Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos entrega un reportaje de los últimos momentos de la vida de Gengis Kan, quien recrea con delirios en su lecho de muerte, que se había convertido en el soberano que creó el imperio más grande en la historia de la Tierra; el líder se pregunta: "¿Qué dirá de mí la historia? Supongo que dirá que fui un hombre importante, que trató a sus enemigos con la furia que merecían pero que fue justo con sus aliados y con los que se sometían a sus leyes. Y que el Eterno Cielo Azul me eligió para cumplir esta misión... " ..... siga leyendo....................
Gengis Kan recrea episodios de su vida entre delirios en su lecho de muerte, convertido en soberano del imperio más grande de la historia.
Gengis Kan, primer emperador mongol entre 1209 y 1227, grabado coloreado del siglo XIX.
¿Dónde estoy? La cabeza me arde. No sé si esto es real o un delirio. Sobrevuelo como un pájaro un monte pelado, sin apenas vegetación, cerca del río Onon. El día es frío pero radiante, ni una sola nube cubre el cielo azul que se extiende hasta donde alcanza vista. De una yurta de tela salen voces y gemidos. Estoy dentro, nadie parece verme. Una mujer recostada medio desnuda chilla y suda, parece fatigada, varias otras la ayudan... Estoy asistiendo a un parto.
Las parteras humedecen los labios de la parturienta, le dan consejos, le ponen paños calientes. La mujer empuja con fuerza. Mientras nace el bebé, un inmenso trueno resuena afuera. Las parteras lo entregan a la madre. El bebé aprieta algo con fuerza en su puño, la madre le suelta sus pequeños dedos uno a uno hasta descubrir qué ase con tanta furia: es un coágulo.
¿Estoy asistiendo a mi propio nacimiento? Mi madre, Hoelun me repetía la historia constantemente: “Un trueno estremeció el cielo despejado de las estepas mientras tú venías al mundo con ese grumo de sangre de mis entrañas y lo llevabas al mundo exterior”. Para mi madre eran sin duda señales de una premonición, pero nunca sabía si de algo grandioso o de una desgracia.
Me veo con 20 años, rodeado de señores mongoles que aclaman como Gengis kan, “señor universal”, el jefe supremo de sus clanes.
Todos los que me rodean y juran lealtad se hacen llamar príncipes, pero no son más que jefes tribales de bandas nómadas dedicadas a pastorear, a cazar y a saquear convoyes que transitan entre Europa y China por la Ruta de la Seda.
Herederos de las tribus nómadas que han habitado estas tierras montañosas, frías y duras desde la prehistoria, nuestros tiempos de gloria pasaron hace siglos, cuando los pueblos nómadas xiongnu se unieron en una gran confederación que obligó a la dinastía Quin a construir en China la Gran Muralla para proteger sus fronteras. O cuando, ocho siglos atrás, los hunos salieron de las estepas asiáticas para llegar hasta los confines del mundo y saquear el corazón del imperio más grande de Europa: Roma.
La última gran confederación de tribus mongolas que en tiempos del abuelo de mi abuelo había sometido las verdes praderas que se extienden desde los montes Altai hasta la abrasadora arena del desierto del Gobi se desvaneció derrotada por los tártaros. Hace décadas que nuestros clanes fueron relegados a las tierras del norte de Mongolia, donde vivimos pastoreando nuestros rebaños de caballos y cabras, cazando los animales que se cruzan en nuestro camino y luchando entre nosotros prolongando nuestra debilidad y el sometimiento a nuestros enemigos...
Después de 25 años de luchas fratricidas, he logrado al fin convertirme en el jefe supremo de todas las tribus que viven en las tiendas de fieltro. Un mundo extremadamente violento en el que no hay lugar para los débiles y en el que la guerra forma parte de nuestra vida y los derechos de cada tribu se postulan sobre la base del nivel de violencia que ejerce sobre los rivales a los que vence y somete. El mayor placer que puede experimentar un mongol es derrotar a un enemigo, quedarse con sus riquezas y amar a sus mujeres.
Tras décadas de batallas victoriosas y matanzas al fin estoy en la posición que el destino me tenía preparada: crear una nueva gran confederación de nómadas que vuelva a dominar el mundo como nuestros antepasados de las estepas. Incluso crear el imperio más grande que haya visto la historia...
Primavera a los pies de la Gran Muralla china. Los cadáveres enemigos se apretujan como árboles talados. El paso hacia Pekín ha quedado abierto para nosotros. Bajo mi mando, como siglos antes hicieron mis antepasados, los pueblos nómadas vuelven a someter a los sedentarios, esta vez atravesando la barrera natural del desierto del Gobi.
Es el año del dragón y estoy en Bujará, una de las mayores ciudades del reino musulmán de Juazrem y de todo el Islam. Han pasado cuatro años desde la toma de Pekín y esta vez sí estoy al frente de las tropas que entran en la urbe. Sus calles están pavimentadas con piedras, sus canales abastecen de agua la ciudad y riegan sus numerosos jardines.
Montado en mi caballo, entro en la gran mezquita y ordeno que se le dé forraje allí mismo, para que lo coman de las cajas de las que se han vaciado los coranes esparcidos por el suelo del templo. La deslealtad de estos siervos de Alá será castigada con una matanza multitudinaria de todos los varones y el reparto de sus mujeres e hijos como parte del botín entre mis tropas. Pero siguiendo la costumbre mongol, esta masacre no debe ser una tortura cruel y las víctimas morirán rápidamente, de un golpe que les parta la espalda.
El objetivo es otro, que los que escapen a su destino se dirijan a la vecina Samarcanda para explicar cómo se comportan los mongoles y qué les espera si se resisten al asedio. En cambio, una pronta rendición será generosamente recompensada...
Los dolores me atenazan, deliro... Siento que mi hora está por llegar más pronto que tarde. Con más de 60 años he logrado reunir el mayor imperio jamás conocido, gobernado desde una corte itinerante formada por casas de fieltro, las yurtas, que han sido la casa de mis antepasados durante generaciones. Los nómadas dominamos el mundo desde el mar de china hasta Kiev y ahora mis hijos deberán mantener todo lo que he logrado. ¿Qué dirá de mí la historia? Supongo que dirá que fui un hombre importante, que trató a sus enemigos con la furia que merecían pero que fue justo con sus aliados y con los que se sometían a sus leyes. Y que el Eterno Cielo Azul me eligió para cumplir esta misión...


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