En la Biblioteca Nacional de Viena se conserva uno de los documentos más extraordinarios de la historia de la cartografía: un mapa de casi siete metros de longitud que representa el mundo conocido a finales del Imperio romano, en el siglo IV d.C.
Constantinopla. La capital oriental del Imperio está marcada por una mujer armada junto a una columna con la estatua de Constantino.
A principios del siglo XVI, uno de los mayores exponentes de la cartografía antigua llegaba por vía testamentaria a manos de Konrad Peutinger, humanista alemán que dio nombre a este mapa que hoy constituye una de las fuentes esenciales para el estudio de la geografía de la Antigüedad. Se trata de un rollo de pergamino de 33 centímetros de alto por aproximadamente 6,9 metros de largo y dividido en doce segmentos que facilitan su mejor preservación. El mapa que hoy conservamos es una copia medieval –datada en torno al siglo XIII– de un original romano que situaríamos, por diversas razones, en el siglo IV: la presencia de la ciudad de Constantinopla, fundada en el año 330, nos indica que el mapa no puede ser anterior a esta fecha. Así, este documento es un elemento fundamental para el estudio de la cartografía antigua.
Konrad Peutinger (1464-1547). Grabado del siglo XVIII, basado en otro del siglo XVI.
Hay que tener en cuenta que la cartografía romana tuvo una finalidad eminentemente práctica, a diferencia de la griega, de mayor orientación científica. Para no perderse en sus vastos dominos, los romanos crearon lo que denominaron itinerarios, documentos en los que quedaban registradas las principales arterias o estaciones de un territorio. Existían dos tipos de itinerarios: los itineraria adnotata, listas viales que enumeraban las principales estaciones y las distancias entre ellas especificadas en millas (el más conocido es el Itinerario de Antonino, datado en el siglo III, aunque también pueden citarse los Vasos de Vicarello o el Anónimo de Ravena, entre otros), y los itineraria picta, que eran esencialmente representaciones gráficas con especial relevancia de la red viaria, grupo al que pertenece la Tabula de Peutinger.
DE HISPANIA A LA INDIA
El mapa de Peutinger inicia su recorrido en los Pirineos y lo termina en la península de la India y la isla de Taprobane (en Sri Lanka). Abarca, de este modo, la ecúmene, la tierra habitada conocida, con la excepción del extremo oeste que correspondería a la representación de la península Ibérica, un fragmento perdido que fue reconstruido por el estudioso Konrad Miller en 1898. El mapa contiene, a lo largo de su recorrido, numerosos detalles dignos de mención, tanto por su significado histórico como por su grado de acabado.
A grandes rasgos, en la Tabula aparecen indicados ríos y mares, accidentes geográficos y, por supuesto, ciudades, todos ellos con acabados cromáticos distintos. Se señalan también centros religiosos y mansios, lugares destinados a lo largo del camino al descanso y al cambio de caballería, información que resultaba imprescindible para todo aquel que emprendiera un largo viaje. Es interesante la representación de puertos comerciales en el Mediterráneo, como es el caso de Ostia, principal vía de entrada a Roma por mar, así como de centros termales. Este volumen de información indicaría que el mapa no fue en absoluto compuesto con fines militares, si bien su uso no habría quedado en modo alguno excluido de este ámbito.
El mapa de Peutinger señala las vías de comunicación que unían Roma con el resto del mundo, desde la península ibérica hasta Mesopotamia y las tierras de India. Las líneas rojas en el mapa señalan los caminos que comunicaban los principales enclaves.
Cabe también destacar las notas que sirven para explicar la relevancia de algunos puntos. Así, en la zona del Sinaí se lee: "El desierto por el que durante cuarenta años erraron los hijos de Israel guiados por Moisés". Encontramos otra nota en el extremo oriental para explicar el límite al que llegó Alejandro con su ejército: "Aquí recibió Alejandro la respuesta: ¿Hasta dónde, Alejandro?". La ciudad de Roma –que, si tenemos en cuenta los fragmentos desaparecidos del mapa, debió de ocupar en su día su centro neurálgico– aparece representada como una figura sentada en un trono, portando el globo terrestre, una lanza y un escudo, como el caput mundi, "la capital del mundo" a la que conducen todos los caminos. También se da especial relevancia a dos grandes urbes de Oriente, Constantinopla y Antioquía, si bien aparecen representadas en un tamaño inferior al de Roma. Por otro lado, cabe destacar la presencia en el mapa de Pompeya, Herculano y Oplontis, ciudades todas ellas arrasadas por la erupción del Vesubio del año 79, lo que podría indicarnos que, si bien la Tabula data del siglo IV, se habría basado en mapas anteriores.
EL MUNDO ES UN CAMINO
Por último, y por encima de todo, están los caminos. La Tabula de Peutinger es esencialmente un mapa viario. Las vías de comunicación, marcadas en color rojo, llegan a representar alrededor de 70.000 millas romanas, mucho más de lo que recoge el Itinerario de Antonino. Sin embargo, no se pueden establecer distancias viarias reales ni calcular un espacio geográfico. Éste es el aspecto más controvertido del mapa y, a la vez, el más interesante.
La Tabula no presenta ningún tipo de proyección: la tierra viene representada siguiendo una línea horizontal, es decir, siguiendo la visión del viajero. De este modo, no se puede aplicar una escala constante, puesto que las dimensiones este-oeste quedan ensanchadas y las norte-sur reducidas y estrechadas, quedando los puntos cardinales a su vez modificados; por este motivo el Nilo aparece fluyendo de oeste a este y no de sur a norte.
El río Nilo. Al este del delta del Nilo, dibujado con gran detalle, aparece el desierto por el que erró Moisés durante 40 años.
El extremo oriente del mapa representa la India, atravesada por el río Ganges (en la parte inferior del detalle).
La mayor particularidad de este mapa es su más que evidente oposición a la realidad geográfica
Todas estas características pueden explicarse mediante el concepto hodológico del espacio (del griego hodós, "camino") que existía en la Antigüedad. Sería un error analizar un documento como éste desde el punto de vista de nuestra cultura y de nuestra civilización: nuestras ideas sobre la latitud y la longitud deben quedar desterradas desde un principio. La mayor particularidad de este mapa es su más que evidente oposición a la realidad geográfica. El espacio geográfico pasa a ser lineal, unidimensional, está representado por el camino mismo. La red viaria era para los romanos la guía fundamental en el periplo, el mejor modo de determinar su ubicación.
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