, en esencia, una herencia de las supersticiones de raíz pagana que sobrevivían, bien de forma negativa como las maldiciones o de forma positiva como los remedios preparados por curanderas. Desgracias como la muerte inexplicable de personas o de animales, las epidemias o la pérdida de cosechas, que hoy resultan comprensibles gracias al conocimiento científico, eran por aquel entonces atribuidas a la práctica de la brujería por parte de individuos que querían mal a la población. Prueba de lo arraigadas que estaban estas creencias es que el miedo a estas supuestas maldiciones perduró en zonas rurales de Europa hasta principios del siglo XX.

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Cuando las brujas hacían cerveza

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EL PROCESO Y EL JUICIO

La primera fase del proceso era llamada inquisitio de vox et fama (investigación de voz y reputación), durante la cual los jueces realizaban una investigación entre la población de la comunidad: les preguntaban sobre las desgracias a las que atribuían la acción de la magia, las personas que consideraban sospechosas y los motivos concretos por los cuales creían que se trataba de brujas -por ejemplo, si eran curanderas que preparaban remedios o si sufrían enfermedades mentales que se atribuían a una posesión maligna. Con estas informaciones, el tribunal elaboraba una lista de posibles culpables que eran arrestadas, encerradas en un calabozo y convocadas para que declarasen acerca de las prácticas de las que se les acusaba. En el caso de acusaciones por delitos graves, además, sus bienes eran confiscados.

El concepto de presunción de inocencia era desconocido y se consideraba que un cierto número de acusaciones ya constituían, de por sí, una especie de prueba incriminatoria que por norma general los jueces buscaban reforzar y demostrar. En casos de poca gravedad, la mejor opción para la persona acusada podía ser la de reconocerse culpable y confesar, ya que así podían evitar las penas más duras y “expiar” su culpa mediante el pago de una multa o acciones de penitencia. De hecho, en algunas épocas incluso se intentaba incentivar esta vía ya que constituía una fuente de ingresos para las arcas públicas o de ayuda gratuita. No obstante, el precio a pagar para quien se confesaba culpable era el ostracismo y, tras cumplir su condena, no le quedaba otra opción que emigrar a un lugar donde no le conocieran.


T. MATTSON. EL INTERROGATORIO DE UNA BRUJA (1853)

Foto: CC.

Si la persona acusada mantenía su inocencia, correspondía al tribunal probar que era una bruja. Como primer procedimiento habitual se procedía al examen del cuerpo en busca de “señales del maligno”, como verrugas o lunares de forma “extraña” que supuestamente eran la prueba de un pacto con el Diablo. Si se encontraban, constituían una prueba suficiente para la condena, pero generalmente no era así. Se iniciaba entonces la fase más cruenta del juicio, llamada interlocutoria tormentorum, es decir, interrogatorio bajo tortura. El objetivo era arrancarle una confesión, objetivo que más pronto que tarde se conseguía casi siempre, incluso con acusaciones tan disparatadas como transformarse en animales y provocar lluvias de granizo. No obstante, las declaraciones obtenidas de esta manera debían ser ratificadas posteriormente por la persona acusada.

Todos estos procedimientos estaban descritos con macabra minuciosidad en manuales como el Malleus maleficarum (“El martillo de las brujas”), publicado en 1486 y considerado la Biblia de los cazadores de brujas, con una exhaustiva lista de acciones provocadas por la brujería, métodos de detección de presuntas brujas, preguntas para el interrogatorio y métodos de tortura. De ahí que las confesiones arrancadas bajo tortura sigan un patrón similar -la acusada se reúne con el Diablo en forma de macho cabrío en una montaña, le jura lealtad y mantiene relaciones sexuales con él- ya que se basan en lo que, según estos manuales, hacía supuestamente una bruja para obtener sus poderes.

TORTURA DE UNA ACUSADA DE BRUJERÍA

Una de las torturas más habituales consistía en colgar a la acusada por las manos e ir añadiendo pesos en los pies, provocando la dislocación de los miembros.

Foto: CC.

LA CONDENA

Por la propia praxis de estos procedimientos, la mayoría de juicios terminaban en condena. Las personas acusadas raramente sabían leer y podían firmar confesiones que eran incapaces de entender. Incluso aunque contasen con un abogado defensor, a menudo este tenía poco margen de maniobra ante las confesiones obtenidas mediante tortura y, dada la presunción de culpabilidad, para conseguir una absolución debía demostrar y convencer al jurado de su inocencia sin la menor sombra de duda.

Los procedimientos para demostrar dicha inocencia eran por lo general absurdos, como sacar un objeto sumergido en agua hirviendo como prueba de fe; otras veces, si la acusada tenía suerte, resultaban más “sencillos”, como la llamada “prueba de las lágrimas” en la que se le inducía a llorar -incluso mediante violencia física- para demostrar que no era una bruja, ya que supuestamente estas habían perdido la capacidad de llorar mediante su pacto con el Diablo. En estos casos, la víctima podía considerarse relativamente afortunada al ser absuelta, a pesar de los tormentos que había sufrido durante el juicio.


LA MUERTE DE JUANA DE ARCO EN LA HOGUERA

El 30 de mayo de 1431 Juana de Arco fue sentenciada a morir en la hoguera en Ruán (Francia). Se la acusaba de hereje, reincidente, apóstata e idólatra: el proceso fue ideado por los ingleses para desprestigiar al rey de Francia, que había obtenido el trono gracias a ella.

ANN RONAN PICTURE LIBRARY / HERITAGE IMAGES / GTRES.

Si la sentencia era condenatoria, no necesariamente implicaba la muerte. Si el delito era considerado menor -por ejemplo, la elaboración de pociones- se podía imponer una penitencia a la persona condenada, previa abjuración ante la cruz y un Evangelio. Mediante la abjuración, la acusada reconocía sus faltas, se arrepentía de ellas y se comprometía a acatar en adelante los principios de la Iglesia. Con ello se ganaba el derecho al perdón y a la “reconciliación”, es decir, a ser aceptada de nuevo en el seno de la comunidad cristiana, habiéndose librado de su pacto con el Diablo.

La hoguera se reservaba para tres casos: los crímenes graves (que implicasen la muerte de personas o daños graves a la comunidad), los condenados que se negaban a reconocer su culpa o a arrepentirse de ella y los relapsos, es decir, aquellos que habiendo sido reconciliados reincidían en su crimen -siempre, claro, según el criterio del tribunal. Antes de la ejecución se les daba una última oportunidad para arrepentirse y, si lo hacían, se les concedía la “clemencia” de ser ahorcados o estrangulados antes de arrojarles a la pira; en caso contrario, se les quemaba en vida. Ese fue el caso de la más famosa condenada por brujería, Juana de Arco: para la mentalidad de muchos, sus proezas solo eran posibles para una enviada de Dios o para una bruja, y sus enemigos tenían clara la respuesta.




LA SOMBRA DEL DEMONIO:   La Caza de brujas en Europa

Entre los siglos XV y XVIII, las autoridades de muchos lugares de Europa desencadenaron una brutal represión contra los supuestos adoradores del diablo. Miles de ellos fueron condenados y murieron en la hoguera







BRIDGEMAN / INDEX

El Aquelarre de Goya

El diablo, bajo la forma de un macho cabrío, es adorado por un grupo de brujas que le ofrecen niños en sacrificio, alusión quizás a la práctica del aborto. Óleo de Francisco Goya. 1797-1798. Museo Lázaro Galdiano, Madrid.


El Aquelarre, cuadro de Francisco Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). "El cuadro queda dominado por la figura de un gran buco bobalicón y cornudo, que bajo la luz de la luna avanza sus patas delanteras en gesto tranquilo y mirada ambigua para recibir de dos brujas la ofrenda de niños que tanto le agradan... Ello evoca la descripción recogida por Mongastón [del proceso de las Brujas de Zugarramurdi de 1610] que refiere cómo dos hermanas, María Presona y María Joanato, mataron a sus hijos "por dar contento al demonio" que recibió "agradecido" el ofrecimiento... También vemos a media docena de niños, varios de ellos ya chupados, esqueléticos y a otros colgados de un palo".

https://es.wikipedia.org/wiki/Aquelarre

Wikipedia.


BPK / SCALA, FIRENZE

Aquelarres y hogueras

En esta ilustración, procedente de un manuscrito suizo, se representa a la izquierda la celebración de un aquelarre, y a la derecha una quema de brujas en Baden.


BRIDGEMAN / INDEX.

La doncella de hierro

Instrumento de tortura también conocido como la virgen de Núremberg. Siglo XVII.


BRIDGEMAN / INDEX.

El aquelarre de las brujas

Óleo realizado por el pintor flamenco Frans Francken II el joven. 1606. Museo Victoria y Alberto, Londres.


JEAN VIGNE / ART ARCHIVE.

El transporte de una bruja

La tradición siempre ha sostenido que las brujas se trasladaban a los aquelarres montadas en una escoba. En la imagen, bruja en su escoba. Ilustración del siglo XV. Biblioteca Nacional, París.


BRIDGEMAN / INDEX.

Las brujas de Berwick

El rey Jacobo VI, preside un tribunal para examinar la culpabilidad o inocencia de las presuntas brujas de Berwick. Grabado de la obra Newes from Scotland. 1591.


A finales del siglo XVIII, un historiador alemán calculó que a lo largo de un milenio habían sido ejecutados en Europa nueve millones de supuestos brujos y brujas. En realidad, el número fue muy inferior: los estudiosos actuales estiman que entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII se produjeron entre 40.000 y 60.000 condenas a la pena capital por ese concepto. Aun así, se trata de una cifra muy considerable, a la que cabe añadir aquellos que murieron como consecuencia del trato infligido durante la detención y, asimismo, los muchos que sufrieron linchamiento como sospechosos de brujería, al margen de cualquier proceso formal y que, por tanto, no fueron debidamente registrados. No hay duda de que la brujería fue uno de los fenómenos más dramáticos de la Europa moderna y sus consecuencias fueron terribles: decenas de miles de personas acusadas de connivencia con el diablo, la mayoría humildes mujeres, fueron objeto de terribles oleadas de persecución en las que salió a relucir la radical intolerancia de su época.

Aunque la creencia en la brujería está documentada desde épocas muy remotas de la historia de Europa, fue a partir del siglo XIII cuando la idea se convirtió en una auténtica obsesión y empezaron a desencadenarse persecuciones organizadas por la Iglesia. La razón de ello se encuentra, seguramente, en la aparición, precisamente en ese tiempo, de un poderoso movimiento herético en amplias zonas del continente, sobre todo en el sur de Francia: los cátaros. Para reprimirlos, la Iglesia de Roma puso a punto una institución de gran poder, la Inquisición, que con el tiempo se encargaría de controlar a quienes realizaban prácticas mágicas.

DE LAS HEREJÍAS A LA BRUJERÍA

La identificación entre magia y herejía fue un proceso gradual. En 1233, el papa Gregorio IX promulgó la bula Vox in Rama, en la que se acusaba a una imprecisa secta de herejes alemanes de adorar a animales monstruosos, cometer sacrilegios y practicar rituales orgiásticos. Acusaciones semejantes se vertieron a principios del siglo XIV contra los templarios, en el gran proceso que se organizó contra ellos tras la supresión de la orden militar. Posteriormente, en 1326, la bula Super illius specula, de Juan XXII, equiparó definitivamente las prácticas o las creencias mágicas con la herejía, permitiendo que se aplicasen también a estas últimas los procedimientos inquisitoriales normales.

Por último, en 1484 el papa Inocencio VIII, en la bula Summis desiderantes affectibus, formuló una condena radical de todos aquellos que cometieran actos diabólicos y ofendieran así la fe cristiana: «Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado a niños aún en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir; y, sobre todo, reniegan blasfemamente de la fe que es la suya por el sacramento del bautismo, y a instigación del Enemigo de la Humanidad no dudan en cometer y perpetrar las peores abominaciones y excesos más vergonzosos para peligro mortal de sus almas».

La lucha contra la herejía sirvió, pues, de pretexto para los episodios de caza de brujas que surgieron con creciente frecuencia a partir del siglo XV. Esto ocurrió en la Suiza franco- provenzal, así como en el norte de Francia. En 1459, en la ciudad de Arras, entonces bajo soberanía de los duques de Borgoña, la condena de un ermitaño por magia demoníaca provocó una serie de confesiones en cadena, ayudadas por la tortura, que terminaron con 29 acusaciones y 12 ejecuciones. El episodio fue conocido como vauderie de Arras, en referencia a los vaudois, «valdenses», una corriente herética surgida en los siglos XII y XIII. El eco del asunto provocó la intervención del duque Felipe el Bueno, que logró frenar lo que ya parecía una psicosis colectiva. Los condenados fueron rehabilitados muchos años más tarde, en 1491.

El período más intenso de caza de brujas se sitúa, en cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XVI y se prolongó hasta 1660. Sin duda, no es casualidad que esta fase se corresponda, en parte, con la llamada «pequeña era glacial»: un empeoramiento climático que trajo malas cosechas y carestías; fenómeno que parece haber afectado a varias áreas de Europa en diferentes momentos entre 1580 y 1630, al que siguió la trágica oleada de peste de 1630. La posterior mejoría económica se correspondió igualmente con una disminución generalizada de los procesos, aunque en algunas zonas fue a finales del siglo XVII cuando se produjeron los peores casos de caza de brujas.

MASACRES EN ALEMANIA

La caza de brujas no tuvo el mismo alcance ni la misma intensidad en toda Europa. Sin lugar a dudas, el territorio en el que se desarrollaron las persecuciones más virulentas y numerosas fue Alemania. La gran mayoría de los procesos se produjeron entre los siglos XVII y XVIII, y la cifra total de víctimas oscila entre 22.000 y 25.000 –aunque hay autores que la elevan a 30.000–, lo que representa la mitad del total europeo. En las primeras décadas del siglo XVII, en particular, estalló una auténtica psicosis colectiva en el suroeste del país, en torno a ciudades como Bamberg, Maguncia, Eichstätt o Würzburg, donde se desarrollaron procesos masivos, en los que condenados y ejecutados se contaban por centenares.

Una causa de ello fue la fragmentación política del Sacro Imperio Romano Germánico: al no haber un poder central fuerte, cada ciudad se enfrentaba al problema con cierto grado de autonomía, lo que propiciaba abusos y actuaciones discrecionales. Asimismo, la coexistencia de grupos de católicos y reformados, como ocurría en el suroeste de Alemania, creaba graves tensiones que desembocaban con frecuencia en acusaciones recíprocas de brujería.

Los procesos de brujería en las ciudades alemanas alcanzaron cotas inusitadas de dramatismo. Un testimonio de los procesos de Würzburg explicaba en una carta a un conocido en 1629: «Hay niños de tres y cuatro años, hasta 300, de los que se dice que han tenido tratos con el Diablo. He visto cómo ejecutaban a chicos de siete años, estudiantes prometedores de 10, 12, 14 y 15 años. También había nobles». Sin embargo, el mismo testimonio estaba convencido de la realidad de las acusaciones: «No hay duda de que el Diablo en persona, con 8.000 de sus seguidores, mantuvo una reunión y celebró misa ante todos ellos, administrando a sus oyentes cortezas y mondaduras de nabos en lugar de la Sagrada Hostia. Se pronunciaron blasfemias tan horribles que tiemblo de escribirlas».

COMBATIR AL DIABLO Y SUS ACÓLITOS

En otros puntos de Europa no faltaron los procesos masivos, generalmente en regiones periféricas, fuera del control de los gobiernos centrales. Por ejemplo, en el suroeste de Francia, un juez de Burdeos, Pierre de Lancre, lanzó una pesquisa que llevó a la hoguera a 80 supuestos brujos, mientras que otros 500 sospechosos fueron absueltos, debido principalmente a su corta edad. Lancre estaba convencido de haber visto 3.000 niños con la marca del demonio y de que en el País Vasco francés había una secta diabólica con 30.000 miembros; «todos los habitantes de la Navarra son brujos», escribió. En Lorena Nicolas Rémy, otro magistrado firmemente convencido de la existencia del demonio, envió a la muerte a cientos de brujas entre 1586 y 1595. En cambio, el Parlamento de París, tribunal supremo de Francia, raramente ratificaba las condenas a muerte.
En Inglaterra, hasta 1640 se ha calculado que no se quemó a más de 44 personas.

Sin embargo, durante el período de guerra civil iniciado en 1640, cuando el poder central era débil y los conflictos religiosos estaban exacerbados, se produjeron persecuciones terribles. Por ejemplo, entre 1644 y 1648 el juez Matthew Hopkins condenó a muerte a 200 personas. En la península escandinava la brujomanía llegó más tarde, pero cuando lo hizo causó estragos. En 1668, un juicio que llevó a la hoguera a 30 personas, acusadas de secuestrar niños y de tener tratos con el diablo, dio lugar a una caza de brujas generalizada por todo el país. Trescientas personas fueron ejecutadas, casi todas mujeres. Cabe señalar que sólo una fue quemada viva, pues la costumbre era decapitarlas antes. En 1675, en tres pequeñas aldeas del centro de Suecia que sumaban 670 habitantes mayores de 15 años, fueron ejecutadas 71 personas: 65 mujeres, dos hombres y cuatro chicos. La base principal de la acusación fueron las «confesiones» de niños que contaban historias fantásticas sobre cómo las brujas los habían llevado a Blockulla, la residencia del diablo en la mitología nórdica.

EL SUR DE EUROPA, MENOS CONTUNDENTE

Al contrario de lo que podría creerse, la muy católica España quedó libre en buena medida de las explosiones de violencia contra las supuestas brujas, de modo que el número de víctimas resultó muy bajo si lo comparamos con el de la Europa central y septentrional. El mérito de ello corresponde a la tan difamada Inquisición, que aquí era especialmente eficaz. La decisión clave en este sentido se tomó después de una redada en los valles de Navarra en 1525, que terminó con la ejecución de entre 30 y 40 personas.

Al año siguiente, una junta de juristas en Granada determinó que en adelante los casos de brujería serían competencia de la Inquisición y poco después se establecieron una serie de normas estrictas para los inquisidores, que debían comprobar si los acusados habían sufrido torturas, en cuyo caso las confesiones serían rechazadas. Aun así, también se produjeron episodios de persecución masiva, como el bien conocido de las brujas de Zugarramurdi, la localidad navarra en la que, en 1609, fueron apresadas decenas de personas, la mayoría en base a las acusaciones realizadas por niños. De ellas, treinta resultaron condenadas en un auto de fe, once a muerte, aunque sólo se quemó a seis, pues las otras habían fallecido en prisión.

En Italia los procesos, aunque empezaron pronto, no fueron frecuentes y las condenas a muerte no fueron muchas, gracias, como en España, a las instrucciones de la Inquisición. Por ejemplo, en 1589, coincidiendo con un período de carestía y de elevada mortalidad infantil, dio inicio en Triora, cerca de Génova, un proceso en el que se encausó a un considerable número de mujeres. Las diligencias se prolongaron largo tiempo y algunas prisioneras murieron en la cárcel a causa del trato sufrido, pero la Inquisición romana puso fin al episodio. En las áreas alpinas de Italia también hubo oleadas de persecución, especialmente en la década de 1630, propiciadas por la situación de tensión confesional entre católicos y protestantes así como por las condiciones de pobreza en la zona, agravadas por la peste de 1630 que mató a la mitad de la población.

EL TRIUNFO DE LA RAZÓN

Al tiempo que arreciaba la caza de brujas en numerosas regiones de Europa, surgieron voces críticas que ponían en cuestión la realidad de las acusaciones sobre posesiones diabólicas. Por ejemplo, cuando en la primera mitad del siglo XVI se pidió al jurista milanés Andrea Alciati su parecer sobre unos procesos en el valle alpino de la Valtelina, quedó impresionado por la dureza del trato infligido a los acusados y por el número de ejecuciones, y argumentó por escrito sus opiniones críticas. Más tarde, el médico brabanzón Johann Wier afirmaba en dos tratados que el demonio ejerce su poder confundiendo las mentes de las presuntas brujas, pero también induciendo en la sociedad mucha credulidad hacia el fenómeno.

En España, el humanista Pedro de Valencia afirmó, en un informe sobre el caso de las brujas de Zugarramurdi, que éstas fueron «juntas de hombres y mujeres que tienen por fin el que han tenido y tendrán todos los tales en todos los siglos, que es torpeza carnal […] Siguiendo estos vicios y guiados por estos espíritus se van los brujos y brujas por sus pies a las juntas y procuran meter en el juego niños y niñas, como más fáciles de cazar». Según Valencia, no había que dar crédito a las confesiones de los acusados, pues éstos «dicen de propósito disparates increíbles para encubrir la verdad y porque los dejen». El jesuita alemán Friedrich von Spee, por su parte, que había sido testigo de numerosos procesos por brujería, publicó en 1631 un libro en el que denunciaba que en estos procesos se consideraba culpable al imputado antes de que se presentasen pruebas válidas.

En el siglo XVIII, las críticas contra la creencia en las brujas se hicieron aún más insistentes. Por ejemplo, el noble veronés Scipione Maffei negó en numerosos escritos la realidad de todas las creencias mágicas. Montesquieu y Voltaire fueron igualmente radicales en tachar de supersticiones tanto las creencias en las brujas como las de sus acusadores; para ellos, la caza de brujas no había sido otra cosa que un gran fraude, facilitado por la ignorancia y el oscurantismo, que sólo el Siglo de las Luces era capaz de superar.

PARA SABER MÁS

La caza de brujas en la Europa moderna. Brian P. Levak. Alianza, Madrid, 1995.
El martillo de las brujas. Maxtor, Valladolid, 2004.
Las brujas de Salem. Arthur Miller. Tusquets, Barcelona, 2013.


NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui

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