domingo, 14 de septiembre de 2025

Los grandes barcos de guerra de Roma: Águilas del mar: la marina de guerra romana

 Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos entrega un reportaje sobre los grandes barcos de guerra del Imperio Romano, cuyos soldados fueron grandes guerreros cuando luchaban en tierra, pero nunca sintieron la misma pasión en las guerras que se enfrentaron en el mar, aún así lograron grandes victorias contra ejércitos más poderosos, tal como la batalla de Actium... siga leyendo....................


Los romanos eran fieros soldados cuando luchaban en tierra, pero nunca sintieron la misma pasión guerrera en el mar. Aun así, adaptaron la flota y las tácticas a su carácter y consiguieron grandes victorias ante potencias navales mucho mayores.


Dos naves de guerra en combate en un fresco del santuario de Isis de Pompeya.

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Mientras fenicios y griegos surcaban el mar con el fin de fundar colonias y establecer sólidas rutas comerciales, los romanos prefirieron vertebrar la tierra construyendo innumerables calzadas que conectaban cada uno de los puntos de su vasto territorio. Quizá por el miedo a lo desconocido y a lo inesperado, los romanos sintieron repulsión hacia el mar. 

Ejemplo de esta actitud son las palabras de un soldado a Marco Antonio antes de la batalla de Actium: «¿Por qué pones tus esperanzas en unos maderos podridos? Que combatan en el mar egipcios y fenicios. A nosotros danos tierra, en la que estamos acostumbrados a mantenernos firmes hasta morir o vencer». Las conquistas pusieron en manos de Roma todas las orillas del Mediterráneo, convertido en el Mare Nostrum («nuestro mar»), y aunque los romanos no sintieron apego al agua, muchas de las grandes contiendas de su historia se decidieron en el mar. 

En sus inicios, el poderío militar romano se basó en una formidable infantería; los pocos barcos que tenía Roma los empleaba en hacer frente a posibles ataques externos y en labores de vigilancia, por lo que no consideraba necesario tener una escuadra en condiciones. Este desprecio por la guerra marítima se hizo evidente en el año 338 a.C., después de la victoria contra el pueblo latino de Ancio, que tenía una pequeña flota. Los romanos no supieron qué hacer con esas naves y decidieron llevar una parte a sus astilleros e incendiar el resto. Una vez desmontados los barcos, se quedaron los espolones como trofeo y los incrustaron en la tribuna principal del Foro; de ahí el nombre de ese espacio: Rostra, «espolones».


Legionarios listos para el combate en galeras equipadas con torres de combate. Relieve de la batalla de Actium encontrado en Italia y hoy expuesto en la Casa de Pilatos de Sevilla.

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Tras la conquista de la península Itálica llegó el conflicto con Cartago por el control de Sicilia, y a mediados del siglo III a.C. estalló la primera guerra púnica. Los cartagineses eran un pueblo de gran tradición marítima y la superioridad púnica en el mar era evidente. Pero la mentalidad práctica romana y su habilidad para aprovechar y mejorar aquello en lo que otros pueblos eran superiores, convirtieron su defecto en una virtud. En su Historia, Polibio cuenta «de qué modo se hicieron marinos por primera vez los romanos». 

Según su relato, tomaron como modelo un barco de combate cartaginés encallado a orillas de Sicilia para construir una flota de cien quinquerremes y veinte trirremes.  «De no haber acaecido este accidente, sin duda su impericia les hubiera imposibilitado llevar a cabo la empresa», aseguraba. Pero el ingenio romano también produjo brillantes ideas originales, y para vencer a los cartagineses idearon una serie de artilugios que ajustaban las condiciones náuticas a su carácter poco propenso a actividades marítimas.



Un ‘cuervo’ para el abordaje

Si los romanos destacaban en el combate en tierra firme, lo más práctico era convertir una batalla marítima en un enfrentamiento terrestre. Así nació el corvus o «cuervo», una pasarela que se lanzaba sobre el barco enemigo y se enganchaba a él con un garfio similar al pico de aquella ave. Esto permitía a la infantería romana abordar el navío y entablar un combate cuerpo a cuerpo, en el que sus soldados eran expertos, además de capturar el barco sin hundirlo. El corvus ya demostró su eficacia en el primer combate naval de envergadura que emprendieron los romanos. En el año 260 a.C., frente a las costas de Milas (al norte de Sicilia), el cónsul Cayo Duilio derrotó contra todo pronóstico a la armada cartaginesa, capturando o hundiendo 50 barcos enemigos. Tan sonada fue esta victoria que al cónsul le fue concedido el privilegio de celebrar un triunfo en Roma. 


Columna decorada con espolones en honor al cónsul Cayo Duilio por su victoria en milas. Museo de la Civilización Romana, Roma.

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Cuatro años después, al sur de Sicilia, la eficacia militar romana volvió a ser decisiva. En la batalla del cabo Ecnomo, aunque las dos flotas estaban bastante equilibradas, Roma demostró una vez más su mayor capacidad operativa. Las cifras del enfrentamiento no dejan lugar a dudas: 198 barcos hundidos o capturados en el bando cartaginés por tan  sólo 24 de la flota romana. La guerra acabó en el año 241 a.C. con otra aplastante victoria naval romana al este de Sicilia, en las islas Egadas. Cartago perdió la mitad de su flota y tuvo que firmar la paz. 

Después de las guerras púnicas, Roma usó su armada contra los piratas y sobre todo como soporte logístico en campañas militares terrestres. Julio César, por ejemplo, empleó la flota en su conquista de las Galias cuando se enfrentó en el año 56 a.C. a los vénetos, en la actual Bretaña. Los navíos romanos estaban preparados para el tranquilo mar Mediterráneo pero no para soportar las grandes olas del océano Atlántico. 

En Leptis Magna, un importante enclave comercial del norte de África que pasó de manos cartaginesas a romanas tras las guerras púnicas, se alzan los dos arcos de triunfo de la imagen, erigidos por Septimio Severo y Antonino Pío.

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Los barcos vénetos eran más resistentes, con quillas más planas y proas más altas. Los buques romanos eran más rápidos, pero no podían embestir a los barcos enemigos ni arrojar flechas certeras, así que César –igual que había hecho Duilio dos siglos antes contra los cartagineses, en Milas– optó por emplear técnicas terrestres en el mar. Armó sus barcos con pértigas que tenían unos garfios en la punta, y con ellos destrozaron los mástiles de las naves galas facilitando su abordaje. 
Un año más tarde, recurrió de nuevo a la flota en su primera expedición a Britania (la isla de Gran Bretaña). La escena que describe César evoca otro episodio ocurrido dos mil años más tarde al otro lado del Canal: el desembarco de Normandía. Los legionarios salieron de los botes a varios metros de la costa y se vieron obligados a avanzar haciendo frente al oleaje, con el peso de sus armas a cuestas; bajo una lluvia de flechas y acosados por la caballería britana. 


Batalla naval del cabo Ecnomo durante la Primera Guerra Púnica. Dibujo de Gabriel de Saint-Aubin 1763.

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El propio general reconocía en sus crónicas que sus soldados, «aterrados y no acostumbrados a este tipo de lucha, no empleaban la misma fiereza que en los combates a pie». Hasta que el portaestandarte del águila, el emblema de las legiones, se lanzó al mar gritando: «Saltad, si no queréis que el águila acabe en manos del enemigo». Estas palabras insuflaron ánimo en los legionarios, que se emplearon a fondo hasta llegar a la orilla y lograron poner en fuga a los britanos.



La batalla por el poder

El último gran escenario en el que la marina jugó un papel decisivo fue la batalla de Actium, que en el año 31 a.C. decidió la guerra civil entre Marco Antonio y Octavio, el futuro emperador Augusto. La flota de Antonio contaba con unos quinientos barcos y más de cien mil hombres y era superior a la de Octavio en número de soldados, pero no en barcos, que eran grandes octarremes y decarremes, muy difíciles de maniobrar. Esto permitió a las naves de Octavio, más pequeñas y ligeras, rodear y apresar los enormes barcos de su contrincante. El resultado final del combate fue la huida de Marco Antonio y Cleopatra a Alejandría, y la captura por parte de Octavio de unos trescientos navíos. Una victoria aplastante que decidió el curso de la guerra.

Una vez en el poder y sin grandes enemigos en el mar, Augusto adaptó la flota a la nueva situación de hegemonía absoluta de Roma y la distribuyó en pequeñas bases por los ríos que marcaban las fronteras naturales del Imperio. Estableció una escuadra permanente en Miseno y otra en Ravena, con embarcaciones ligeras: birremes y liburnas construidas a imitación de los veloces navíos piratas que debían combatir. Siglos más tarde, el Imperio romano de Oriente asumió la hegemonía de los mares y construyó barcos más pequeños, con dos velas para aprovechar el viento, que anticiparon el tipo de navío que se emplearía en la Edad Media.

NATIONAL GEOGRAPHIC 
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui

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