Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., todos hemos escuchado o leído en la historia universal la famosa batalla de las Termópilas, un paso angosto donde el Rey Leónidas y 300 espartanos se enfrentaron al poderoso ejército invasor persa a órdenes del Rey Jerjes I.
Dice la historia que un puñado de combatientes helenos al mando del rey espartano Leónidas detuvieron por tres días el avance del poderoso ejército persa contribuyendo a la salvación de Grecia.
NATIONAL GEOGRAPHIC .- narra : "Reunidas todas las naciones de Asia en su ejército, Jerjes I comandó sus tropas hasta Grecia.
Mientras, oscuros presagios –un eclipse, una tempestad o el imposible
parto de una mula– anunciaban desgracias y muchos pensaron que el Gran
Rey había insultado a los dioses al lanzar la invasión. Ajeno a ello,
el monarca condujo sus tropas hasta el norte de Grecia donde un angosto
sendero discurría entre las montañas y el mar. El desfiladero que separaba a Jerjes de Grecia recibía el nombre de Termópilas,
«Puertas Calientes», a causa de las aguas termales que brotaban en sus
inmediaciones. Era el lugar donde, según el mito, había muerto el
legendario Heracles y se lo consideraba la entrada a Grecia. Corría el
mes de agosto del año 480 a.C..."
En este mapa se pueden
observar los avances griegos y persas hacia las Termópilas y Artemisio.
Las líneas sobre el mar marcan las líneas de abastecimiento persa,
combatidas por la flota Ateniense.
Batalla de las Termópilas
La batalla de las Termópilas tuvo lugar durante la Segunda Guerra Médica; donde una alianza de las polis griegas lideradas por Esparta (por tierra), y Atenas (por mar), se unieron para detener la invasión del Imperio persa de Jerjes I. El lapso de la batalla se extendió siete días, siendo tres los días de los combates. Se desarrolló en el estrecho paso de las Termópilas
(cuyo nombre se traduce por 'Puertas Calientes' - de θερμός,-ή,-όν
'caliente' y Πύλη,ης 'puerta'; derivada de los manantiales cálidos que
existían allí), en agosto o septiembre de 480 a. C.
Enormemente superados en número, los griegos detuvieron el avance
persa, situándose estratégicamente en la parte más angosta del
desfiladero (se estima 10 a 30 metros), por donde no pasaría la
totalidad del poderío persa. En esas mismas fechas tenía lugar la batalla de Artemisio, donde por mar los atenienses combatían a la flota de provisiones persas.
La invasión persa fue una respuesta tardía a la derrota sufrida en el 490 a.C. en la Primera Guerra Médica, que había finalizado con la victoria de Atenas en la batalla de Maratón.
Jerjes reunió un ejército y una armada inmensas para conquistar
la totalidad de Grecia, que conforme a las estimaciones modernas estaría
compuesto por unos 250 000 hombres (más de 2 millones, según Heródoto).
Ante la inminente invasión, el general ateniense Temístocles propuso que los aliados griegos bloquearan el avance del ejército persa en el paso de las Termópilas, a la vez que detenían a la armada persa en el estrecho de Artemisio.
Un ejército aliado formado por unos 7000 hombres, aproximadamente, marchó al norte para bloquear el paso en el verano de 480 a. C. El ejército persa llegó al paso de las Termópilas a finales de agosto o a comienzos de septiembre.
Durante una semana (tres días completos de combate), la pequeña fuerza comandada por el rey Leónidas I de Esparta
bloqueó el único camino que el inmenso ejército persa podía utilizar
para acceder a Grecia, en un ancho que no superaba los veinte metros
(otras fuentes refieren cien metros). Las bajas persas fueron
considerables, no así el ejército espartano. Al sexto día, un residente
local llamado Efialtes
traicionó a los griegos mostrando a los invasores un pequeño camino que
podían usar para acceder a la retaguardia de las líneas griegas.
Sabiendo que sus líneas iban a ser sobrepasadas, Leónidas despidió a la
mayoría del ejército griego, permaneciendo allí para proteger su
retirada junto con 300 espartanos, 700 tespios, 400 tebanos y posiblemente algunos cientos de soldados más, la mayoría de los cuales cayeron en los combates.
Tras el enfrentamiento, la armada aliada recibió en Artemisio
las noticias de la derrota en las Termópilas. Dado que su estrategia
requería mantener tanto las Termópilas como Artemisio, y ante la pérdida
del paso, la armada aliada decidió retirarse a Salamina. Los persas atravesaron Beocia y capturaron la ciudad de Atenas,
que previamente había sido evacuada. Con el fin de alcanzar una
victoria decisiva sobre la flota persa, la flota aliada atacó y derrotó a
los invasores en la batalla de Salamina a finales de año.
Temiendo quedar atrapado en Europa, Jerjes se retiró con la mayor parte de su ejército a Asia, dejando al general Mardonio
al mando de las tropas restantes para completar la conquista de Grecia.
Al año siguiente, sin embargo, los aliados consiguieron la victoria
decisiva en la batalla de Platea, que puso fin a la invasión persa.
Tanto los escritores antiguos como los modernos han utilizado la
batalla de las Termópilas como un ejemplo del poder que puede ejercer
sobre un ejército el patriotismo y la defensa de su propio terreno por
parte de un pequeño grupo de combatientes. Así, el comportamiento de los
defensores ha servido como ejemplo de las ventajas del entrenamiento,
el equipamiento y el uso del terreno como multiplicadores de la fuerza
de un ejército, y se ha convertido en un símbolo de la valentía frente a
la adversidad insuperable.
WIKIPEDIA.
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/batalla-termopilas-heroes-esparta_14501
Un puñado de combatientes helenos al mando del rey espartano Leónidas detuvieron durante tres días el avance del poderoso ejército persa contribuyendo a la salvación de Grecia
La batalla de las Termópilas
Este óleo de Jacques Louis David
recrea los instantes anteriores al definitivo combate en el que
los pocos centenares de hombres al mando de Leónidas perecerían
defendiendo su posición en las Termópilas. En el centro, el diarca
espartano rodeado de hombres que se abrazan ante la perspectiva de una
muerte segura. Museo del Louvre, París.
FOTO: Erich Lessing / Album
El hoplita
El ejército griego estaba formado por
ciudadanos-soldado (hoplitas) que defendían su libertad y se basaba en
una formación de falange en la que era muy importante la solidaridad de
sus miembros para protegerse unos a otros. Esta cerámica del siglo VI
a.C. muestra a un hoplita bien armado, como los que lucharon en las
Termópilas contra los persas.
FOTO: H. Lewandowski / RMN-Grand Palais
Atenas, el objetivo persa
Tras vencer a los griegos en las
Termópilas, los persas continuaron hasta Atenas, que había sido
evacuada por Temístocles, y la arrasaron totalmente. En la imagen, la
Acrópolis.
FOTO: M. Pignatelli / Fototeca 9x12
Los Inmortales, una tropa de élite
Los Inmortales eran la élite del
ejército persa. Diez mil hombres que se iban sustituyendo a medida que
caían, de ahí su nombre porque su número nunca menguaba. Este relieve de
Persépolis muestra a algunos de ellos en formación. Siglo V a.C.
FOTO: Erich Lessing / Album
Hoplón
Era el escudo redondo típico del
hoplita y del que deriva el nombre de la figura del ciudadano-soldado
griego. Podía llevar un animal representativo de su ciudad.
FOTO: Gary Ombler / DK Images
Casco espartano
El armamento del hoplita espartano, el soldado más temido de Grecia, incluía un casco de bronce como éste.
FOTO: Luisa Ricciarini / Prisma Archivo
La armadura hoplita
Con base de cuero, estaba hecha de cáñamo y varias capas de lino para amortiguar los golpes.
FOTO: Gary Ombler / DK Images
De la derrota a la victoria
La batalla de las Termópilas terminó
en una derrota anunciada, pero la resistencia espartana permitió al resto
de los ejércitos de las ciudades griegas reorganizarse y obtener una
victoria definitiva en la batalla naval de Salamina. Busto de
Temístocles, el comandante que lideró la flota griega.
FOTO: Oronoz / Album
Un hoplita de Salamina
Esta escultura de un hoplita egineta
formó parte del frontón del templo a Atenea que la ciudad de Egina
erigió para conmemorar la victoria en Salamina.
FOTO: BPK / Scala, Firenze
Borja Antela
La batalla de las Termópilas: los héroes de Esparta
Malditos sean los que guardan las Termópilas». Esto debió de pensar Jerjes, el Gran Rey, señor del Imperio persa, al contemplar la tenaz resistencia de un puñado de griegos
que, pese a su reducido número, conseguían frenar completamente a un
ejército como nunca antes se había reunido. Unos pocos soldados bajo el mando del aguerrido rey Leónidas hacían frente a innumerables enemigos, sometiendo la voluntad del todopoderoso Jerjes y componiendo un ejemplo imborrable de valor y sacrificio. Jerjes había decidido conquistar y someter Grecia para vengar la vergonzosa derrota sufrida por su padre, Darío I, ante los atenienses en la batalla de Maratón librada diez años antes, en 490 a.C. Con este fin reunió un ejército inmenso, cuyos efectivos debían de oscilar entre 90.000 y 300.000 hombres. También remitió embajadores a las principales ciudades griegas,
con un único mensaje: «Tierra y agua». La entrega de agua y tierra al
Gran Rey suponía someterse a su poder, y algunos griegos lo hicieron.
Pero no todos quisieron olvidar su libertad, y hubo quienes decidieron resistir hasta la victoria o el desastre.
Reunidas todas las naciones de Asia en su ejército, Jerjes comandó sus tropas hasta Grecia.
Mientras, oscuros presagios –un eclipse, una tempestad o el imposible
parto de una mula– anunciaban desgracias y muchos pensaron que el Gran
Rey había insultado a los dioses al lanzar la invasión. Ajeno a ello,
el monarca condujo sus tropas hasta el norte de Grecia donde un angosto
sendero discurría entre las montañas y el mar. El desfiladero que separaba a Jerjes de Grecia recibía el nombre de Termópilas,
«Puertas Calientes», a causa de las aguas termales que brotaban en sus
inmediaciones. Era el lugar donde, según el mito, había muerto el
legendario Heracles y se lo consideraba la entrada a Grecia. Corría el
mes de agosto del año 480 a.C.
Se organiza la resistencia
Una vez los griegos se vieron amenazados directamente por el vasto ejército llegado de Asia, nadie dudó de que el mando militar tenía que estar en manos de los espartanos. Los hombres de Esparta dedicaban su vida al entrenamiento constante de sus cuerpos para el combate. La agogé, la educación espartana, era un decálogo de supervivencia y esfuerzo con el que se adiestraba a los ciudadanos en el ejercicio de las armas. Por eso los espartanos eran llamados homoioi, "iguales", pues todos recibían la misma educación y tenían los mismos derechos.
Los griegos pusieron el mando militar en manos de los espartanos, que dedicaban su vida al entrenamiento militar
Hombres silenciosos y ajenos a la ostentación, los espartanos habían sido a lo largo de los últimos tiempos la gran autoridad en Grecia. Pero Esparta mantenía férreamente sus tradiciones y en aquellos momentos estaba celebrando las fiestas sagradas en honor del dios Apolo, las Carneias, durante las cuales estaba prohibido movilizar al ejército. En consecuencia, Leónidas, uno de los dos diarcas o reyes de Esparta, decidió tomar las riendas de la situación y someterse al juicio de la historia.
Al no poder movilizar el ejército espartano para la guerra, convocó a
los miembros de la guardia real y escogió entre ellos a quienes
tenían hijos varones, con lo que aseguraba la supervivencia de sus
familias si perecían en combate. Así reunió a trescientos espartanos, con los que se encaminó hacia el norte para frenar el avance del amenazador ejército enemigo.
De esta forma, cuando Jerjes llegó a las Termópilas, los griegos ya habían organizado allí la resistencia. Desde el Peloponeso habían venido periecos e ilotas,
habitantes de las inmediaciones del territorio de Esparta, escogidos
por Leónidas con sumo cuidado tanto por su valía como por su rectitud
moral. Se les sumaron fuerzas provenientes de Tespia y Focea,
así como algunos locrios; e incluso los beocios (los habitantes de la
región de Tebas), de quienes ningún griego se fiaba entonces porque eran sospechosos de pactar con el enemigo, enviaron algunos escuadrones. De este modo, es probable que las fuerzas griegas ascendieran a unos 7.000 combatientes.
Cuando Jerjes llegó a las Termópilas, los griegos habían organizado la resistencia con unos 7.000 hombres
Aunque los espartanos estaban profundamente adiestrados en el combate en formación cerrada –la falange, constituida por los hoplitas, infantes pesadamente armados–, mientras que el resto de los griegos probablemente eran artesanos y campesinos
poseedores de una panoplia (el armamento hoplítico) y reclutados en
virtud de ello, aunque no forzosamente eran conocedores de los
entresijos del combate. Había muchos hombres, sí. Pero muy pocos soldados.
La sorpresa del Gran Rey
La orografía del terreno era del todo propicia a los defensores,
pues el estrecho sendero tenía una amplitud aproximada de unos 15
metros. Jerjes no creía que los griegos quisieran hacerle frente y esperó tres días confiando en que huirían en cualquier momento. Al cuarto día liberó su cólera y lanzó contra ellos sus tropas de medos y cisios. Se dieron órdenes para que los griegos fuesen capturados vivos. Los persas atacaron con decisión, fiados en su superioridad numérica. Sin embargo, pese a que sus caídos eran reemplazados inmediatamente por hombres de refresco, los guerreros comandados por Leónidas no parecían menguar en la misma proporción
y cerraban con su falange el fondo del desfiladero. El combate se
prolongó durante toda la jornada y al final de la misma los griegos
seguían en pie. Había concluido el primer día de la batalla.
Al oponerse a los persas, los griegos vieron reforzada su creencia
habitual de que los bárbaros eran todos unos esclavos, puesto que no
eran realmente libres. En su opinión, los persas eran deudores de la voluntad de su amo, el Gran Rey, a quien estaban sometidos, y éste los enviaba al combate con completo desprecio de sus vidas; pero los griegos luchaban por convicción,
defendiendo su forma de vida, que definían como resultado de la
libertad. La pugna que oponía a unos y otros adquiría, así, a ojos de
los griegos, un cariz universal al enfrentar a muchos esclavos contra muy pocos hombres libres. Las bajas entre los persas resultaban elocuentes a este respecto: los hombres libres eran superiores a los bárbaros.
El ejército de los hombres libres
El sistema de combate de los griegos se basaba en la falange, una formación compacta de hoplitas equipados con un casco, armadura, una lanza y un escudo redondo llamado hoplón (que daba nombre al hoplita). Cada soldado protegía a su compañero con su escudo mientras avanzaban hacia el enemigo. La falange de Leónidas era una unidad de combate firme, en una roca inamovible en la que venían a estrellarse las continuas oleadas de hombres enviados por Jerjes.
La falange griega era una unidad de combate firme basada en la solidaridad de los hoplitas que la integraban
Por el otro lado, los persas contaban con la desventaja de un equipo defensivo mucho más ligero y vulnerable y con el hecho de no poder desplegar su temible caballería debido a la orografía del terreno. Así que al segundo día, Jerjes decidió emplear a su tropa de élite, los Inmortales,
diez mil hombres pertrechados con un equipo mucho más completo que el
resto de la infantería persa. Pero la lucha volvió a provocar
incontables bajas entre los persas y su grandioso ejército siguió
estancado, incapaz de superar al pequeño grupo de enemigos apostado en el paso.
Traición y derrota
Entonces intervino en la contienda un agente inesperado. Al atardecer de la segunda jornada de lucha, un griego, Efialtes, habló a Jerjes de una senda secreta que permitía rodear la posición de los griegos y salvar el paso defendido por Leónidas. Los persas marcharon toda la noche y hacia el alba llegaron al lugar, que tomaron tras una refriega con el grupo de focenses apostado en el lugar para su defensa.
Los augurios y algunos vigias focenses corroboraron a Leonidas a primera hora del tercer día que la muerte estaba muy cerca. El diarca espartano licenció a la mayoría de los hombres a su mando y se quedó tan sólo con los 300 espartanos y varios voluntarios que decidieron compartir el destino del rey.
Mientras los aliados se retiraban para avisar del avence persa y ayudar en la defensa de sus ciudades, Leónidas y sus hombres quedaron en las Termópilas aguardaron el fin con serenidad. Esa misma mañana, Jerjes mandó cargar a sus hombres para desalojar el paso. Como respuesta, los griegos abandonaron la posición defensiva y salieron a campo abierto buscando el encuentro definitivo con la muerte. La batalla se volvió muy cruenta y perecieron más griegos allí que en los combates de los días anteriores. Con ellos cayó también una gran cantidad de persas. Los griegos luchaban con la furia de quien no alberga esperanza alguna. Con sus armas abolladas, rotas las lanzas, siguieron combatiendo espada en mano. La fiera determinación de los griegos era tal que Jerjes decidió acabar con los supervivientes mediante una lluvia de flechas para evitar que las bajas en su ejército siguiesen en aumento. Leónidas y sus hombres lucharon hasta el último aliento.
El cadáver del rey espartano sería cruelmente mutilado por los persas, quienes cortaron su cabeza para colgarla de un palo. Al fin y al cabo, Leónidas era, a sus ojos, responsable de la muerte de miles de sus compañeros. Pero él y sus hombres pasaron a ser, por su sacrificio, héroes imperecederos, símbolos del valor y de la entrega, y alcanzaron la eternidad de la gloria. La gloria de aquellos que guardan las Termópilas.
Para saber más
La batalla de las Termópilas. Dos crónicas de la Antigüedad. Herodoto y Diodoro Sículo. RBA, 2009.
Termópilas, la batalla que cambió el mundo. Paul Cartledge. Ariel, Barcelona, 2008.
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