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miércoles, 11 de septiembre de 2019

BORBONES : GUERRAS .- NATIONAL GEOGRAPHIC .- El sitio de Barcelona. El fin de la Guerra de Sucesión........... La caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714..................................La vida en Barcelona en 1700

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Ciudad de Barcelona en España, tiene una historia de sentirse siempre libre, e independiente, y luchó para lograrlo, aun que sin éxito, porque sigue siendo territorio español.
En el siglo XVIII, donde las potencias europeas vivían constantes guerreras entre ellos, por fin aceptaron la paz, pero la Ciudad de Barcelona, estaba decidida en seguir en la lucha por sus libertades, hasta que los borbones la capturaron a sangre y fuego el 11 de septiembre de 1,714.
Los invito a leer un amplio reportaje sobre Barcelona, gracias a National Geographic, que lo elaboramos con su ayuda..............

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/vida-barcelona-ciudad-condal-1700_10654

El barrio en torno a la plaza del Born fue arrasado tras la toma de la ciudad por Felipe V en 1714. Sus restos revelan cómo era la vida de los barceloneses a final del siglo XVII

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/caida-barcelona-septiembre-1714_10659

Las tropas borbónicas tenían sitiada Barcelona. Analizamos qué ocurrió el día 11 de septiembre de 1714 en la ciudad condal

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/sitio-barcelona-guerra-sucesion_10653/1

Tras más de diez años de guerra, todas las potencias europeas habían aceptado la paz. Una ciudad, sin embargo, estaba decidida a seguir luchando por sus libertades: Barcelona. Hasta que el 11 de septiembre de 1714 fue tomada al asalto.

El ataque final a Barcelona
El óleo de Antoni Estruch Bros (1872-1857) pintado en 1909 y titulado L'onze de setembre de 1714 muestra el asalto final a Barcelona en 1714. Rafael Casanova, conseller en cap de la ciudad, cae herido junto a la bandera de Santa Eulalia.
Foto: Fons d'art Fundació Antiga Caixa Sabadell 1859

Batalla de Almansa, por Ricardo Balaca. Siglo XIX. Palacio del Congreso, Madrid
La victoria borbónica en la batalla de Almansa es el momento decisivo de la guerra. Felipe V se hace con el control del reino de Valencia y Aragón, aboliendo su ordenamiento foral.
Foto: Aisa

Saló de Cent
Esta sala acogía las reuniones de los representantes del Consejo de Ciento, institución de gobierno municipal que se remonta al siglo XIII. La asamblea municipal estaba formada por 1228 jurados, de los que se extraían a suerte cinco consellers. Felipe V suprimió esta institución tras la caída de Barcelona, sustituyéndola por un corregidor nombrado por la monarquía. 
Foto: Ramon Manent

El mercado del Born de Barcelona, con la Ciudadela al fondo. Pintura del siglo XVII
La imagen muestra la parte del mercado del Born que se salvó del derribo de 1716 para crear la gran explanada de la Ciudadela. Felipe V decretó su construcción a fin de evitar cualquier nueva sublevación y mantener un férreo control sobre la ciudad, pero su construcción implicó el derribo de gran número de casas del barrio de la Ribera. Fue una obra de gran perfección técnica, pero los barceloneses la vieron como un símbolo de la opresión borbónica. Hoy sólo quedan en pie tres edificios: la residencia de su gobernador, la iglesia y el Arsenal (sede actual del Parlamento catalán).
Foto: Ramon Manent

Luis XIV de Francia, el Rey Sol. Retrato por Hyacinte Rigaud
El monarca francés movió todos los hilos para que su nieto Felipe de Anjou fuera designado rey de España con la intención de expandir la influencia y el poder de Francia por el territorio europeo. Puesto que Carlos II, el último rey Habsburgo de España, murió sin descendencia, designó como heredero al nieto de Luis XIV, algo que Inglaterra, Austria y Holanda vieron como un motivo para declarar la guerra a Francia y España. Este fue el inicio de la guerra de Sucesión. 
Foto: Art Archive

Condecoración del duque de Berwick. Óleo por I. D. Ingres, siglo XIX.
El rey Felipe V condecora al duque de Berwick después de la batalla de Almansa, una de las victorias que mayor impulso dieron a las tropas borbónicas. Posteriormente, Felipe V vencería de nuevo en las batallas de Brihuega y Villaviciosa, prosiguiendo en su avance hacia los territorios de la Corona de Aragón.
Foto: Aisa

El castillo de Cardona
Después de la firma del trata de Utrecht, las tropas de Felipe V comienzan la ocupación de Cataluña. Esta fortaleza medieval, en manos de una guarnición catalana dirigida por Manuel Desvalls, fue la última en rendirse a Felipe V, una semana después de la caída de Barcelona.
Foto: Miguel Luis Fairbanks / Asa

Catedral de Palma
La capital de las islas Baleares fue el último reducto austracista en caer frente a las tropas felipistas. De hecho, antes de que Barcelona quedara sitiada, los víveres y refuerzos con los que sobrevivieron los habitantes de la ciudad procedían de Mallorca e Ibiza, que permanecieron leales al archiduque hasta el final. El 2 de julio del año 1715 las tropas borbónicas, con el marqués D'Asfeld al frente, tomaron Mallorca, el último baluarte austracista. 
Foto: Alamy
Germán Segura García, 
historiador

El sitio de Barcelona. El fin de la Guerra de Sucesión

En septiembre de 1714, Barcelona llevaba sitiada más de un año por las tropas de Felipe V. En los últimos cuatro meses había sufrido un bombardeo implacable, que destruyó centenares de casas y obligó a los habitantes a refugiarse en iglesias y proteger sus bienes. Pero hasta entonces nada había podido persuadir a los barceloneses de que se rindieran, convencidos como estaban de que defendían la causa de la libertad –de Cataluña y de toda España– frente a lo que consideraban el despotismo del nuevo rey.
El 11 de septiembre de ese año las tropas borbónicas lanzaron el asalto final. Tras varias horas de lucha cuerpo a cuerpo, en la que cayeron heridos los dos principales líderes catalanes, Rafael Casanova y Antonio Villarroel, la ciudad aceptó rendirse. Así se puso fin en la península a la guerra de Sucesión española. Fue éste un gran conflicto europeo, originado por el testamento de Carlos II, el último rey Habsburgo de España. Careciendo de descendencia, Carlos II designó como heredero a un nieto de Luis XIV: Felipe, duque de Anjou. Ello provocó los recelos de todos aquellos países que temían un engrandecimiento excesivo del poder de Francia, que prácticamente heredaba las posesiones españolas en Europa y en América.

Las razones de la guerra

En 1702, una coalición formada por Austria, Inglaterra y Holanda declaró la guerra a Francia y España. Su objetivo era poner en el trono de España al archiduque Carlos de Austria, segundo hijo del emperador Leopoldo I, representante de la rama alemana de los Habsburgo. La guerra consiguiente se desarrolló en los campos de batalla de Flandes, Alemania e Italia, pero los aliados buscaron desde el primer momento abrir un frente en la península Ibérica. Así, se intentaron sendas operaciones de desembarco, primero en Andalucía (1702) y después en Barcelona (1704), que resultaron un fracaso estratégico. Los aliados planearon entonces una nueva incursión sobre Barcelona, confiando que encontrarían allí apoyo para su causa. En efecto, los catalanes habían mostrado muchas reservas antes de reconocer como rey a Felipe V, al que juraron lealtad durante las Cortes de Barcelona (1701-1702).
Las Cortes de Barcelona abandonaron la obediencia de Felipe V y proclamaron al archiduque como rey legítimo de la monarquía española
Luego, la represión llevada a cabo por el virrey de Cataluña a raíz del desembarco austracista de 1704 encrespó mucho los ánimos. Además, los ingleses habían llegado a un acuerdo con varios disidentes catalanes para facilitar el desembarco de tropas en Cataluña y asegurarse el apoyo local, a cambio del compromiso de garantizar las libertades catalanas en el caso de que el proyecto fracasara. Así, en el verano de 1705 el archiduque Carlos desembarcó frente a Barcelona y se hizo con la ciudad después de varias semanas de incertidumbre. Las Cortes de Barcelona (1705- 1706), de nuevo reunidas, abandonaron la obediencia de Felipe V y proclamaron al archiduque como rey legítimo de la monarquía española, con el nombre de Carlos III.
La llegada de Carlos a España provocó una polarización de las lealtades y una lucha fratricida entre españoles de todas las clases y territorios. La Corona de Aragón se inclinó por el archiduque, intentando recuperar peso en una monarquía cada vez más castellanizada y con tendencias centralizadoras. Castilla, por su parte, se aglutinó en torno a Felipe V, a quien sostuvo hasta en sus horas más bajas. Esto no significa que no hubiera castellanos que siguieran el partido del archiduque, ni catalanes que se mantuvieran fieles al duque de Anjou. El apoyo a ambos contendientes respondió a actitudes complejas que dependieron en gran medida de factores locales y de las circunstancias bélicas. En cualquier caso, la contienda dinástica fue tomando para los reinos de la Corona de Aragón un cariz de lucha por la preservación de sus fueros, sobre todo desde la victoria de Felipe V en la batalla de Almansa (1707) y la promulgación de los primeros decretos de Nueva Planta, que acabaron con las libertades de Valencia y Aragón.
La vida en Barcelona en 1700
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La vida en Barcelona en 1700

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A pesar de que el balance militar, en el conjunto del conflicto europeo, fuera muy positivo para Austria y sus aliados, y de que en varias ocasiones Luis XIV estuviera a punto de claudicar, la guerra no se decidió en los campos de batalla. El momento decisivo se produjo en 1711, con la muerte inesperada del emperador José I, sucesor de Leopoldo I, que convirtió en heredero del Imperio alemán a su hermano Carlos. El acceso del archiduque a la dignidad imperial, con el nombre de Carlos VI, implicó un cambio en la concepción del conflicto por parte de los aliados, que ahora temían el excesivo poder del emperador.
En nombre del equilibrio europeo era necesario proceder a un reparto de los territorios de la monarquía española que fuera aceptado por ambos bandos. Esto fue en definitiva lo que se acordó en el tratado de Utrecht, suscrito en abril de 1713, con el que prácticamente se zanjó el conflicto internacional; en virtud de este acuerdo Felipe V recibía el dominio de España y América, mientras que perdía todas las posesiones españolas en Flandes e Italia, la mayoría de las cuales pasaba al emperador Carlos.

Barcelona decide resistir

Cataluña había sido el primer territorio de España en reconocer al archiduque Carlos, y su futuro estaba ligado a la suerte del pretendiente
Sin embargo, en Cataluña los acontecimientos siguieron un curso distinto a lo discutido en las conferencias de paz. El archiduque Carlos marchó a Viena para ser coronado emperador en septiembre de 1711, dejando a su esposa, Isabel Cristina de Brunswick, encargada del gobierno en Cataluña. Inicialmente todo parecía indicar que el emperador no iba a desamparar a sus súbditos catalanes y que Inglaterra tampoco dejaría de cumplir su promesa de defender las libertades catalanas. Sin embargo, Inglaterra fue la primera que decidió retirar sus tropas de Cataluña (1712), medida seguida por el resto de las potencias aliadas tras la firma del tratado de Utrecht.
La marcha de la emperatriz, en marzo de 1713, causó un gran descontento en las instituciones catalanas. Cataluña había sido el primer territorio de España en reconocer al archiduque Carlos, y su futuro estaba ligado a la suerte del pretendiente. Además, poco se podía esperar de la clemencia de Felipe V. Las embajadas inglesas para interceder por los fueros catalanes se toparon con una negativa rotunda del monarca Borbón, y los aliados no estaban predispuestos a obcecarse en asunto tan espinoso. Así lo comprobaron de primera mano los emisarios catalanes enviados a Utrecht, cuando vieron que el tema de la preservación de sus privilegios quedaba arrinconado ante el alud de intereses políticos y económicos que allí se trataron.
Finalmente, el emperador tuvo que ordenar a su virrey en Cataluña, el general Starhemberg, la evacuación de sus tropas, y aconsejó a los catalanes que suplicaran el perdón de Felipe V. Viéndose abandonada, en julio de 1713 la Diputación del General o Generalitat –organismo fiscal y judicial emanado de las Cortes– convocó una gran asamblea estamental para determinar si había que continuar la lucha o, por el contrario, negociar la sumisión a Felipe V. La resolución adoptada fue la de proseguir en solitario la resistencia.
El caballero Manuel Ferrer i Sitges, uno de los principales partidarios de esta decisión, señaló en su discurso que la defensa de los privilegios catalanes llevaba implícita la liberación del despotismo que los ministros castellanos habían impuesto en toda España. Esta decisión, provocada por la actitud inflexible que Felipe V mostró en la negociación, hizo que salieran de Barcelona muchos miembros de la nobleza, de la burguesía y del clero, a la vez que entraban en la ciudad los elementos antifilipistas más intransigentes, que radicalizarían aún más la resistencia.

Se estrecha el cerco

Por entonces, casi toda Cataluña estaba ya en manos de las tropas borbónicas. El mando militar de los austracistas recayó en el general Antonio Villarroel, un militar experimentado, que tuvo que conducir las operaciones con la constante intromisión de la Diputación y del concejo barcelonés (el Consejo de Ciento). Precisamente a iniciativa de la Diputación, y no del comandante en jefe, se llevó a cabo una expedición a fin de reagrupar las fuerzas austracistas y llevar algún socorro a la ciudad de Barcelona.
La lucha en el territorio catalán fue muy dura entre las partidas armadas de uno y otro signo, causando grandes estragos entre la población civil. Como señaló un testigo, «no fue privilegiada la vejez, el indefenso sexo ni la tierna infancia». Pero todas las tentativas de movilizar a los pueblos en contra de Felipe V y aligerar de alguna manera el cerco sobre Barcelona tuvieron poca fortuna. Sólo a principios de 1714, la imposición de un subsidio para el mantenimiento de las tropas borbónicas produjo un alzamiento general en diversas comarcas catalanas, movimiento que no tuvo ninguna conexión con Barcelona y que fue rápidamente sofocado. Durante los primeros meses de 1714, las fuerzas borbónicas al mando del duque de Pópuli no eran tan numerosas como para asegurar el bloqueo de la ciudad, lo que permitió que se introdujeran en ella víveres y refuerzos enviados desde Mallorca e Ibiza, que permanecían leales al archiduque.
Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes
La poca contundencia de los ataques sobre la ciudad y los socorros recibidos dieron nuevo ánimo a los barceloneses y afianzaron la actitud de los intransigentes. Mientras tanto, la Diputación se vio forzada a delegar las tareas de gobierno y la organización de la defensa en el Consejo de Ciento, ya que la Cataluña austracista quedaba reducida a la Ciudad Condal. Tras la paz de Rastadt de marzo de 1714 –complemento del tratado de Utrecht–, los borbónicos trataron de llegar a un acuerdo para la rendición de la ciudad. Pero Felipe V ofreció concesiones mínimas, que no incluían el respeto por los fueros de Cataluña, y que fueron rechazadas por los barceloneses. Además, el lenguaje ambiguo de los ingleses y del emperador creó en los catalanes unas expectativas de socorro que tampoco se concretaron en nada.
En julio de 1714, con la llegada a Barcelona del duque de Berwick, el asedio entró en su última fase. Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes, la mayor parte miembros de la milicia de los gremios o Coronela. Todos los hombres mayores de 14 años fueron llamados a la defensa, en la que participaron incluso sacerdotes y mujeres.

Berwick en Barcelona

Las operaciones tomaron entonces un ritmo vertiginoso. Tras intentar varios asaltos que le produjeron graves pérdidas, Berwick decidió bombardear a conciencia la ciudad. A principios de septiembre, cuando las brechas en la muralla permitían ya el asalto de los sitiadores, el general borbónico ofreció una nueva capitulación a los defensores. La Junta de Gobierno, formada por representantes del Consejo de Ciento, la Diputación y miembros del estamento nobiliario, decidió resistir, pese a la opinión de Rafael Casanova, conseller en cap de la ciudad, y del general Villarroel, que dimitió al considerar inútil la defensa. Esta renuncia hizo que se nombrara a la Virgen de la Merced como generalísimo de las fuerzas resistentes, en una clara muestra de la desesperación a la que habían llegado los catalanes.
Como escribiría más tarde Voltaire en El siglo de Luis XIV, «el fantasma de la libertad los hizo sordos a las proposiciones de su soberano». La ciudad caminaba hacia su ruina y todos los defensores se habían hecho a la idea de perecer entre sus muros. Berwick comentó más tarde en sus memorias que «la obstinación de estos pueblos era algo más sorprendente cuando había siete brechas en el cuerpo de la plaza, no existía ninguna posibilidad de socorro y hasta no tenían ya víveres». En la madrugada del 11 de septiembre se produjo el asalto final. Villarroel reasumió el mando de las tropas y pidió a Casanova que condujera la Coronela hasta el baluarte de Sant Pere, al objeto de rechazar al enemigo. Fue allí, enarbolando el estandarte de santa Eulalia, la patrona de la ciudad, donde Casanova recibió un disparo en el muslo y tuvo que ser evacuado. Villarroel, por su parte, dirigió la defensa en torno a la plaza del Born, donde resultó herido. El combate continuó todavía en el interior de la ciudad, antes de que Villarroel pidiera el alto el fuego hacia las 2 de la tarde.
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Los sitiados se habían defendido con ferocidad inusual, recuperando varias veces los baluartes al enemigo e incluso luchando obstinadamente casa por casa. El Consejo de Ciento publicó todavía un bando para pedir un último esfuerzo a los defensores, «a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Pero cualquier resistencia era ya inútil porque las tropas borbónicas estaban dentro de la ciudad y no cabía más opción que capitular. Berwick prometió a los defensores que se respetarían sus vidas y no habría pillaje. Al día siguiente, las tropas de FelipeV entraban en una ciudad medio destruida, terminando con una pesadilla que había durado más de un año. Aunque los borbónicos todavía hubieron de ocupar Mallorca en 1715, Voltaire tenía razón al decir que Barcelona fue «la última llama del incendio que devastó durante tanto tiempo la parte más bella de Europa, por el testamento de Carlos II, rey de España».

La caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714

Las tropas borbónicas tenían sitiada Barcelona. Analizamos qué ocurrió el día 11 de septiembre de 1714 en la ciudad condal

Mapa de la defensa de la ciudad
En este mapa se puede apreciar la situación en la que se encontraba la ciudad de Barcelona durante los últimos meses del sitio, antes de que cayera derrotada el 11 de septiembre de 1714. La línea de color rojo intenso que rodea la ciudad marca las murallas de origen medieval y los baluartes –acabados en forma de punta– que se construyeron en el siglo XVI. Alrededor de esta primera línea vemos el perfil que seguían las fortalezas exteriores, cuya protección llegaba hasta Montjuïc. Por otro lado, a poca distancia mar adentro las tropas borbónicas habían situado el bloqueo marítimo desde finales de 1713, junto con las trincheras de su ejército que quedan marcadas por la línea marrón que circunda la ciudad a más distancia. Bajo el Convento de los Capuchinos vemos las filas de la artillería borbónica que bombardearon Barcelona y señalados con estrellas de color blanco aparecen los asaltos contra los baluartes de Portal Nou y Santa Clara, que se produjeron el 7 de septiembre de 1714.
Foto: Aisa

Planes de defensa
Los miembros de la Junta de los Veinticuatro, dependiente del Consejo de Ciento barcelonés, toman disposiciones para la defensa de la ciudad. En febrero de 1714 la Generalitat transfiere todos los poderes militares al Consejo de Ciento.
Foto: Ramon Manent, Aisa

Resistir o morir
El 8 de agosto, las autoridades civiles de Barcelona –encabezadas por Rafael Casanova– y los oficiales militares juran espada en mano y ante la bandera de Santa Eulalia derramar su sangre en la defensa de Barcelona antes que capitular.
Foto: Ramon Manent, Aisa

Oferta de capitulación
El 3 de septiembre, cuando los bombardeos ya han abierto brechas en las murallas, el duque de Berwick hace una oferta de capitulación a los sitiados, pero éstos, tras una deliberación, transmiten su negativa al enviado borbónico, D’Asfeld.
Foto: Ramon Manent, Aisa

El asalto final
En la madrugada del 11 de septiembre, los borbónicos lanzan el asalto final. El ataque se concentra en el baluarte de Santa Clara, defendido por tropas regulares y milicias locales, que nada pueden hacer frente a una fuerza de 10.000 asaltantes.
Foto: Ramon Manent, Aisa

Lucha en la ciudad
Las tropas sitiadoras, una vez rotas las defensas, se lanzan al saqueo de la ciudad. Pero los barceloneses se reorganizan y, enardecidos por los diputados, que sacan la bandera de la Generalitat, presentan una feroz resistencia a los asaltantes.
Foto: Ramon Manent, Aisa

La capitulación
Hacia las 9 de la mañana, mientras dirige un contraataque guiado por la bandera de Santa Eulalia, Rafael Casanova cae herido en un muslo. La lucha se prolongará todavía varias horas, hasta que, a las dos de la tarde, Villarroel decida capitular.
Foto: Ramon Manent, Aisa
Germán Segura García,
historiador

La caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714

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11 de septiembre de 1714, la caída de Barcelona

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Fotografías
El asedio de Barcelona de 1713-1714 fue una de las mayores operaciones militares de la Guerra de Sucesión. El ejército sitiador llegó a reunir 40.000 hombres, que mantuvieron el bloqueo sobre la ciudad durante más de un año, desde julio de 1713 hasta septiembre de 1714.
Todo este período estuvo lleno de enfrentamientos de gran crudeza. La conquista de los enclaves situados en tierra de nadie fue costosísima para las fuerzas borbónicas, que se resarcieron mediante dos meses de bombardeos inmisericordes sobre la ciudad. La ferocidad de la lucha durante el asalto final impactó a los contemporáneos. Un cronista escribió: «No se ha visto en este siglo semejante sitio. Cada palmo de tierra costaba muchas vidas. Todo se vencía a fuerza de sacrificada gente, que con el ardor de la pelea ya no daba cuartel, ni le pedían los catalanes, sufriendo intrépida la muerte».

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Caída de Barcelona
Este grabado de Hyacinthe Rigaud representa el asalto borbónico contra el baluarte de Santa Clara de Barcelona. Se puede ver en la parte izquierda la torre de San Juan a punto de ser derruida.
Foto: Ramon Manent

El Born Centro Cultural
Clausurado en el 1971, el mercado del Born, con su estructura metálica del siglo XIX, quedó sin función hasta que unas obras para convertirlo en biblioteca sacaron a la luz los restos del siglo XVIII.
Foto: Jordi Play / Photoaisa

Casa del Gremio de tenderos de Barcelona
En este edificio de 1678 estaba ubicado el gremio de tenderos de la ciudad condal, en la barcelonesa plaza del Pi. Los esgrafiados de su fachada son del siglo XVIII.
Foto: Ramon Manent

El antiguo Born: un barrio de artesanos y mercaderes
Esta reconstrucción recrea una sección del barrio del Born arrasado en 1716. En primer termino aparece la plaza del Bornet y un tramo del Rec Comtal, el canal que desde la Edad Media abastecía de agua a la ciudad. La plaza estaba pavimentada, aunque por lo general las calles eran de tierra. Se trataba de un barrio popular, en el que predominaban los artesanos modestos, aunque también había negociantes enriquecidos recientemente.
Foto: Guillem H. Pongiluppi, Born 1714 memòria de Barcelona. Angle Editorial

La vida en el barrio de la Ribera
A principios del siglo XVIII, el barrio de la Ribera –contiguo al Born– vivía diariamente inmerso en un ajetreo constante. Poblado principalmente por marineros, tejedores y otros artesanos, era la zona más popular e industrial de Barcelona. Tras el sitio de 1713-1714 fue arrasado en gran parte, hasta la plaza del Born. 
Foto: Guillem H. Pongiluppi, Born 1714 memòria de Barcelona. Angle Editorial

Mapa de Barcelona, 1806.
En este mapa del siglo XIX se puede apreciar la Ciudadela en la parte derecha –construida por Felipe V después de la victoria de las tropas borbónicas– y el barrio de la Barceloneta en primer término, en la lengua de tierra que se extiende sobre el mar.
Foto: Prisma Archivo
Albert García Espuche, 
arquitecto e historiador

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La toma de Barcelona por las tropas borbónicas, el 11 de septiembre de 1714, puso fin a la guerra de Sucesión que durante más de diez años había sacudido España y el conjunto de Europa. Para Cataluña, al igual que para los demás territorios de la Corona de Aragón, las consecuencias fueron dramáticas, pues la nueva dinastía borbónica abolió el sistema legal propio y durante un largo período ejerció una fuerte represión.
Barcelona perdió asimismo sus instituciones tradicionales, empezando por el célebre Consejo de Ciento. Pero eso no fue todo. Las nuevas autoridades ordenaron construir al este de Barcelona una fortaleza, la Ciudadela, para asegurarse el control de la ciudad. En torno a ella se estableció una amplia explanada que debía quedar libre de edificaciones, lo cual supuso el derribo de un sector considerable del barrio de la Ribera, hasta tocar la plaza del Born. La operación afectó a un millar de casas. Los habitantes, a los que se asignó una indemnización que no cobraron, debieron instalarse en otros puntos de la ciudad o abandonarla.
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11 de septiembre de 1714, la caída de Barcelona

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Casi trescientos años más tarde, una parte de esa Barcelona destruida salió inesperadamente a la luz. A partir de 2000-2001, las obras de reforma del mercado del Born revelaron los fundamentos de las casas derribadas por las autoridades borbónicas. El yacimiento corresponde al cinco por ciento de la zona arrasada y permite contemplar el trazo de lo que fue un barrio popular, con calles estrechas, casas y talleres y una acequia que lo atravesaba. Además, se ha localizado un gran número de objetos, particularmente de cerámica. Con todo, cabe decir que estos restos arqueológicos sólo representan una parte de las fuentes de información relativa a la vida de la ciudad y el Born en torno a 1700.

El yacimiento del Born, en efecto, se caracteriza por un hecho que le proporciona singularidad: la ingente masa de información, obtenida en los archivos, que se puede asociar a las casas y a las personas de aquella zona de Barcelona. El punto de partida del trabajo desarrollado por el autor de este artículo ha sido el estudio detallado de la descripción de la ciudad proporcionada por el «apeo» o censo inicial del catastro borbónico, datado el mes de mayo de 1716, poco antes del citado derribo de casas que originaría el yacimiento.

Huellas de un pasado olvidado

Este conjunto documental único permite situar, en el lugar exacto del espacio urbano, cada casa y cada familia de la ciudad descritas, y, por lo tanto, vincular personas y actividades concretas a todos los puntos del yacimiento. A partir de aquí ha sido posible, gracias sobre todo a las riquísimas actas notariales, completar los restos arqueológicos con una infinidad de datos sobre los habitantes, la estructura física de las casas y los interiores de las viviendas y las tiendas. Las personas que habitaron en el área del yacimiento están ahora tan presentes en él como lo están las piedras que lo forman. Tienen nombres y apellidos, y conocemos sus relaciones familiares y sociales, sus actividades laborales y económicas, sus intereses y aspiraciones.
Y respecto de las casas que habitaron, se puede describir el uso y el contenido de todas sus habitaciones, incluidas las de los pisos situados por encima de la planta baja, de los que no ha quedado rastro en el yacimiento. La investigación del Born ofrece un magnífico ejemplo de las capacidades explicativas de la "microhistoria", el estudio pormenorizado que se interesa por las personas "anónimas".
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Todo ello permite ver de otra manera la historia de Barcelona a lo largo del siglo XVII. Tradicionalmente, la historia catalana de los siglos XVI y XVII se ha presentado como un tiempo de "decadencia", tanto de Cataluña en general como de su capital. Aunque hace tiempo que algunos historiadores ya habían demostrado que eso no era cierto, el estudio del Born ha añadido nuevos argumentos en contra de esa supuesta decadencia y ha mostrado que, en realidad, a lo largo del siglo XVII se produjo una mejora constante del nivel de vida de la población barcelonesa, muy especialmente de las capas medias de la sociedad.
La documentación muestra, por ejemplo, el enriquecimiento progresivo del mobiliario y la decoración de las casas del barrio, en las que aparecen cuadros, espejos y cortinas, camas con "estrado" y decoradas. También se observa una abundancia creciente de la ropa que las familias guardaban en cajas y armarios. Se sabe que en algunas casas lucían preciadísimos tapices de Flandes, más valiosos que los propios edificios. Naturalmente, había también individuos menos afortunados, como las viudas que debían alquilar una pequeña habitación y trabajar como criadas para subsistir y que dejaban en su testamento muy escasos bienes: una cama sencilla, un pequeño armario con ropa de casa y de vestir, algún objeto devocional, enseres de cocina...
Barcelona era una ciudad diversa y muy dinámica económicamente, conectada con medio mundo gracias a su fuerte actividad comercial. Algunos sectores tradicionales mantenían su impulso, como el textil, el vidrio o la platería, pues la ciudad era uno de los centros de producción de joyas más reconocidos. Pero junto a ellos se desarrollaron otras actividades nuevas, como el aguardiente. Otro reflejo de la expansión comercial de las décadas finales del siglo XVII es el auge de los trajineros, encargados de todo tipo de transporte de mercancías.

Tiendas abarrotadas

Un signo elocuente de la relativa bonanza que vivió la ciudad a finales del siglo XVII lo ofrece la multiplicación de tiendas cada vez mejor surtidas, en particular las llamadas droguerías, lo más parecido que había entonces a un supermercado. Sus escaparates llenos de cajas con productos de todo tipo atraían una creciente clientela. En las droguerías se vendía una amplia variedad de artículos: tintes o colas para artesanos, jabones y otros productos de limpieza, alimentos como arroz o harina... A la vez, servían como confiterías en las que se vendían dulces, pasteles o turrones, junto con los productos de origen exótico que cobraron creciente popularidad: el chocolate o el tabaco.
Este último en particular tuvo un éxito clamoroso, hasta el punto de que las droguerías abrieron secciones especiales y se crearon "tiendas de tabaco" independientes. En ellas se vendían incontables tipos de tabaco: "tabaco Baltasar", "de palillos", "florentino Brasil", "de Labrutta", "de aguas", de "Sevilla", hasta más de un centenar de tipos. La pasión por el tabaco llegó al extremo de que la Iglesia prohibió tomarlo en las iglesias, no sólo a los fieles sino también a los sacerdotes, que al parecer lo consumían mientras daban misa. Así lo expresaba una constitución del Sínodo de Barcelona de 1673: "Como el uso del tabaco se haya hecho hoy tan frecuente entre personas eclesiásticas, que no sólo lo usan en lugares públicos, sino incluso en las iglesias y, lo que es peor, muchas veces asistiendo en el coro, procesiones y administrando en el altar, estatuimos y mandamos que los eclesiásticos se abstengan del todo en tomar tabaco en las iglesias mientras se oficie y exhortamos a todas las personas seculares a que en los templos sagrados se abstengan del uso del dicho tabaco".

Música y casas de apuestas

Los barceloneses también se aficionaron al café, y para ello se abrieron locales especiales que ofrecían un ambiente sosegado para degustarlo. Estos establecimientos eran seguramente de dimensiones modestas; de uno se sabe que tenía tres mesas de madera cubiertas con tapas de bayeta (para jugar a dados o cartas), tres bancos y siete taburetes, con las puertas protegidas por un biombo (ventalla) de tela. Un rótulo de madera lo anunciaba en el exterior. Otra cafetería se llamaba Casa del Café. Asimismo, diariamente se traía hielo desde las sierras del Montseny o desde Castellterçol para enfriar el vino y confeccionar granizados.
Un elemento muy presente en la vida diaria de los barceloneses de finales del siglo XVII era la música, y a este propósito los archivos muestran algunos casos sorprendentes. Por ejemplo, se ha localizado a un pescador, uno de los oficios más humildes del período, que tenía en su casa un arpa, una guitarra y dos guitarrones. Otro artesano modesto, un tejedor, tocaba con solvencia el violín, y de un herrero se sabe que era un experto bailarín, capaz de actuar ante el virrey de Cataluña. De hecho, Barcelona contaba con un pujante sector de fabricantes de instrumentos, en particular de cuerdas de guitarra o violín. Los llamados cordeleros de viola elaboraban las cuerdas con intestinos de animales, especialmente corderos, que compraban en los mataderos y lavaban en talleres situados junto al Rec Comtal, la acequia que atravesaba la zona del yacimiento del Born; por ello, allí se concentraban gran parte de estos artesanos.
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En Barcelona había también mucha afición por el juego. Se sabe que a finales del siglo había en toda la ciudad una veintena de casas de juego o triquets, varios de ellos en el área del yacimiento del Born. Los triquets ocupaban parte de casas particulares y en ellos se jugaba (y se apostaba) a cartas, a los dados, al billar, al juego de la argolla o al juego de la raqueta (o de la pelota), antecedente del tenis. Los barceloneses fueron incluso precursores de la ruleta –en la variante denominada "juego de la oca"– y de la lotería, como la organizada en el año 1700. No es extraño por ello que las autoridades en 1680 se quejaran del "gran concurso de casas de juego a las que concurren tanta diversidad desujetos, que no tienen invitados y arbitrios para sustentarse si no es en el juego".

La ciudad en fiesta

Aunque Barcelona estaba fuertemente marcada por la religiosidad, también se entregaba con fervor a la fiesta. De hecho, su carnaval era famoso y admirado. El dramaturgo Pedro Calderón de la Barca lo evocó con entusiasmo en una obra de teatro escrita a mediados del siglo XVII, El pintor de su deshonra. Allí se refería al "aplauso que pregona / la fama de Barcelona, / viendo publicadas ya / sus carnestolendas". Tras la experiencia que vivió en el carnaval barcelonés, la protagonista declara: "No tuve mejor día en mi vida". Todos se ponían máscaras de cera (que fabricaba en exclusiva el gremio de pintores) y disfraces variopintos y asistían a obras de teatro y corridas de toros. Las autoridades quisieron abolir la fiesta por los supuestos "abusos" y "pecados escandalosos" que se cometían, pero no hubo manera; en 1693 "vino a haber la mayor bulla de Carnestoliendas que se hubiese visto de memoria de los que vivían, con tanto número de máscaras que parecía no quedaba quien no se mascarase".
No menos aclamadas eran las celebraciones en ocasiones oficiales, como la proclamación de un nuevo monarca, el cumpleaños de una infanta o la entrada en la ciudad de un virrey. Entonces las autoridades gustaban de iluminar la ciudad mediante antorchas y fuegos artificiales, que hacían decir a todos que «la noche se hace día». Un poeta glosaba de este modo el espectáculo organizado en Barcelona en homenaje a don Juan de Austria: "Viendo que de cada ventana / volaban de mil en mil, / en cohetes y carretillas [ruedas de fuegos artificiales], / sus rayos ardientes y sutiles, / todo era un pasmo de fuego, / todo un incendio, / todo una Troya abrasada / del palacio del deseo […] Estaba en esta ocasión / la ciudad hecha un jardín / de luces: cada balcón un sol, / cada ventana un Olimpo".

Los delitos y el peso de la ley

En contraste con estas expansiones festivas, en Barcelona se vivía también una conflictividad cotidiana entre vecinos, provocada por mil y una causas y que podía tener desenlaces sangrientos. Por ejemplo, en 1697 dos jóvenes cordeleros de viola, Martorell y Ferrer, mantenían una disputa por una deuda relacionada con la compra de material para su trabajo. Una tarde Ferrer acudió al taller de su contrincante y empezaron a pelearse con piedras. Cuando Ferrer estaba encima de Martorell un amigo de este último sacó una pistola e intentó detener el ataque, pero entonces intervino un compañero de Ferrer. Éste, que acabó sangrando, amenazó a los testigos con matarlos si denunciaban el caso a las autoridades, pero al final ambos debieron comparecer ante el veguer.
El "hombre común" participaba en el gobierno de la ciudad en un grado superior al de muchas otras poblaciones de su contexto geográfico
Éste es un ejemplo típico de la violencia que podía estallar en cualquier momento en la ciudad. Pero también resulta característico que al final acabara interviniendo la autoridad. En Barcelona, en efecto, se aplicaba una justicia rápida. Los barceloneses respetaban los usos, las costumbres y las leyes, y eran continuas las visitas a los notarios para dejar constancia de que todo se había hecho correctamente. No sólo eso, sino que el "hombre común" participaba en el gobierno de la ciudad en un grado superior al de muchas otras poblaciones de su contexto geográfico. Como escribió el filósofo y político florentino Francesco Guicciardini, que visitó la capital de Cataluña en 1512, Barcelona era "una ciudad para todos".

Secretos del Born - El yacimiento

Sabemos que las ciudades están hechas de capas históricas superpuestas, que son palimpsestos sobre los que se escribe y se reescribe sin cesar. Pero es insólito poder contemplar, como sucede en el yacimiento del Born, tres de esas capas en una sola visión y en un único espacio. La primera etapa corresponde al barrio arrasado a principios del siglo XVIII; la segunda, a la explanada y los paseos públicos que se crearon en la zona posteriormente; la tercera, a finales del siglo XIX, el momento en que se construyó el mercado.
Un hecho que ha aumentado el interés de las ruinas del Born es que, en el momento de despejar el terreno frente a la ciudadela, no fue necesario arrasar completamente las viviendas; como éstas se encontraban en una zona deprimida, se demolieron sólo hasta una altura de un metro aproximadamente, con lo que se ha conservado una parte considerable de las estructuras. Ésta fue una de las razones que justificaron la decisión de conservar el yacimiento y desarrollar en torno a él el Proyecto del Born, que ha dado lugar en los últimos años a una importante serie de publicaciones. Todo ello basado no sólo en los hallazgos arqueológicos, sino también en la investigación documental que se ha desarrollado paralelamente.

A tiros en el born - Duelo entre menestrales

Los carniceros tenían particular mala fama en Barcelona, y así lo abona el caso de Miquel Font, un vecino del Born de quien se decía que siempre llevaba armas de fuego y buscaba bronca con los demás. Un día de 1710, Font vio un cordelero de viola, Anton Corrales, hablando con una chica en una ventana y poco después fue en su busca. Según un testimonio, salieron uno al lado del otro de la esquina de la calle de las Capuchas. Font iba con una capa de paño azul y dos pistolas en el cinto, mientras Corrales, vestido con un capote (gambeto), llevaba un espadín en el costado y pistola en la mano derecha.
En cuanto entraron en la plaza de Vilanova, Corrales dio un manotazo con la mano izquierda en el brazo derecho de Font y a continuación se pusieron uno frente al otro. Empezó entonces la pelea, o más bien el duelo. Los amigos de Font declararon que estando muy cerca entre sí Corrales apuntó y disparó hasta matar a Font. Los compañeros de Corrales, en cambio, aseguraron que primero disparó Font y que solo al ser herido Corrales disparó la pistola, para evitar que lo matara, tras lo que intentó refugiarse en una iglesia. En cualquier caso, es probable que el incidente tuviera que ver con el tipo de prostitución encubierta que era corriente en Barcelona.

La ciudad asediada - Tiempos de guerra

La ciudad quedó "casi del todo demolida por el estrago de las bombas que tiraron en el espacio de cuatro meses"
En el cuarto de siglo que va de 1690 a 1715, Barcelona se vio golpeada como pocas otras ciudades por la guerra. Los franceses la bombardearon en 1691 y la sometieron a un duro asedio en 1697. Durante la guerra de Sucesión, fue sitiada por británicos y holandeses en 1704, conquistada por estos mismos (sin resistencia) en 1705 y asediada por los borbónicos en 1706.
Pero el episodio más destructivo fue el asedio borbónico de 1713-1714, que derivó en un intenso bombardeo desde abril de 1714 y que culminaría con el asalto de septiembre. Según las crónicas, corroboradas por la documentación, la ciudad quedó "casi del todo demolida por el estrago de las bombas que [los sitiadores] tiraron para su ruina, en el espacio de cuatro meses, cuyo número pasa de 50.000, entre bombas y granadas reales". Ocupada la ciudad, las nuevas autoridades construyeron una gran ciudadela en Levante, con una amplia explanada que dio lugar al derribo de las casas del Born. Se pensó realojar a los vecinos en dos nuevos barrios, pero sólo décadas más tarde se construyó la Barceloneta, en terreno de la playa.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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