Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos entrega un reportaje que en el antiguo Imperio de China, los empleados públicos de la corte eran sometidos a duros exámenes y que duraba días para poder ser seleccionado y ocupar un puesto en la administración y según su calificación podía ser parte de los miembros selectos y cercanos al emperador.... siga leyendo............
En la antigua China ya existían las oposiciones: una prueba que duraba días y que podía garantizar un puesto en la administración, incluso en el círculo cercano al emperador.
Museo del Palacio Imperial
Imagínate estudiar durante años, memorizando libros enteros escritos más de mil años atrás, y luego encerrarte en una celda minúscula durante tres días, sin contacto con nadie, para realizar un examen a mano del que dependería el resto de tu vida. Bienvenido al keju, el sistema de exámenes imperiales que durante más de mil años definió quién podía formar parte de la élite administrativa de China.
El keju se instauró formalmente en el año 605, bajo la dinastía Sui, aunque sus raíces se hunden en prácticas más antiguas. Su propósito era revolucionario para la época: permitir que cualquier hombre con suficiente talento y educación, sin importar su origen social, pudiera acceder a un puesto en la administración imperial. Es decir, un sistema (más o menos) meritocrático en medio de un régimen muy estratificado.
Quienes aprobaban podían acceder a puestos de funcionario en cuatro niveles:
- Cargos locales, encargados de la recaudación de impuestos, la justicia menor y el mantenimiento del orden.
- Cargos regionales, como inspectores o gobernadores provinciales, que supervisaban a varios distritos e informaban directamente a la corte.
- Altos cargos de la corte imperial en la capital, responsables de áreas clave como justicia, hacienda, obras públicas o ritos.
- Asesores imperiales, que aconsejaban al propio emperador en la redacción de edictos, políticas fiscales o relaciones diplomáticas.
Para una época en la que ascender o descender socialmente dependía a menudo del capricho del mandatario de turno, el keju fue un sistema revolucionario: el puesto se ganaba a base de esfuerzo, mediante un sistema estandarizado y sin la intervención directa del emperador. Sin embargo, eso no significa que en la práctica todo fuera perfecto.
Un examen durísimo
El examen tenía varias fases, desde pruebas locales hasta la convocatoria final en la capital, y los candidatos que llegaban al último nivel competían por un número muy limitado de plazas. El temario era monumental: los Cuatro Libros y los Cinco Clásicos del confucianismo, historia, poesía, caligrafía, y la temida redacción del “ensayo de ocho patas”, una composición rígidamente estructurada que demostraba erudición y habilidad retórica.
El proceso estaba sujeto a una vigilancia extrema. Durante la prueba, los aspirantes eran recluidos en pequeñas celdas de ladrillo, apenas del tamaño suficiente para sentarse y extender un rollo de papel. Llevaban su propio material, comida y, en algunos casos, incluso una especie de orinal improvisado. No podían salir hasta el final, y cualquier intento de copiar podía costarles la vida.
El nivel de estrés era tal que muchos caían enfermos, y no faltan crónicas que hablan de candidatos que murieron en pleno examen. Finalmente, llegaba el veredicto: en la entrada del recinto de los exámenes, las paredes se cubrían con incontables hojas de papel con los nombres de los que habían superado las pruebas. En el patio se juntaban todos, conteniendo el aliento hasta el momento decisivo en que verían su nombre y su vida cambiaría… o la decepcionante realidad caería sobre ellos, si no habían aprobado.
Hacer chuletas te podía costar muy caro
En línea con el espíritu igualitario del examen, se controlaba y perseguía duramente la corrupción. Para evitar favoritismos, los exámenes se copiaban a mano por escribas antes de ser corregidos por un grupo distinto de funcionarios, eliminando cualquier pista sobre la identidad del candidato a partir de la letra. Si se descubría alguna trampa, la sanción podía ser la expulsión de por vida e incluso castigos corporales.
Aun así, debido a la importancia del examen, había candidatos que recurrían a todo su ingenio para garantizarse el aprobado. “Las chuletas” no son nada nuevo: los registros hablan de candidatos que escondían copias de los textos clásicos o posibles respuestas en tiras finísimas de seda, que al ser tan ligera y flexible, podía enrollarse hasta formar un rollo del grosor de un palillo, que luego escondían en el cabello, en el dobladillo de la ropa o incluso dentro del forro de los zapatos. Por supuesto, si un examinador las encontraba, el castigo era severísimo: expulsión de por vida del sistema, pérdida de cualquier título previo y, en algunas épocas, vergüenza pública para toda la familia.
Y es que, para muchos, aprobar significaba ascender socialmente de forma vertiginosa. Un campesino que lograra pasar todas las fases podía convertirse en un alto funcionario con prestigio y estabilidad económica, y garantizar el futuro de su familia durante generaciones. O, al menos, esa era la teoría; pero pese a su ideal meritocrático, el keju distaba de ser totalmente accesible: prepararse requería años de estudio y el lujo de no tener que trabajar en el campo o en un taller. Así, la mayoría de candidatos procedían de familias acomodadas, aunque hubo casos célebres de hombres humildes que lograron superar todas las barreras.
El impacto del keju en la sociedad china fue profundo. Uniformó la formación intelectual de la clase dirigente, consolidó la importancia de la educación como valor central y ofreció, aunque de forma limitada, un canal de movilidad social. Sin embargo, con el tiempo, el sistema se volvió demasiado rígido. La repetición mecánica de los textos clásicos y el énfasis en el estilo formal acabaron ahogando la creatividad, y muchos críticos señalaban que producía burócratas expertos en confuncianismo y literatura clásica de dos milenios atrás, pero poco preparados para los problemas prácticos del gobierno.
Aun así, el keju permaneció en vigor durante trece siglos hasta que fue abolido en 1905, en un momento en que China intentaba modernizarse e introducir sistemas educativos más cercanos a los occidentales. Esto habla por sí solo del impacto que tuvieron esas primeras oposiciones, por duras que fuesen.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com


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