Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Ciudad de Barcelona en España, tiene una historia de sentirse siempre libre, e independiente, y luchó para lograrlo, aun que sin éxito, porque sigue siendo territorio español.
En el siglo XVIII, donde las potencias europeas vivían constantes guerreras entre ellos, por fin aceptaron la paz, pero la Ciudad de Barcelona, estaba decidida en seguir en la lucha por sus libertades, hasta que los borbones la capturaron a sangre y fuego el 11 de septiembre de 1,714.
Los invito a leer un amplio reportaje sobre Barcelona, gracias a National Geographic, que lo elaboramos con su ayuda..............
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/vida-barcelona-ciudad-condal-1700_10654
El barrio en torno a la plaza del Born fue arrasado tras la toma de la ciudad por Felipe V en 1714. Sus restos revelan cómo era la vida de los barceloneses a final del siglo XVII
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/caida-barcelona-septiembre-1714_10659Las tropas borbónicas tenían sitiada Barcelona. Analizamos qué ocurrió el día 11 de septiembre de 1714 en la ciudad condal
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/sitio-barcelona-guerra-sucesion_10653/1Tras más de diez años de guerra, todas las potencias europeas habían aceptado la paz. Una ciudad, sin embargo, estaba decidida a seguir luchando por sus libertades: Barcelona. Hasta que el 11 de septiembre de 1714 fue tomada al asalto.
El ataque final a Barcelona
El óleo de Antoni Estruch Bros
(1872-1857) pintado en 1909 y titulado L'onze de setembre de 1714
muestra el asalto final a Barcelona en 1714. Rafael Casanova, conseller en cap de la ciudad, cae herido junto a la bandera de Santa Eulalia.
Foto: Fons d'art Fundació Antiga Caixa Sabadell 1859
Batalla de Almansa, por Ricardo Balaca. Siglo XIX. Palacio del Congreso, Madrid
La victoria borbónica en la batalla
de Almansa es el momento decisivo de la guerra. Felipe V se hace con el
control del reino de Valencia y Aragón, aboliendo su ordenamiento foral.
Foto: Aisa
Saló de Cent
Esta sala acogía las reuniones de los
representantes del Consejo de Ciento, institución de gobierno municipal
que se remonta al siglo XIII. La asamblea municipal estaba formada por
1228 jurados, de los que se extraían a suerte cinco consellers. Felipe V suprimió esta institución tras la caída de Barcelona, sustituyéndola por un corregidor nombrado por la monarquía.
Foto: Ramon Manent
El mercado del Born de Barcelona, con la Ciudadela al fondo. Pintura del siglo XVII
La imagen muestra la parte del
mercado del Born que se salvó del derribo de 1716 para crear la gran
explanada de la Ciudadela. Felipe V decretó su construcción a fin de
evitar cualquier nueva sublevación y mantener un férreo control sobre la
ciudad, pero su construcción implicó el derribo de gran número de casas
del barrio de la Ribera. Fue una obra de gran perfección técnica, pero
los barceloneses la vieron como un símbolo de la opresión borbónica. Hoy
sólo quedan en pie tres edificios: la residencia de su gobernador, la
iglesia y el Arsenal (sede actual del Parlamento catalán).
Foto: Ramon Manent
Luis XIV de Francia, el Rey Sol. Retrato por Hyacinte Rigaud
El monarca francés movió todos los
hilos para que su nieto Felipe de Anjou fuera designado rey de España
con la intención de expandir la influencia y el poder de Francia por el
territorio europeo. Puesto que Carlos II, el último rey Habsburgo de
España, murió sin descendencia, designó como heredero al nieto de Luis
XIV, algo que Inglaterra, Austria y Holanda vieron como un motivo para
declarar la guerra a Francia y España. Este fue el inicio de la guerra
de Sucesión.
Foto: Art Archive
Condecoración del duque de Berwick. Óleo por I. D. Ingres, siglo XIX.
El rey Felipe V condecora al duque de
Berwick después de la batalla de Almansa, una de las victorias que
mayor impulso dieron a las tropas borbónicas. Posteriormente, Felipe V
vencería de nuevo en las batallas de Brihuega y Villaviciosa,
prosiguiendo en su avance hacia los territorios de la Corona de Aragón.
Foto: Aisa
El castillo de Cardona
Después de la firma del trata de
Utrecht, las tropas de Felipe V comienzan la ocupación de Cataluña. Esta
fortaleza medieval, en manos de una guarnición catalana dirigida por
Manuel Desvalls, fue la última en rendirse a Felipe V, una semana
después de la caída de Barcelona.
Foto: Miguel Luis Fairbanks / Asa
Catedral de Palma
La capital de las islas Baleares fue
el último reducto austracista en caer frente a las tropas felipistas. De
hecho, antes de que Barcelona quedara sitiada, los víveres y refuerzos
con los que sobrevivieron los habitantes de la ciudad procedían de
Mallorca e Ibiza, que permanecieron leales al archiduque hasta el final.
El 2 de julio del año 1715 las tropas borbónicas, con el marqués
D'Asfeld al frente, tomaron Mallorca, el último baluarte austracista.
Foto: Alamy
Germán Segura García,
historiador
El sitio de Barcelona. El fin de la Guerra de Sucesión
En septiembre de 1714, Barcelona llevaba sitiada más de un año por las tropas de Felipe V.
En los últimos cuatro meses había sufrido un bombardeo implacable, que
destruyó centenares de casas y obligó a los habitantes a refugiarse en
iglesias y proteger sus bienes. Pero hasta entonces nada había
podido persuadir a los barceloneses de que se rindieran, convencidos
como estaban de que defendían la causa de la libertad –de Cataluña y de
toda España– frente a lo que consideraban el despotismo del nuevo rey.
El 11 de septiembre de ese año las tropas borbónicas lanzaron el asalto final.
Tras varias horas de lucha cuerpo a cuerpo, en la que cayeron heridos
los dos principales líderes catalanes, Rafael Casanova y Antonio
Villarroel, la ciudad aceptó rendirse. Así se puso fin en la península a
la guerra de Sucesión española. Fue éste un gran conflicto europeo,
originado por el testamento de Carlos II, el último rey Habsburgo de
España. Careciendo de descendencia, Carlos II designó como heredero a un nieto de Luis XIV:
Felipe, duque de Anjou. Ello provocó los recelos de todos aquellos
países que temían un engrandecimiento excesivo del poder de Francia, que
prácticamente heredaba las posesiones españolas en Europa y en América.
Las razones de la guerra
En 1702, una coalición formada por Austria, Inglaterra y
Holanda declaró la guerra a Francia y España. Su objetivo era poner en
el trono de España al archiduque Carlos de Austria, segundo
hijo del emperador Leopoldo I, representante de la rama alemana de los
Habsburgo. La guerra consiguiente se desarrolló en los campos de batalla
de Flandes, Alemania e Italia, pero los aliados buscaron desde el
primer momento abrir un frente en la península Ibérica. Así, se
intentaron sendas operaciones de desembarco, primero en Andalucía (1702)
y después en Barcelona (1704), que resultaron un fracaso estratégico.
Los aliados planearon entonces una nueva incursión sobre Barcelona,
confiando que encontrarían allí apoyo para su causa. En efecto,
los catalanes habían mostrado muchas reservas antes de reconocer como
rey a Felipe V, al que juraron lealtad durante las Cortes de Barcelona
(1701-1702).
Las Cortes de Barcelona abandonaron la obediencia de Felipe V y proclamaron al archiduque como rey legítimo de la monarquía española
Luego, la represión llevada a cabo por el virrey de Cataluña a raíz
del desembarco austracista de 1704 encrespó mucho los ánimos. Además, los
ingleses habían llegado a un acuerdo con varios disidentes catalanes
para facilitar el desembarco de tropas en Cataluña y asegurarse el apoyo
local, a cambio del compromiso de garantizar las libertades catalanas
en el caso de que el proyecto fracasara. Así, en el verano de
1705 el archiduque Carlos desembarcó frente a Barcelona y se hizo con la
ciudad después de varias semanas de incertidumbre. Las Cortes de
Barcelona (1705- 1706), de nuevo reunidas, abandonaron la obediencia de
Felipe V y proclamaron al archiduque como rey legítimo de la monarquía
española, con el nombre de Carlos III.
La llegada de Carlos a España provocó una polarización de las
lealtades y una lucha fratricida entre españoles de todas las clases y
territorios. La Corona de Aragón se inclinó por el archiduque,
intentando recuperar peso en una monarquía cada vez más castellanizada y
con tendencias centralizadoras. Castilla, por su parte, se aglutinó en
torno a Felipe V, a quien sostuvo hasta en sus horas más bajas. Esto
no significa que no hubiera castellanos que siguieran el partido del
archiduque, ni catalanes que se mantuvieran fieles al duque de Anjou.
El apoyo a ambos contendientes respondió a actitudes complejas que
dependieron en gran medida de factores locales y de las circunstancias
bélicas. En cualquier caso, la contienda dinástica fue tomando
para los reinos de la Corona de Aragón un cariz de lucha por la
preservación de sus fueros, sobre todo desde la victoria de Felipe V en
la batalla de Almansa (1707) y la promulgación de los primeros decretos de Nueva Planta, que acabaron con las libertades de Valencia y Aragón.
En nombre del equilibrio europeo era necesario proceder a un reparto de los territorios de la monarquía española que fuera aceptado por ambos bandos. Esto fue en definitiva lo que se acordó en el tratado de Utrecht, suscrito en abril de 1713, con el que prácticamente se zanjó el conflicto internacional; en virtud de este acuerdo Felipe V recibía el dominio de España y América, mientras que perdía todas las posesiones españolas en Flandes e Italia, la mayoría de las cuales pasaba al emperador Carlos.
Barcelona decide resistir
Cataluña había sido el primer territorio de España en reconocer al archiduque Carlos, y su futuro estaba ligado a la suerte del pretendiente
Sin embargo, en Cataluña los acontecimientos siguieron un curso
distinto a lo discutido en las conferencias de paz. El archiduque Carlos
marchó a Viena para ser coronado emperador en septiembre de 1711,
dejando a su esposa, Isabel Cristina de Brunswick, encargada del
gobierno en Cataluña. Inicialmente todo parecía indicar que el emperador
no iba a desamparar a sus súbditos catalanes y que Inglaterra tampoco
dejaría de cumplir su promesa de defender las libertades catalanas. Sin
embargo, Inglaterra fue la primera que decidió retirar sus tropas de
Cataluña (1712), medida seguida por el resto de las potencias aliadas
tras la firma del tratado de Utrecht.
La marcha de la emperatriz, en marzo de 1713, causó un gran
descontento en las instituciones catalanas. Cataluña había sido el
primer territorio de España en reconocer al archiduque Carlos, y su
futuro estaba ligado a la suerte del pretendiente. Además, poco se podía
esperar de la clemencia de Felipe V. Las embajadas inglesas
para interceder por los fueros catalanes se toparon con una negativa
rotunda del monarca Borbón, y los aliados no estaban predispuestos a
obcecarse en asunto tan espinoso. Así lo comprobaron de primera
mano los emisarios catalanes enviados a Utrecht, cuando vieron que el
tema de la preservación de sus privilegios quedaba arrinconado ante el
alud de intereses políticos y económicos que allí se trataron.
Finalmente, el emperador tuvo que ordenar a su virrey en Cataluña, el
general Starhemberg, la evacuación de sus tropas, y aconsejó a los
catalanes que suplicaran el perdón de Felipe V. Viéndose abandonada, en
julio de 1713 la Diputación del General o Generalitat –organismo fiscal y
judicial emanado de las Cortes– convocó una gran asamblea estamental
para determinar si había que continuar la lucha o, por el contrario,
negociar la sumisión a Felipe V. La resolución adoptada fue la de proseguir en solitario la resistencia.
El caballero Manuel Ferrer i Sitges, uno de los principales partidarios de esta decisión, señaló en su discurso que la defensa de los privilegios catalanes llevaba implícita la liberación del despotismo que los ministros castellanos habían impuesto en toda España. Esta decisión, provocada por la actitud inflexible que Felipe V mostró en la negociación, hizo que salieran de Barcelona muchos miembros de la nobleza, de la burguesía y del clero, a la vez que entraban en la ciudad los elementos antifilipistas más intransigentes, que radicalizarían aún más la resistencia.
El caballero Manuel Ferrer i Sitges, uno de los principales partidarios de esta decisión, señaló en su discurso que la defensa de los privilegios catalanes llevaba implícita la liberación del despotismo que los ministros castellanos habían impuesto en toda España. Esta decisión, provocada por la actitud inflexible que Felipe V mostró en la negociación, hizo que salieran de Barcelona muchos miembros de la nobleza, de la burguesía y del clero, a la vez que entraban en la ciudad los elementos antifilipistas más intransigentes, que radicalizarían aún más la resistencia.
Se estrecha el cerco
Por entonces, casi toda Cataluña estaba ya en manos de las tropas borbónicas. El
mando militar de los austracistas recayó en el general Antonio
Villarroel, un militar experimentado, que tuvo que conducir las
operaciones con la constante intromisión de la Diputación y del concejo
barcelonés (el Consejo de Ciento). Precisamente a iniciativa de
la Diputación, y no del comandante en jefe, se llevó a cabo una
expedición a fin de reagrupar las fuerzas austracistas y llevar algún
socorro a la ciudad de Barcelona.
La lucha en el territorio catalán fue muy dura entre las partidas
armadas de uno y otro signo, causando grandes estragos entre la
población civil. Como señaló un testigo, «no fue privilegiada la vejez,
el indefenso sexo ni la tierna infancia». Pero todas las
tentativas de movilizar a los pueblos en contra de Felipe V y aligerar
de alguna manera el cerco sobre Barcelona tuvieron poca fortuna.
Sólo a principios de 1714, la imposición de un subsidio para el
mantenimiento de las tropas borbónicas produjo un alzamiento general en
diversas comarcas catalanas, movimiento que no tuvo ninguna conexión con
Barcelona y que fue rápidamente sofocado. Durante los primeros meses de
1714, las fuerzas borbónicas al mando del duque de Pópuli no eran tan
numerosas como para asegurar el bloqueo de la ciudad, lo que permitió
que se introdujeran en ella víveres y refuerzos enviados desde Mallorca e Ibiza, que permanecían leales al archiduque.
Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes
La poca contundencia de los ataques sobre la ciudad y los socorros
recibidos dieron nuevo ánimo a los barceloneses y afianzaron la actitud
de los intransigentes. Mientras tanto, la Diputación se vio
forzada a delegar las tareas de gobierno y la organización de la defensa
en el Consejo de Ciento, ya que la Cataluña austracista quedaba
reducida a la Ciudad Condal. Tras la paz de Rastadt de marzo de
1714 –complemento del tratado de Utrecht–, los borbónicos trataron de
llegar a un acuerdo para la rendición de la ciudad. Pero Felipe V
ofreció concesiones mínimas, que no incluían el respeto por los fueros
de Cataluña, y que fueron rechazadas por los barceloneses.
Además, el lenguaje ambiguo de los ingleses y del emperador creó en los
catalanes unas expectativas de socorro que tampoco se concretaron en
nada.
En julio de 1714, con la llegada a Barcelona del duque de Berwick, el asedio entró en su última fase. Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes, la mayor parte miembros de la milicia de los gremios o Coronela. Todos los hombres mayores de 14 años fueron llamados a la defensa, en la que participaron incluso sacerdotes y mujeres.
En julio de 1714, con la llegada a Barcelona del duque de Berwick, el asedio entró en su última fase. Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes, la mayor parte miembros de la milicia de los gremios o Coronela. Todos los hombres mayores de 14 años fueron llamados a la defensa, en la que participaron incluso sacerdotes y mujeres.
Berwick en Barcelona
Las operaciones tomaron entonces un ritmo vertiginoso. Tras intentar
varios asaltos que le produjeron graves pérdidas, Berwick decidió
bombardear a conciencia la ciudad. A principios de septiembre, cuando
las brechas en la muralla permitían ya el asalto de los sitiadores, el
general borbónico ofreció una nueva capitulación a los defensores. La
Junta de Gobierno, formada por representantes del Consejo de Ciento, la
Diputación y miembros del estamento nobiliario, decidió resistir, pese a
la opinión de Rafael Casanova, conseller en cap de la ciudad, y del
general Villarroel, que dimitió al considerar inútil la defensa. Esta
renuncia hizo que se nombrara a la Virgen de la Merced como
generalísimo de las fuerzas resistentes, en una clara muestra de la
desesperación a la que habían llegado los catalanes.
Como escribiría más tarde Voltaire en El siglo de Luis XIV, «el
fantasma de la libertad los hizo sordos a las proposiciones de su
soberano». La ciudad caminaba hacia su ruina y todos los defensores se
habían hecho a la idea de perecer entre sus muros. Berwick comentó más
tarde en sus memorias que «la obstinación de estos pueblos era algo más
sorprendente cuando había siete brechas en el cuerpo de la plaza, no
existía ninguna posibilidad de socorro y hasta no tenían ya víveres». En
la madrugada del 11 de septiembre se produjo el asalto final.
Villarroel reasumió el mando de las tropas y pidió a Casanova que
condujera la Coronela hasta el baluarte de Sant Pere, al objeto de
rechazar al enemigo. Fue allí, enarbolando el estandarte de
santa Eulalia, la patrona de la ciudad, donde Casanova recibió un
disparo en el muslo y tuvo que ser evacuado. Villarroel, por su parte,
dirigió la defensa en torno a la plaza del Born, donde resultó herido.
El combate continuó todavía en el interior de la ciudad, antes de que
Villarroel pidiera el alto el fuego hacia las 2 de la tarde.
La caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714
Las tropas borbónicas tenían sitiada Barcelona. Analizamos qué ocurrió el día 11 de septiembre de 1714 en la ciudad condal
Mapa de la defensa de la ciudad
En este mapa se puede apreciar la
situación en la que se encontraba la ciudad de Barcelona durante los
últimos meses del sitio, antes de que cayera derrotada el 11 de
septiembre de 1714. La línea de color rojo intenso que rodea la ciudad
marca las murallas de origen medieval y los baluartes –acabados en forma
de punta– que se construyeron en el siglo XVI. Alrededor de esta
primera línea vemos el perfil que seguían las fortalezas exteriores,
cuya protección llegaba hasta Montjuïc. Por otro lado, a poca distancia
mar adentro las tropas borbónicas habían situado el bloqueo marítimo
desde finales de 1713, junto con las trincheras de su ejército que
quedan marcadas por la línea marrón que circunda la ciudad a más
distancia. Bajo el Convento de los Capuchinos vemos las filas de la
artillería borbónica que bombardearon Barcelona y señalados con
estrellas de color blanco aparecen los asaltos contra los baluartes de
Portal Nou y Santa Clara, que se produjeron el 7 de septiembre de 1714.
Foto: Aisa
Planes de defensa
El 8 de agosto, las autoridades
civiles de Barcelona –encabezadas por Rafael Casanova– y los oficiales
militares juran espada en mano y ante la bandera de Santa Eulalia
derramar su sangre en la defensa de Barcelona antes que capitular.
Foto: Ramon Manent, Aisa
Oferta de capitulación
El 3 de septiembre, cuando los
bombardeos ya han abierto brechas en las murallas, el duque de Berwick
hace una oferta de capitulación a los sitiados, pero éstos, tras una
deliberación, transmiten su negativa al enviado borbónico, D’Asfeld.
Foto: Ramon Manent, Aisa
El asalto final
En la madrugada del 11 de septiembre,
los borbónicos lanzan el asalto final. El ataque se concentra en el
baluarte de Santa Clara, defendido por tropas regulares y milicias
locales, que nada pueden hacer frente a una fuerza de 10.000 asaltantes.
Foto: Ramon Manent, Aisa
Lucha en la ciudad
Las tropas sitiadoras, una vez rotas
las defensas, se lanzan al saqueo de la ciudad. Pero los barceloneses se
reorganizan y, enardecidos por los diputados, que sacan la bandera de
la Generalitat, presentan una feroz resistencia a los asaltantes.
Foto: Ramon Manent, Aisa
La capitulación
Hacia las 9 de la mañana, mientras
dirige un contraataque guiado por la bandera de Santa Eulalia, Rafael
Casanova cae herido en un muslo. La lucha se prolongará todavía varias
horas, hasta que, a las dos de la tarde, Villarroel decida capitular.
Foto: Ramon Manent, Aisa
historiador
La caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714
El asedio de Barcelona de 1713-1714 fue una de las mayores operaciones militares de la Guerra de Sucesión. El ejército sitiador llegó a reunir 40.000 hombres, que mantuvieron el bloqueo sobre la ciudad durante más de un año, desde julio de 1713 hasta septiembre de 1714.
Todo este período estuvo lleno de enfrentamientos de gran crudeza. La
conquista de los enclaves situados en tierra de nadie fue costosísima
para las fuerzas borbónicas, que se resarcieron mediante dos meses de
bombardeos inmisericordes sobre la ciudad. La ferocidad de la lucha durante el asalto final impactó a los contemporáneos. Un cronista escribió: «No se ha visto en este siglo semejante sitio.
Cada palmo de tierra costaba muchas vidas. Todo se vencía a fuerza de
sacrificada gente, que con el ardor de la pelea ya no daba cuartel, ni
le pedían los catalanes, sufriendo intrépida la muerte».
La vida en Barcelona en 1700
El barrio en torno a la plaza del Born fue arrasado tras la toma de la ciudad por Felipe V en 1714. Sus restos revelan cómo era la vida de los barceloneses a final del siglo XVII
Caída de Barcelona
Este grabado de Hyacinthe Rigaud
representa el asalto borbónico contra el baluarte de Santa Clara de
Barcelona. Se puede ver en la parte izquierda la torre de San Juan a
punto de ser derruida.
Foto: Ramon Manent
El Born Centro Cultural
Clausurado en el 1971, el mercado del
Born, con su estructura metálica del siglo XIX, quedó sin función hasta
que unas obras para convertirlo en biblioteca sacaron a la luz los
restos del siglo XVIII.
Foto: Jordi Play / Photoaisa
Casa del Gremio de tenderos de Barcelona
En este edificio de 1678 estaba
ubicado el gremio de tenderos de la ciudad condal, en la barcelonesa
plaza del Pi. Los esgrafiados de su fachada son del siglo XVIII.
Foto: Ramon Manent
El antiguo Born: un barrio de artesanos y mercaderes
Esta reconstrucción recrea una
sección del barrio del Born arrasado en 1716. En primer termino aparece
la plaza del Bornet y un tramo del Rec Comtal, el canal que desde la
Edad Media abastecía de agua a la ciudad. La plaza estaba pavimentada,
aunque por lo general las calles eran de tierra. Se trataba de un barrio
popular, en el que predominaban los artesanos modestos, aunque también
había negociantes enriquecidos recientemente.
Foto: Guillem H. Pongiluppi, Born 1714 memòria de Barcelona. Angle Editorial
La vida en el barrio de la Ribera
A principios del siglo XVIII, el
barrio de la Ribera –contiguo al Born– vivía diariamente inmerso en un
ajetreo constante. Poblado principalmente por marineros, tejedores y
otros artesanos, era la zona más popular e industrial de Barcelona. Tras
el sitio de 1713-1714 fue arrasado en gran parte, hasta la plaza del
Born.
Foto: Guillem H. Pongiluppi, Born 1714 memòria de Barcelona. Angle Editorial
Mapa de Barcelona, 1806.
En este mapa del siglo XIX se puede
apreciar la Ciudadela en la parte derecha –construida por Felipe V
después de la victoria de las tropas borbónicas– y el barrio de la
Barceloneta en primer término, en la lengua de tierra que se extiende
sobre el mar.
Foto: Prisma Archivo
Albert García Espuche,
arquitecto e historiador
La vida en Barcelona en 1700
Barcelona perdió asimismo sus instituciones tradicionales, empezando
por el célebre Consejo de Ciento. Pero eso no fue todo. Las nuevas
autoridades ordenaron construir al este de Barcelona una fortaleza, la
Ciudadela, para asegurarse el control de la ciudad. En torno a
ella se estableció una amplia explanada que debía quedar libre de
edificaciones, lo cual supuso el derribo de un sector considerable del
barrio de la Ribera, hasta tocar la plaza del Born. La
operación afectó a un millar de casas. Los habitantes, a los que se
asignó una indemnización que no cobraron, debieron instalarse en otros
puntos de la ciudad o abandonarla.
El yacimiento del Born, en efecto, se caracteriza por un hecho que le proporciona singularidad: la ingente masa de información, obtenida en los archivos, que se puede asociar a las casas y a las personas de aquella zona de Barcelona. El punto de partida del trabajo desarrollado por el autor de este artículo ha sido el estudio detallado de la descripción de la ciudad proporcionada por el «apeo» o censo inicial del catastro borbónico, datado el mes de mayo de 1716, poco antes del citado derribo de casas que originaría el yacimiento.
Huellas de un pasado olvidado
Este conjunto documental único permite situar, en el lugar exacto del
espacio urbano, cada casa y cada familia de la ciudad descritas, y, por
lo tanto, vincular personas y actividades concretas a todos los puntos
del yacimiento. A partir de aquí ha sido posible, gracias sobre
todo a las riquísimas actas notariales, completar los restos
arqueológicos con una infinidad de datos sobre los habitantes, la
estructura física de las casas y los interiores de las viviendas y las
tiendas. Las personas que habitaron en el área del yacimiento
están ahora tan presentes en él como lo están las piedras que lo forman.
Tienen nombres y apellidos, y conocemos sus relaciones familiares y
sociales, sus actividades laborales y económicas, sus intereses y
aspiraciones.
Y respecto de las casas que habitaron, se puede describir el uso y el contenido de todas sus habitaciones, incluidas las de los pisos situados por encima de la planta baja, de los que no ha quedado rastro en el yacimiento. La investigación del Born ofrece un magnífico ejemplo de las capacidades explicativas de la "microhistoria", el estudio pormenorizado que se interesa por las personas "anónimas".
Y respecto de las casas que habitaron, se puede describir el uso y el contenido de todas sus habitaciones, incluidas las de los pisos situados por encima de la planta baja, de los que no ha quedado rastro en el yacimiento. La investigación del Born ofrece un magnífico ejemplo de las capacidades explicativas de la "microhistoria", el estudio pormenorizado que se interesa por las personas "anónimas".
La documentación muestra, por ejemplo, el enriquecimiento progresivo
del mobiliario y la decoración de las casas del barrio, en las que
aparecen cuadros, espejos y cortinas, camas con "estrado" y decoradas.
También se observa una abundancia creciente de la ropa que las familias
guardaban en cajas y armarios. Se sabe que en algunas casas lucían preciadísimos tapices de Flandes, más valiosos que los propios edificios.
Naturalmente, había también individuos menos afortunados, como las
viudas que debían alquilar una pequeña habitación y trabajar como
criadas para subsistir y que dejaban en su testamento muy escasos
bienes: una cama sencilla, un pequeño armario con ropa de casa y de
vestir, algún objeto devocional, enseres de cocina...
Barcelona era una ciudad diversa y muy dinámica
económicamente, conectada con medio mundo gracias a su fuerte actividad
comercial. Algunos sectores tradicionales mantenían su impulso,
como el textil, el vidrio o la platería, pues la ciudad era uno de los
centros de producción de joyas más reconocidos. Pero junto a ellos se
desarrollaron otras actividades nuevas, como el aguardiente. Otro
reflejo de la expansión comercial de las décadas finales del siglo XVII
es el auge de los trajineros, encargados de todo tipo de transporte de
mercancías.
Tiendas abarrotadas
Un signo elocuente de la relativa bonanza que vivió la ciudad
a finales del siglo XVII lo ofrece la multiplicación de tiendas cada
vez mejor surtidas, en particular las llamadas droguerías, lo
más parecido que había entonces a un supermercado. Sus escaparates
llenos de cajas con productos de todo tipo atraían una creciente
clientela. En las droguerías se vendía una amplia variedad de artículos:
tintes o colas para artesanos, jabones y otros productos de limpieza,
alimentos como arroz o harina... A la vez, servían como confiterías en
las que se vendían dulces, pasteles o turrones, junto con los productos
de origen exótico que cobraron creciente popularidad: el chocolate o el
tabaco.
Este último en particular tuvo un éxito clamoroso, hasta el punto de
que las droguerías abrieron secciones especiales y se crearon "tiendas
de tabaco" independientes. En ellas se vendían incontables tipos de
tabaco: "tabaco Baltasar", "de palillos", "florentino Brasil", "de
Labrutta", "de aguas", de "Sevilla", hasta más de un centenar de tipos. La
pasión por el tabaco llegó al extremo de que la Iglesia prohibió
tomarlo en las iglesias, no sólo a los fieles sino también a los
sacerdotes, que al parecer lo consumían mientras daban misa.
Así lo expresaba una constitución del Sínodo de Barcelona de 1673: "Como
el uso del tabaco se haya hecho hoy tan frecuente entre personas
eclesiásticas, que no sólo lo usan en lugares públicos, sino incluso en
las iglesias y, lo que es peor, muchas veces asistiendo en el coro,
procesiones y administrando en el altar, estatuimos y mandamos que los
eclesiásticos se abstengan del todo en tomar tabaco en las iglesias
mientras se oficie y exhortamos a todas las personas seculares a que en
los templos sagrados se abstengan del uso del dicho tabaco".
Música y casas de apuestas
Los barceloneses también se aficionaron al café, y para ello
se abrieron locales especiales que ofrecían un ambiente sosegado para
degustarlo. Estos establecimientos eran seguramente de
dimensiones modestas; de uno se sabe que tenía tres mesas de madera
cubiertas con tapas de bayeta (para jugar a dados o cartas), tres bancos
y siete taburetes, con las puertas protegidas por un biombo (ventalla)
de tela. Un rótulo de madera lo anunciaba en el exterior. Otra cafetería
se llamaba Casa del Café. Asimismo, diariamente se traía hielo desde las sierras del Montseny o desde Castellterçol para enfriar el vino y confeccionar granizados.
Un elemento muy presente en la vida diaria de los barceloneses de
finales del siglo XVII era la música, y a este propósito los archivos
muestran algunos casos sorprendentes. Por ejemplo, se ha localizado a un
pescador, uno de los oficios más humildes del período, que tenía en su
casa un arpa, una guitarra y dos guitarrones. Otro artesano modesto, un
tejedor, tocaba con solvencia el violín, y de un herrero se sabe que era
un experto bailarín, capaz de actuar ante el virrey de Cataluña. De
hecho, Barcelona contaba con un pujante sector de fabricantes de
instrumentos, en particular de cuerdas de guitarra o violín. Los
llamados cordeleros de viola elaboraban las cuerdas con intestinos de
animales, especialmente corderos, que compraban en los
mataderos y lavaban en talleres situados junto al Rec Comtal, la acequia
que atravesaba la zona del yacimiento del Born; por ello, allí se
concentraban gran parte de estos artesanos.
La ciudad en fiesta
Aunque Barcelona estaba fuertemente marcada por la religiosidad, también se entregaba con fervor a la fiesta. De hecho, su
carnaval era famoso y admirado. El dramaturgo Pedro Calderón de la
Barca lo evocó con entusiasmo en una obra de teatro escrita a mediados
del siglo XVII, El pintor de su deshonra. Allí se refería al
"aplauso que pregona / la fama de Barcelona, / viendo publicadas ya /
sus carnestolendas". Tras la experiencia que vivió en el carnaval
barcelonés, la protagonista declara: "No tuve mejor día en mi vida".
Todos se ponían máscaras de cera (que fabricaba en exclusiva el gremio
de pintores) y disfraces variopintos y asistían a obras de teatro y
corridas de toros. Las autoridades quisieron abolir la fiesta
por los supuestos "abusos" y "pecados escandalosos" que se cometían,
pero no hubo manera; en 1693 "vino a haber la mayor bulla de
Carnestoliendas que se hubiese visto de memoria de los que vivían, con
tanto número de máscaras que parecía no quedaba quien no se mascarase".
No menos aclamadas eran las celebraciones en ocasiones oficiales,
como la proclamación de un nuevo monarca, el cumpleaños de una infanta o
la entrada en la ciudad de un virrey. Entonces las autoridades
gustaban de iluminar la ciudad mediante antorchas y fuegos artificiales,
que hacían decir a todos que «la noche se hace día». Un poeta
glosaba de este modo el espectáculo organizado en Barcelona en homenaje a
don Juan de Austria: "Viendo que de cada ventana / volaban de mil en
mil, / en cohetes y carretillas [ruedas de fuegos artificiales], / sus
rayos ardientes y sutiles, / todo era un pasmo de fuego, / todo un
incendio, / todo una Troya abrasada / del palacio del deseo […] Estaba en esta ocasión / la ciudad hecha un jardín / de luces: cada balcón un sol, / cada ventana un Olimpo".
Los delitos y el peso de la ley
En contraste con estas expansiones festivas, en Barcelona se vivía
también una conflictividad cotidiana entre vecinos, provocada por mil y
una causas y que podía tener desenlaces sangrientos. Por
ejemplo, en 1697 dos jóvenes cordeleros de viola, Martorell y Ferrer,
mantenían una disputa por una deuda relacionada con la compra de
material para su trabajo. Una tarde Ferrer acudió al taller de
su contrincante y empezaron a pelearse con piedras. Cuando Ferrer estaba
encima de Martorell un amigo de este último sacó una pistola e intentó
detener el ataque, pero entonces intervino un compañero de Ferrer. Éste,
que acabó sangrando, amenazó a los testigos con matarlos si denunciaban
el caso a las autoridades, pero al final ambos debieron comparecer ante el veguer.
El "hombre común" participaba en el gobierno de la ciudad en un grado superior al de muchas otras poblaciones de su contexto geográfico
Éste es un ejemplo típico de la violencia que podía estallar en
cualquier momento en la ciudad. Pero también resulta característico que
al final acabara interviniendo la autoridad. En Barcelona, en
efecto, se aplicaba una justicia rápida. Los barceloneses respetaban los
usos, las costumbres y las leyes, y eran continuas las visitas a los
notarios para dejar constancia de que todo se había hecho correctamente.
No sólo eso, sino que el "hombre común" participaba en el
gobierno de la ciudad en un grado superior al de muchas otras
poblaciones de su contexto geográfico. Como escribió el filósofo
y político florentino Francesco Guicciardini, que visitó la capital de
Cataluña en 1512, Barcelona era "una ciudad para todos".
Secretos del Born - El yacimiento
Sabemos que las ciudades están hechas de capas históricas
superpuestas, que son palimpsestos sobre los que se escribe y se
reescribe sin cesar. Pero es insólito poder contemplar, como
sucede en el yacimiento del Born, tres de esas capas en una sola visión y
en un único espacio. La primera etapa corresponde al barrio
arrasado a principios del siglo XVIII; la segunda, a la explanada y los
paseos públicos que se crearon en la zona posteriormente; la tercera, a
finales del siglo XIX, el momento en que se construyó el mercado.
Un hecho que ha aumentado el interés de las ruinas del Born es que,
en el momento de despejar el terreno frente a la ciudadela, no fue
necesario arrasar completamente las viviendas; como éstas se
encontraban en una zona deprimida, se demolieron sólo hasta una altura
de un metro aproximadamente, con lo que se ha conservado una parte
considerable de las estructuras. Ésta fue una de las razones
que justificaron la decisión de conservar el yacimiento y desarrollar en
torno a él el Proyecto del Born, que ha dado lugar en los últimos años a
una importante serie de publicaciones. Todo ello basado no sólo en los
hallazgos arqueológicos, sino también en la investigación documental que
se ha desarrollado paralelamente.
A tiros en el born - Duelo entre menestrales
Los carniceros tenían particular mala fama en Barcelona, y así lo
abona el caso de Miquel Font, un vecino del Born de quien se decía que
siempre llevaba armas de fuego y buscaba bronca con los demás. Un día de
1710, Font vio un cordelero de viola, Anton Corrales, hablando con una
chica en una ventana y poco después fue en su busca. Según un
testimonio, salieron uno al lado del otro de la esquina de la calle de
las Capuchas. Font iba con una capa de paño azul y dos pistolas en el
cinto, mientras Corrales, vestido con un capote (gambeto), llevaba un espadín en el costado y pistola en la mano derecha.
En cuanto entraron en la plaza de Vilanova, Corrales dio un
manotazo con la mano izquierda en el brazo derecho de Font y a
continuación se pusieron uno frente al otro. Empezó entonces la pelea,
o más bien el duelo. Los amigos de Font declararon que estando muy
cerca entre sí Corrales apuntó y disparó hasta matar a Font. Los
compañeros de Corrales, en cambio, aseguraron que primero disparó Font y
que solo al ser herido Corrales disparó la pistola, para evitar que lo
matara, tras lo que intentó refugiarse en una iglesia. En cualquier
caso, es probable que el incidente tuviera que ver con el tipo de prostitución encubierta que era corriente en Barcelona.
La ciudad asediada - Tiempos de guerra
La ciudad quedó "casi del todo demolida por el estrago de las bombas que tiraron en el espacio de cuatro meses"
En el cuarto de siglo que va de 1690 a 1715, Barcelona se vio golpeada como pocas otras ciudades por la guerra.
Los franceses la bombardearon en 1691 y la sometieron a un duro asedio
en 1697. Durante la guerra de Sucesión, fue sitiada por británicos y
holandeses en 1704, conquistada por estos mismos (sin resistencia) en
1705 y asediada por los borbónicos en 1706.
Pero el episodio más destructivo fue el asedio borbónico de
1713-1714, que derivó en un intenso bombardeo desde abril de 1714 y que
culminaría con el asalto de septiembre. Según las crónicas,
corroboradas por la documentación, la ciudad quedó "casi del todo
demolida por el estrago de las bombas que [los sitiadores] tiraron para
su ruina, en el espacio de cuatro meses, cuyo número pasa de 50.000,
entre bombas y granadas reales". Ocupada la ciudad, las nuevas
autoridades construyeron una gran ciudadela en Levante, con una amplia
explanada que dio lugar al derribo de las casas del Born. Se
pensó realojar a los vecinos en dos nuevos barrios, pero sólo décadas
más tarde se construyó la Barceloneta, en terreno de la playa.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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