Tokio y otras cuatro ciudades japonesas fueron atacadas por 16 bombarderos estadounidenses
Francesc Cervera
12 de noviembre de 2020Tras el traicionero ataque contra Pearl Harbor, el ejército americano lanzó un audaz asalto contra el corazón de Japón. Transportados en secreto a bordo de un portaaviones de la marina, 16 bombarderos atacaron Tokio y otras cuatro ciudades japonesas el 18 de abril de 1942, asestando un golpe que llenó de esperanza al pueblo americano y de temor a sus enemigos.
La destrucción de gran parte de la flota del pacífico en Pearl Harbor, en el ataque por sorpresa japonés ocurrido el 7 de diciembre de 1941, requería una respuesta inmediata. Si bien la marina emprendió algunas operaciones de castigo, como el bombardeo de la base enemiga en las Islas Marshall, el presidente Roosevelt consideraba que se debía realizar una operación contra territorio japonés. Preferiblemente contra su capital, Tokio. Esto era necesario para levantar la moral americana, hundida después de la pérdida de ocho acorazados y 2.403 hombres en el desastre de diciembre.
Fue el capitán de submarino Francis S. Low quien ideó el plan de ataque: puesto que los aviones no podían llegar hasta Japón desde las bases americanas de las islas de Hawái y Midway, se debían acercar a su objetivo a bordo de un portaaviones de la marina. Para llevar a cabo la misión el Roosevelt puso al mando al teniente coronel James Doolittle, un innovador ingeniero militar que había batido el récord del mundo de velocidad con un avión en 1932.
Pruebas y reformas
El despegue desde un portaaviones resultaba mucho más difícil que desde una pista aérea convencional: al ser la cubierta significativamente más corta y estrecha obligaba a los aviones a tener que elevarse en un tiempo récord. Para salvar este problema Doolittle escogió el modelo de bombardero B-25 Mitchell, suficientemente pequeño y ligero como para despegar en el reducido espacio disponible.
Sin embargo el pequeño tamaño de los aviones conllevaba un importante inconveniente, su autonomía de vuelo era muy reducida. De hecho, según los cálculos solo podrían llegar hasta el objetivo, y no dispondrían de combustible para el viaje de vuelta. Para conseguir volver necesitaban más de doscientos litros extra de combustible, por lo que se tuvo que reducir su peso y se añadió un depósito extra de 227 litros. Para aligerar a los aviones se desmontó la torreta de defensa inferior, la ametralladora de popa fue sustituida por una simulada y se prescindió de una de las dos radios, así como del pesado sistema de puntería para las bombas. De este modo se consiguió doblar la distancia de vuelo, hasta los 4.400 kilómetros que eran necesarios para perpetrar el ataque.
Según los cálculos, los aviones solo podrían llegar hasta el objetivo, y no dispondrían de combustible para el viaje de vuelta.
Las pruebas en Florida demostraron que, si bien el despegue desde el portaaviones no suponía demasiado problema, el aterrizaje era imposible. Por lo tanto se decidió que, una vez soltadas las bombas, los aviones seguirían hacia el este, aterrizando en el territorio aliado de China. Otra opción era llegar hasta la zona rusa, pero al no estar todavía en guerra con Japón, Rusia rechazó acoger los pilotos americanos en su base oriental de Vladivostok.
Por último, antes del inicio de esta misión decisiva durante la Segunda Guerra Mundial, se realizaron bombardeos con los aviones contra áreas que reproducían el trazado de las ciudades objetivo a una escala reducida, para asegurar un tiro preciso durante la empresa.
Mientras las tripulaciones de los bombarderos miran al almirante William F (Bull), Halsey Jr le entrega al Teniente Coronel James H. Doolittle medallas para atarlas a las bombas que se lanzarían posteriormente sobre Tokio. Foto: CordonPress.La partida del Hornet
Desde la base aérea de Eglin en Florida, Doolittle y sus 79 hombres volaron a bordo de sus aviones reacondicionados hasta San Francisco, embarcando allí en el portaaviones USS Hornet. El 2 de abril de 1942 el Hornet levó anclas para encontrarse con la flota de escolta del almirante William F. Halsey al norte de Hawái.
Cada B-25 estaba armado con tres bombas y una carga incendiaria de 225 kilos cada una, en cinco de ellas se ataron medallas de amistad regaladas por los japoneses a oficiales americanos durante la paz.
Lanzamiento de emergencia
Alertados por mensajes interceptados, los japoneses desplegaron una pantalla de botes en el Pacífico para detectar un posible ataque naval. El 18 de abril, y a 1.200 km de Japón, uno de estos centinelas avistó a la flota americana y dio la alarma por radio.
Pese a ser hundido el barco enemigo por uno de sus cruceros de escolta, Halsey temía que los aviones japoneses hubieran recibido la señal y hubiesen despegado para atacar a sus naves, como en efecto sucedió. Para no arriesgar dos de los cuatro portaaviones que la armada americana tenía en el Pacífico, decidió hacer despegar a los bombarderos de Doolittle, 310 kilómetros antes de lo planeado.
El almirante Halsey temía que los aviones japoneses hubieran recibido la señal y hubiesen despegado para atacar a sus naves, como en efecto sucedió.
Se trataba de una peligrosa misión llena de posibles problemas, tanto técnicos como humanos. De hecho, ya durante el despegue de los aviones se produjo un accidente: pues a un miembro de la dotación de tierra se le metió el brazo entre las aspas en movimiento y se lo tuvieron que amputar, según recoge el cuaderno de bitácora del Hornet.
Bombardero despegando del USS Hornet para llevar a cabo el ataque sobre Japón. Foto: CordonPress.Bombardeo y huida
Volando a ras de las olas para no ser detectados por el radar, los 16 aviones se acercaron a sus objetivos. Al llegar a la costa ascendieron hasta los 460 metros, atacando Tokio y otras cuatro ciudades: Yokohama, Yokosuka, Nagoya, Kobe, y Osaka. Poco preparados para un bombardeo considerado impensable, los japoneses abrieron fuego con algunas armas antiaéreas e hicieron despegar unos pocos cazas, que no causaron daños de gravedad. Incluso las ametralladoras falsas de cola demostraron su efectividad, pues los aviones enemigos evitaron atacar a los bombarderos desde atrás.
Una vez hubieron soltado las bombas los aviones cruzaron el Mar de China para huir a territorio amigo. Los kilómetros extras impuestos por su salida precipitada hacían que escaseara el combustible, por lo que no todos los pilotos siguieron el mismo plan.
El comandante Edward J. York decidió dirigirse hacia territorio ruso ante la imposibilidad de llegar a China, aterrizando cerca de Vladivostok y siendo arrestado por los soviéticos.
Los otros 15 bombarderos consiguieron llegar al continente y sus tripulaciones saltaron en paracaídas o realizaron aterrizajes de emergencia, lejos del punto de destino planeado y en un territorio atestado de enemigos.
El patrullero japonés Nitto Maru antes de ser hundido por los estadounidenses. Foto: CC.
El largo camino a casa
Fue gracias a la resistencia china que los americanos consiguieron escapar. Escondidos por civiles y contando con la ayuda de misioneros e incluso de un obispo, consiguieron llegar hasta áreas controladas por el Ejército Nacionalista Chino, desde donde fueron repatriados.
China pagó muy cara su ayuda a los pilotos de Doolittle. La cruel represión japonesa se abatió sobre las áreas por donde habían pasado: quemando poblados, violando y matando de manera desenfrenada.
Los japoneses quemaron poblados, violaron y mataron en las zonas que habían ayudado a los americanos.
York y sus hombres permanecieron prisioneros durante algunos meses, pues Stalin no deseaba provocar a Japón, ni abrir un segundo frente en el este en plena guerra contra Alemania. No obstante la policía secreta rusa facilitó su evasión a Irán, controlado por los británicos, quienes se aseguraron de que volvieran a casa.
Sin embargo, no todos fueron tan afortunados: tres murieron durante el vuelo hacia China y ocho fueron capturados por los japoneses. De estos prisioneros de guerra, dos fueron juzgados por un tribunal militar y condenados a muerte por haber supuestamente disparado contra civiles durante el bombardeo. Los otros seis fueron encerrados en unas condiciones infernales, llegando uno de ellos incluso a morir de hambre. En 1945 los cinco supervivientes fueron liberados por fuerzas americanas, requiriendo algunos de ellos ayuda psicológica para superar el trauma sufrido durante la Segunda Guerra Mundial.
Restos del avión del El teniente coronel James H. Doolittle en China.Foto: CC.Doolittle y su tripulación superviviente en China.
Foto: CC.
Repercusiones
El bombardeo parece ser que no causó grandes daños. A pesar del alarmante balance emitido por la radio japonesa, donde se informaba de que los bombardeos habían provocado grandes incendios en Tokio y unos 4.000 muertos, en realidad el ataque se saldó con 12 muertos y 400 heridos. En cualquier caso pese a que la mayoría de bombas cayeron en áreas industriales, un hospital militar y seis escuelas también se vieron afectados.
Aunque el daño material se reparó rápidamente, el impacto moral fue profundo. Por un lado, el ataque contra las islas del archipiélago japonés obligó al alto mando a trasladar unidades del frente para la defensa del espacio aéreo, lo que debilitó las defensas exteriores. Por otro lado, el hecho de que naves enemigas se hubieran acercado tanto, convenció al ejército japonés de que era necesario capturar las islas del Océano Pacífico para crear una barrera protectora, lo que condujo a la fallida invasión de Midway con la pérdida de una parte considerable de la flota japonesa.
En los Estados Unidos el ánimo de la población subió inmediatamente: se había vengado la afrenta de Pearl Harbor y acabado con el mito de la invencibilidad japonesa, lo que hacía que la victoria fuera por primera vez, posible.
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