El 11 de noviembre de 1918, en un vagón de tren en el bosque francés de Compiègne, un vagón de tren a más de cuatro años de batallas y millones de muertes. Terminaba la Primera Guerra Mundial, pero las condiciones impuestas a Alemania serían la semilla de la Segunda.
En noviembre de 1918, la situación bélica del Imperio Alemán se había vuelto insostenible; en seis semanas, todos sus aliados habían capitulado ante la Triple Entente. El último país de las potencias centrales llevaba desde octubre intentando conseguir un armisticio lo más favorable posible, pero Estados Unidos condicionaba su firma a la aceptación de una serie de medidas que el gobierno alemán consideraba inaceptables, la principal de las cuales era la abdicación del káiser Guillermo II.
EL FIN DEL IMPERIO ALEMÁN
Cuando el Imperio Austro-Húngaro se rindió el 3 de noviembre, estaba claro que era cuestión de días que Alemania le siguiera. La situación militar se había agravado más aún cuando parte de la marina y del ejército se amotinaron ante lo que veían como un sacrificio inútil de vidas en una guerra ya perdida. Temerosos de que las revueltas desencadenaran una revolución como había sucedido en Rusia, los políticos y jefes militares alemanes se apresuraron a aceptar unas duras condiciones de paz sin sospechar que estaban llevando a su país a una nueva guerra.
Temerosos de que las revueltas desencadenaran una revolución como había sucedido en Rusia, los políticos y jefes militares alemanes se apresuraron a aceptar unas duras condiciones de paz.
La crisis final se desencadenó la noche del 29 de octubre, cuando una flota alemana destinada al Mar del Norte se negó a entablar batalla con las naves británicas, desafiando a los altos oficiales y empezando un motín que en cuestión de días se propagó a gran parte de la marina y al ejército. Cuando la revuelta se extendió a las ciudades, las presiones sobre Guillermo II para que abdicara y facilitara el armisticio se convirtieron en exigencias, ya que este era un punto innegociable para el presidente estadounidense T.W. Wilson.
PINTURA QUE REPRESENTA EL MOMENTO DE LA FIRMA DEL ARMISTICIO EN EL VAGÓN.
De izquierda a derecha se encuentran el almirante alemán Ernst Vanselow, el conde alemán Alfred von Oberndorff, el general alemán von Winterfeldt Detlof (con casco) y el oficial naval británico Jack Marriott. De pie delante de la mesa; Matthias Erzberger, jefe de la delegación alemana. Detrás de la mesa están los dos oficiales de la marina británica, el contraalmirante George Hope, sir Rosslyn Wemyss, y los representantes de Francia, el mariscal Ferdinand Foch (de pie), y el general Maxime Weygand.
Finalmente el 9 de noviembre el káiser renunció a sus títulos y partió inmediatamente hacia los Países Bajos, posiblemente temiendo correr el mismo destino del zar Nicolás II y su familia si la revolución se hubiera radicalizado. Los últimos militares leales a él interpretaron esta huida como una traición.
EL VAGÓN DE LA HUMILLACIÓN
Pocos días antes, una delegación alemana había partido hacia Francia para firmar el armisticio. El 8 de noviembre llegaron al punto de encuentro pactado, tras lo cual se les acompañó al lugar secreto donde tendría lugar la firma de paz, un claro en el bosque de Compiègne. El mariscal Ferdinand Foch, comandante en jefe de los ejércitos aliados, les esperaba en un vagón de su tren privado, pero no para negociar. El veterano militar francés se limitó a entregar a la delegación alemana un documento con todas las demandas de los aliados, les dio 72 horas para aceptarlas y les dejó con un grupo de oficiales aliados diciendo que volvería a más tardar tres días después para conocer su respuesta.
La lista de demandas imponía a Alemania una fuerte desmilitarización, la pérdida de territorios, indemnizaciones de guerra y concesiones estratégicas a los aliados. La delegación alemana protestó por lo que consideraban condiciones abusivas y más propias de una rendición que de un armisticio, pero no estaban en condiciones de negociar. Un punto especialmente criticado fue la falta de reciprocidad de los acuerdos, como la obligación de Alemania de liberar a todos los prisioneros de guerra mientras que los aliados no estaban obligados a hacer lo propio con los alemanes, o la libertad de circulación de barcos aliados en sus aguas mientras se mantenía el bloqueo naval sobre Alemania.
La delegación alemana protestó por lo que consideraban condiciones abusivas y más propias de una rendición que de un armisticio, pero no estaban en condiciones de negociar.
El 10 de noviembre, la delegación fue informada de la abdicación del káiser el día anterior y el recién nombrado canciller Friedrich Ebert les dio la orden de firmar fueras cuales fueran las condiciones. El armisticio fue firmado a las cinco de la madrugada del día 11, supervisado por el mariscal Foch y anunciado a lo largo de las siguientes horas, para entrar finalmente en vigor a las 11 de la mañana según el horario de París. A pesar de ello, se siguieron produciendo hostilidades hasta la hora acordada y casi 3.000 personas murieron en aquellas últimas horas de la guerra.
LA “PUÑALADA POR LA ESPALDA”
Lo precipitado del acuerdo y las duras condiciones impuestas a Alemania plantaron la semilla del descontento de la que crecería el nazismo. En particular, los sectores militaristas más duros no aceptaron que Alemania pudiera haber perdido la guerra y atribuyeron la derrota a una supuesta conspiración de socialdemócratas y judíos para “sabotear intencionadamente el esfuerzo bélico”, lo que dio lugar a la llamada “leyenda de la puñalada por la espalda”.
HITLER EN EL VAGON DE COMPIÈGNE
Adolf Hitler habla con un grupo de altos oficiales nazis el 21 de junio de 1940, frente al vagón donde se firmó el armisticio al día siguiente.
Ese discurso llegó entre otros a un cabo del ejército llamado Adolf Hitler, ingresado en un hospital militar a causa de un ataque con gas. Los médicos que se ocupaban de él relataron que “reaccionó de forma histérica” al anuncio del armisticio, llegando incluso a padecer una ceguera temporal, y un psiquiatra del ejército lo calificó de “peligrosamente psicótico”. Hitler nunca olvidó aquella humillación e hizo de “la puñalada por la espalda” la base de su retórica antisemita.
El 22 de junio de 1940 le llegó finalmente la oportunidad de vengarse: el Tercer Reich había ocupado Alemania y el ahora Führer obligó a los franceses a firmar un nuevo armisticio -esta vez, favorable a Alemania-, para lo cual hizo mover el mismo vagón de tren al mismo lugar donde, el 11 de noviembre de 1918, había terminado la primera Gran Guerra y había empezado el preludio de la segunda.
1 comentario:
Gracias por compartir, tan interesante información..
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