Según Cervantes, la gente en el siglo de oro se lavaba raramente y se perfumaba para ocultar los malos olores.
TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST
LA ESPAÑA DE DON QUIJOTE
Don Quijote, Sancho Panza y los demás personajes de la novela están, pues, muy alejados de los parámetros actuales de higiene personal. Pero desde luego no eran ninguna excepción. Las condiciones de vida en la España de los siglos XVI y XVII dejaban mucho que desear en este aspecto.
Los hombres y mujeres del siglo XVIII sentían verdadero disgusto ante el desaliño personal como muestra una poesía de Francisco de Quevedo que decía: «Piojos cría el cabello más dorado, / legañas hace el ojo más vistoso, / en la nariz del rostro más hermoso / el asqueroso moco está enredado». Carecían, sin embargo, de los útiles de higiene de nuestros días. En cuanto a las pulgas, no quedaba más remedio que eliminarlas una a una, como muestra el célebre cuadro de Murillo con una anciana espulgando a su nieto. Para limpiarse la boca, dada la carencia de cepillos dentales, se recurría a un palillo y enjuagues de agua con hierbas, especialmente de azahar. El mismo don Quijote tenía por costumbre, después de una comida, «quedarse recostado sobre la silla y quizá mondándose los dientes».
Por ejemplo, en la novela de Cervantes vemos también que todas las ventas, posadas o moradas a las que acudían ambos protagonistas a avituallarse o simplemente a descansar estaban sucias e infestadas de pulgas, piojos y chinches. De estos insectos se habla mucho en el Quijote, por ejemplo cuando el hidalgo dice a su criado: «Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se embarcan en Cádiz, para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro».
MÉDICOS CONTRA EL AGUA
El desaseo imperante se explica también por determinadas concepciones médicas que dominaban en los siglos XVI y XVII. En esa época, el pensamiento médico vigente era el llamado «hipocratismo galenizado», una síntesis de las teorías de los médicos de la Antigüedad Hipócrates y Galeno a la que se añadían elementos mágico-religiosos. Según esta teoría, las enfermedades eran un resultado de los desequilibrios entre los cuatro humores que componían el cuerpo humano: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Las causas del desequilibrio procedían del exterior, por ejemplo, de una comida o bebida que resultaba demasiado «caliente» o demasiado «húmeda». En el Quijote, Cervantes introduce un personaje llamado Pedro Recio, un médico local, doctor por una universidad de segunda clase, que se pone a dar consejos a Sancho Panza cuando éste es gobernador de la ínsula Barataria sobre lo que conviene o no comer. Dice el médico: «Mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed, y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida».
El desaseo imperante se explica también por determinadas concepciones médicas que dominaban en los siglos XVI y XVII.
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