Imagen: Archivos del Blog: A Vuelo de un Quinde.
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Blog dedicado a cuentos, notas de interés, actividades políticas , sociales, historia, artes culinarias, fiestas patronales, astronomía, ciencia ficción, temas del Medio Ambiente ,y del acontecer Peruano y Mundial desde otro punto de vista ... Muy Personal y diferente!!!.
*** Blog Fundado el 03 de Enero del 2008 ***
Guiomar Huguet Pané
En 1878, 30 años después de que el sufragismo empezara a tomar forma en Estados Unidos en la célebre convención de Seneca Falls, nació en un pequeño pueblo de Tennesse, EE.UU. Hattie Ophelia Wyatt Caraway. Aunque tardaría en saberlo, esta mujer estaba destinada a beneficiarse de los derechos por los que sus predecesoras compatriotas lucharon y a los que ella también dedicó parte de su carrera profesional.
La infancia de Wyatt Caraway transcurrió sin mayores sobresaltos en su Bakerville natal. Su padre regentaba una tienda en la que vendía los productos que obtenía de su trabajo en el campo y, a pesar de la relativa pobreza de su familia, Hattie siempre tuvo la ambición de llevar a cabo estudios superiores. Gracias a la generosidad de una tía rica accedió a la universidad y, después de 3 años de dedicación y trabajo, se graduó y pudo empezar a ejercer como profesora.
Durante los años que pasó en la universidad conoció al que sería su marido, Thaddeus Caraway, una de las personas que más influiría en su vida posterior. Tras casarse y comenzar a formar una familia, se trasladaron al vecino estado Arkansas, donde Wyatt Caraway pasó los primeros años completamente dedicada al cuidado de la casa y sus tres hijos, encargándose a su vez de la supervisión de la granja de algodón que poseía la familia.
En 1914 y con 36 años, Hattie Caraway ya había ejercido como profesora, había dejado su pueblo natal y era una mujer casada con tres hijos que se dedicaba a llevar la casa y supervisar el buen funcionamiento de la granja familiar.
Thaddeus Horatius Caraway, con quien aparece retratada en la imagen en 1926, fue nombrado senador en 1921, un hecho que cambiaría la vida de Hattie Ophelia Wyantt Caraway cuando heredó el puesto de su esposo tras su repentina muerte.
Puesto que su marido Thaddeus Caraway fue elegido miembro del Senado de los Estados Unidos en 1921, la pareja estableció una segunda residencia en Washington. Si bien es cierto que Hattie mostró interés en la carrera política de Thaddeus, se implicó activamente y participó en sus campañas electorales, al principio evitó la vida social y cultural de la capital y se mantuvo apartada de la campaña por el sufragio femenino. Sin embargo, todo cambió en 1931 cuando su marido murió repentinamente a los 60 años. Según la tradición, la viudas eran nombradas con el mismo cargo que hasta entonces habían ostentado su maridos, por lo que Hattie Ophelia Caraway se convirtió en una nueva miembro del Senado. En realidad fue la segunda mujer senadora de la historia, puesto que anteriormente Rebecca Felton ocupó el cargo de senadora durante un día. Estos nombramientos estaban destinados a cubrir el vacío dejado por la ausencia de un senador hasta la siguiente elección, momento en el cual sus esposas eran apartadas.
Pero al término de ese periodo de tiempo, Hattie Ophelia Caraway decidió presentarse como candidata al mismo puesto y, con el apoyo del Partido Demócrata de Arkansas, ganó y en enero de 1932 se convirtió en la primera mujer en la historia de Estados Unidos en ser elegida para el Senado. A los periodistas que la entrevistaron les dijo: “se ha acabado el tiempo en que las mujeres son puestas en un lugar solo mientras se prepara a otro para que asuma ese trabajo”.
Tras su elección, Caraway explicó a los periodistas: “se ha acabado el tiempo en que las mujeres son puestas en un lugar solo mientras se prepara a otro para que asuma ese trabajo”.
En 1936, Hattie Ophelia Wyatt Caraway posa en las escaleras del Capitolio, en cuya ala norte está ubicado el Senado de los Estados Unidos. Tres años atrás se había convertido en la primera mujer elegida como senadora del país.
Durante su primer periodo como senadora demostró que sus preocupaciones estaban en línea con sus principios y con los problemas de la comunidad en la que se había criado. Sus principales esfuerzos estuvieron enfocados en iniciativas que daban apoyo a la agricultura y al comercio, con una particular atención por los granjeros, y puso especial empeño en mejorar las leyes que protegían a los veteranos de guerra. En 1933, Franklin D. Roosevelt fue elegido presidente de los Estados Unidos y puso en marcha el New Deal para tratar de sacar al país de la crisis provocada tras la caída de la bolsa de 1929. Wyatt Caraway dio apoyo a la gran mayoría de iniciativas que lideró Roosevelt, pues decía de él que “sí, tropieza, pero al menos tropieza hacia delante”.
De nuevo y contra todo pronóstico, en 1938 ganó la reelección, sentando un nuevo precedente en la historia de Estados Unidos. Además, también fue la primera mujer en presidir una sesión senatorial y la primera en liderar uno de los comités en los que se divide el senado estadounidense.
Parece que a medida que se fue desarrollando su carrera política, fue creciendo de manera paralela una mayor consciencia sobre las desventajas que afrontaba cualquier mujer que trataba de formar parte del sistema. Por ello, en 1943 se convirtió en una pionera copatrocinadora de la Equal Rights Amendment, que pretendía invalidar las leyes estatales y federales que discriminaban por razón de sexo. Lamentablemente, esta enmienda no fue aprobada hasta 1979.
Lo intentó una tercera vez, pero no consiguió ser reelegida en la campaña de 1944. En su último día como senadora, recibió una inusual ovación de todos sus colegas, que despedían así a la “silenciosa Hattie”, una mujer que sin grandes aspavientos, había marcado un hito en la historia de la política y del feminismo estadounidense.
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Ana María Iglesias / *The Conversation
Madre de 10 hijos, de los que dos fueron reyes, muchas de las casas reales de Europa occidental llevan su sangre. Sin embargo, algunos rasgos de la fascinante reina Aliénor de Aquitania, Leonor en español, siguen siendo un enigma.
Casi no existen documentos escritos por ella. Más allá de sus cartas y hazañas no sabemos demasiado de esta mujer. Su físico, personalidad y pensamientos son incógnitas que inspiran a los novelistas. Leonor de Aquitania es protagonista de muchas novelas porque dejó su estela de mujer longeva, inteligente, intrépida, culta e insumisa en la historia de las monarquías europeas.
Duquesa de Aquitania por herencia, a los 15 años es coronada Reina consorte de Francia al casarse con Luis VII El Joven. Con 24 años se embarcó con él en la Segunda Cruzada. El viaje fue un tortuoso fracaso y provocó numerosos enfados con su marido. Unos dicen que por los celos de la excelente y ambigua relación con su tío Raimundo de Antioquía. Otros cuentan que fue por las diferencias en las pericias del trayecto. Lo cierto es que hasta el Papa Eugenio III tuvo que intervenir en la reconciliación.
Sin embargo, poco después de regresar consiguieron la anulación eclesiástica del matrimonio. No se llevaban bien y parece que Leonor no estaba dispuesta a llevar una vida anodina de sumisión. También se argumenta que sólo tenían dos hijas y Luis estaba impaciente por tener un varón, de hecho, tuvo que casarse hasta cuatro veces para tener el necesario heredero. Otras versiones dicen que ya se había enamorado de Enrique Plantagenêt.
Todas estas explicaciones son posibles. Pero hay que tener en cuenta que era habitual que un hombre repudiara a la esposa alegando consanguinidad, o no tener hijos, aunque en realidad muchas veces fuera por política estratégica. En este caso, parece que ella lo promovió y Luis consintió, a pesar de que le supuso la pérdida del ducado de Aquitania, propiedad de Leonor.
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Con 30 años, y sólo tres meses después de su divorcio, Leonor se convierte en reina consorte de Inglaterra al casarse con el conde de Anjou, Enrique II Plantagenêt. Un reinado lleno de aventuras para contar. Veinte años después, en 1173, Leonor encabezó una revuelta desde Francia contra su propio marido, el rey, pero las tropas de Enrique consiguieron capturarla cuando huía a París disfrazada de varón. El rey Enrique la confinó y, hasta que él no murió, no fue liberada. Hay discrepancias sobre cuántos años estuvo encerrada: unos dicen que 11, otros 14, o incluso más.
Se cuenta en las biografías más antiguas que esta revuelta fue motivada por celos a la amante del rey, Rosamunda Clifford. Sin embargo, que los reyes tuvieran amantes era sabido y habitual. Otras razones políticas dan más sentido a esta subversión: con el tiempo Enrique se volvió un déspota cruel e intransigente; no quería ceder del todo a sus hijos los poderes de sus territorios; además, sus desacuerdos políticos con Tomas Becket, y su sangriento asesinato pudieron también ser una razón de peso.
Las diferentes interpretaciones de este asunto abren la puerta a la imaginación en las novelas. Lo que es cierto es que Leonor, tras su liberación, ya viuda, y madre del recién coronado Rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León, desarrolla un enorme protagonismo político durante todo el resto de su vida.
Representación de Enrique II y Leonor de Aquitania en un manuscrito iluminado del siglo XIV.
En sus dos reinados llevó a la corte la elegancia y sofisticación de la suntuosa Poitiers, la ciudad de su infancia. El refinamiento de Leonor es resultado de su conocimiento de las artes y de una vida rodeada de intelectuales de primer orden. De hecho, y siempre bajo el auspicio de los reyes, Leonor fue mecenas de muchos artistas, y se llevaba a los trovadores, músicos y poetas allá donde fuera.
En el siglo XII francés, la poesía constituía un entretenimiento, pero también supuso el redescubrimiento de la sensibilidad. Disfrutar de la cultura comienza a ser rasgo aristocrático y una forma de diferenciarse de la plebe. El tema literario del amor cortés y del fino amor que la corte de Leonor promueve refleja esta distinción de clases: a las mujeres nobles había que conquistarlas y al resto simplemente poseerlas.
Afirmar que Leonor era feminista podría resultar un tanto arriesgado, pues no hay pruebas rigurosas para determinarlo. Sin embargo, Leonor defendía ante todo su poder sobre Aquitania frente a sus maridos. Según los historiadores Martin Aurell y Jean Flori, mejor no caer en anacronismos; las mujeres de la monarquía francesa del siglo XII se mantenían en un segundo plano en la esfera pública, sólo tenían protagonismo como madres, si el rey hacía largos y lejanos viajes o si eran capturados.
Aun así, para el medievalista Georges Duby fue el siglo de las herederas, y, como describe la historiadora Helen Castor, Leonor y otras reinas de la época desafiaron a los hombres y fueron insumisas, audaces, intrépidas y valientes.
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Fue protectora y mecenas de la Abadía de Fontevraud, donde estuvo retirada largos periodos durante su vejez. La convirtió en su lugar de descanso, centro cultural y también la necrópolis real de los Plantagenêt. Gobernada siempre por mujeres, su estela como círculo cortesano, intelectual y artístico duró casi setecientos años.
Fue desmantelada durante la Revolución francesa, y en 1804 Napoleón la transformó en una durísima cárcel. Lo fue hasta 1963. Logró finalmente recuperar su papel como centro cultural en 1975. Aunque los restos de Leonor descansan en Fontevraud, no se sabe con certeza si murió aquí, en Chinon o en Poitiers.
Las tumbas de Eleanor de Aquitania y Enrique II en la Abadía de Fontevraud.
La reina Leonor vivió 82 años cuando esperanza de vida era de unos 54. Sin embargo, algunos historiadores explican que la longevidad era habitual entre las mujeres de la aristocracia. Agotada y enferma tras una larga vida llena de avatares, con ocho de sus diez hijos ya fallecidos, murió el 31 de marzo de 1204. Lo que sí es indudable es que se llevó su singularidad hasta la efigie de su tumba, en la que yace inmortal leyendo un libro.
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*Ana María Iglesias es profesora y Doctora especialista en estudios culturales franceses y Análisis del Discurso en la Universidad de Valladolid. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.