El mito del Minotauro es, quizás, uno de los más fascinantes de toda la mitología de la antigua Grecia. Fruto de un escarceo amoroso entre la reina Pasifae y un hermoso toro blanco enviado por Poseidón, el destino del Minotauro estuvo para siempre ligado a su encierro en un laberinto donde devoraba cada año a catorce jóvenes atenienses que eran entregados en sacrificio como pago por perder la guerra contra Minos de Creta. Finalmente, el monstruo solitario murió a manos del príncipe ateniense Teseo.
El Minotauro, cuadro pintado por el artista George Frederick Watts en 1885. Tate Britain, Londres.
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La antigua Grecia ha sido, sin duda, un territorio muy fértil en relatos legendarios, en los cuales el mito y la historia se han entrelazado dando lugar a narraciones en las que la verdad y la fantasía se unen para componer grandes historias. Una de las más fascinantes es la que rodea a la figura del Minotauro, famoso por su terrorífico aspecto: una criatura fantástica con un descomunal cuerpo humano y cabeza de toro. Un monstruo que, encerrado en el laberinto de Creta, solo pudo ser vencido por el héroe ateniense Teseo.
La del minotauro es, en efecto, junto a las de Hércules, Ulises, Teseo o las gestas de los héroes que participaron en la Guerra de Troya, una de las historias más conocidas de la mitología griega. La influencia de los mitos griegos en la cultura popular es incuestionable, y aún hoy muchos lectores se preguntan qué hay de verdad y qué de ficción en algunas de estas maravillosas narraciones.
EL ORIGEN DEL MITO
La historia del Minotauro empieza con la figura del rey Minos, soberano de Creta, pidiendo ayuda a Poseidón, el dios del mar, para poder acceder al trono. El dios de los mares le concedió su deseo, pero a cambio le pidió que, como agradecimiento, sacrificase en su honor a un hermoso toro blanco que emergería de la espuma del mar. Sin embargo, cuando Minos vio la belleza del animal quiso quedárselo, así que lo ocultó y en su lugar ofreció en sacrificio a un toro de su propia ganadería. Pero aquella argucia no pasó desapercibida para Poseidón, que, sintiéndose engañado por Minos, montó en cólera y planeó una cruel venganza contra el rey cretense.
La historia del Minotauro empieza con la figura del rey Minos, soberano de Creta, pidiendo ayuda a Poseidón.
El salto del toro, fresco procedente del palacio de Cnossos, Creta.
Para llevar a cabo su terrible venganza, Poseidón hizo que Pasifae, la esposa del rey Minos, se enamorase ciegamente del toro del mar. Así, para consumar su unión, la reina requirió de la ayuda de Dédalo, el arquitecto real, el cual construyó un armazón de madera con forma de animal recubierto con una piel de vaca para que Pasifae se introdujera en el interior. El toro yació con ella, creyendo que era una vaca de verdad, y de esta unión contra natura nacería, ante el horror de Minos, el Minotauro, una criatura mitad humana y mitad toro a la que Pasifae llamó como a su abuelo paterno, Asterión.
DÉDALO Y EL LABERINTO
El rey de Creta furioso, encerró a Dédalo y a su hijo Ícaro en un calabozo. Mientras tanto, Pasifae alimentó y cuidó de su monstruoso hijo, que, a medida que iba creciendo, se volvía cada vez más terrible, e incluso empezó a devorar carne humana. Desesperado, Minos acudió de nuevo a Dédalo para pedirle ayuda. El arquitecto entonces ideó un complejo laberinto, donde el monstruo debería permanecer prisionero para siempre.
A medida que iba creciendo, el Minotauro empezó a devorar carne humana.
Teseo y el Minotauro, cuadro pintado por Maestro dei Cassoni Campana. Muse´e de Petit Palais, París.
Pero mientras Dédalo construía el laberinto para encerrar al Minotauro, uno de los hijos de Minos, Androgeo, fue asesinado en Atenas tras participar en una competición olímpica en la cual resultó vencedor. Enfurecido por la muerte de su hijo, Minos declaró la guerra a los atenienses. El rey cretense atacó el territorio de Atenas y, contando además con la ayuda de una terrible peste que asolaba en aquel momento la región, logró conquistar la ciudad aconsejados por el oráculo de Delfos, los atenienses se ofrecieron a entregar un tributo a Creta. Pero el pago exigido fue terrible: Minos ordenó a los atenienses la entrega de siete muchachos y siete doncellas cada año, que servirían de alimento para el Minotauro.
UN OVILLO HACIA LA LIBERTAD
Así, año tras año, se fueron sucediendo los sacrificios de jóvenes atenienses hasta que, finalmente, el príncipe Teseo, hijo del rey Egeo de Atenas, se ofreció, ante la oposición de su padre, para derrotar al monstruo y acabar de esta manera con aquel sangriento tributo impuesto por el rey de Creta. Al llegar a la isla, Teseo se presentó ante Minos para comunicarle que su misión era acabar con la vida de aquella bestia infernal. En esa misma audiencia estaba presente Ariadna, hija del rey, que de inmediato quedó prendada del príncipe ateniense y se ofreció a ayudarlo en su aventura.
El príncipe ateniense Teseo se ofreció para derrotar al Minotauro y acabar de esta manera con aquel sangriento tributo.
Busto del Minotauro expuesto en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Viendo la valentía del joven príncipe, y con el inestimable consejo de Dédalo, Ariadna ideó un plan que ayudaría a Teseo a encontrar la salida del laberinto en caso de que lograse derrotar al Minotauro. Para que el héroe lo consiguiese, la joven le entregó un ovillo de lana para que atase un cabo en la entrada del laberinto. De esta manera, solo tendría que seguir el hilo de lana para poder salir sano y salvo. Como así fue.
Cuando Minos se enteró de que el Minotauro había sido derrotado por aquel muchacho ateniense, y que había liberado a sus catorce compañeros con la ayuda de su propia hija, montó en cólera y ordenó que lo apresaran tanto a él como a Ariadna. Pero Teseo huyó rápidamente junto con la joven, sin dar tiempo de reacción a los guardias cretenses. Aunque Teseo no tuvo un comportamiento demasiado agradecido con Ariadna, que lo había dejado todo por seguir a su amado a Atenas. La joven fue abandonada en la isla de Naxos mientras dormía. Fueron sus llantos de dolor al darse cuenta de su infortunio los que alertaron al dios Dioniso, el cual, conmovido por las lágrimas de la joven, la desposó.
LA HERENCIA DEL MINOTAURO
Con el tiempo, el personaje del Minotauro ha trascendido la leyenda y su figura se ha convertido en un auténtico símbolo de la soledad y la desesperanza. El Minotauro o Asterión es un monstruo, pero también es una víctima de los actos llevados a cabo por los hombres y de la ira que estos actos provocaron en los dioses. De hecho, el Minotauro es condenado a la soledad por su condición monstruosa y es precisamente la soledad el sentimiento que mejor define a este ser y que han recogido en sus obras algunos artistas y escritores.
Ritón en forma de cabeza de toro expuesto en el Museo Arqueologico de Heraclión.
Tal vez una de las mejores representaciones de la soledad del Minotauro, una criatura que no encaja en parte alguna, se deba al artista británico George Frederick Watts, asociado con el movimiento simbolista, quien en 1885 pintó el cuadro El minotauro, en el que retrata la profunda soledad del monstruo, asomado a la azotea del laberinto atisbando el horizonte.
Por su parte, el autor argentino Jorge Luis Borges escribió dos bellos relatos sobre el tema, La casa de Asterión (1947), en el que, a través de un monólogo, nos introduce en la vida del Minotauro, y el libro de cuentos El Aleph (1949), en uno de cuyos relatos, Los dos reyes y los dos laberintos, se narra la venganza de un rey encerrado por otro en un laberinto, rememorando también, de este modo, este mito inmortal.
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