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viernes, 12 de febrero de 2021

EPISODIO 38: Flandes, un lugar único en la historia del arte

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la famosa región de Flandes en Bélgica, se convirtió desde finales de la  Edad Media y comenzó buena parte  de la Edad Moderna en la meca de grandes artistas y pintores tan famosos que cautivaron a la nobleza y realiza europea, quienes se convirtieron en los mejores clientes y algunos fueron sus mecenas, en sus apenas 13,000 kilómetros cuadrados, esta zona ubicada al norte de Bélgica concentró tal cantidad de artistas que duró su apogeo 200 años desde el Siglo XV hasta el Siglo XVII.
Sus ciudades como: Brujas, Gante, Amberes, Bruselas, Lovaina y Malinas se convirtieron en las sedes de los talleres de los pintores: Peter Paul Rubens, Pieter Brueghel y el más celebre de todos Jan van Eyck.


La Adoración de los Reyes Magos, Museo del Prado.
Peter Paul Rubens
WIKIPEDIA.


La boda campesina (c. 1566-1569), Museo de Historia del Arte de Viena.
Pieter Brueghel de Oude1​ llamado el Viejo,
WIKIPEDIA.


Jan van Eyck: Virgen del canónigo Van der Paele (1434), un buen ejemplo de alfombras orientales en la pintura renacentista.
WIKIPEDIA.


El Políptico de Gante: La adoración del Cordero Místico (vista interior), pintado en 1432.
Jan van Eyck
WIKIPEDIA.

En apenas 13.000 kilómetros cuadrados -una superficie similar a la de la provincia de Jaén- en la pequeña región de Flandes, al norte de Bélgica se concentra mucho arte. La zona puede presumir de ser un territorio mundialmente conocido sobre todo por los amantes del arte.

Foto: Istock


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Son poco más de 13.000 kilómetros cuadrados -una superficie similar a la de la provincia de Jaén- y aun así la pequeña región de Flandes, en la franja norte de Bélgica, puede presumir de ser un territorio mundialmente conocido; especialmente entre los amantes del arte.

Tan importante es el papel que Flandes ha jugado en la historia del arte que su gentilicio da nombre a todo un movimiento: aquí nació y se desarrolló la escuela flamenca. Sin ella, la pintura renacentista y barroca no habría sido lo mismo y, evidentemente, tampoco el arte que se desarrolló durante los años posteriores.

Su época dorada se prolongó durante 200 años, entre los siglos XV y XVII, cuando sus seis ciudades principales -Brujas, Gante, Amberes, Bruselas, Lovaina y Malinas- se convirtieron en hogar y taller de algunos de los maestros más influyentes de todos los tiempos; Artistas de la talla de Van Eyck, Bruegel El Viejo y Rubens.

Pero, ¿cómo pudo concentrarse tal nivel de genialidad en unas coordenadas de espacio-tiempo tan pequeñas? En primer lugar se debe tener en cuenta su inigualable posición geográfica, pues estaba situado en plena ruta entre el Mediterráneo y los países escandinavos y bálticos así como entre Inglaterra y el continente europeo.

EL IMPERIO ESPAÑOL

Políticamente, durante este período Flandes pasó de estar bajo el poder de condes y duques a acabar formando parte del vamos y enorme imperio español, aquel en el que el sol nunca se ponía. Y aunque entre sus mandatarios hubo grandes amantes del arte que permitieron y fomentaron el desarrollo de esta nueva escuela, el verdadero impulso se lo dio el auge de la industria y el comercio, que trasladaron el poder económico del campo a las ciudades y obligaron a una parte importante de la población a emigrar a las urbes. De este modo Flandes se convirtió en la región más urbanizada de todo el norte de Europa.

A aquellos nuevos residentes se sumaban a diario centenares de comerciantes procedentes de todos los rincones de Europa deseosos de vender sus exóticos productos y comprar el mundialmente famoso paño flamenco. En sus puertos podían escucharse negociaciones en italiano, español o alemán, una especie de cruce de culturas y lenguas con un punto en común: el comercio.

Y mientras las mercancías pasaban de mano en mano, con ellas, claro está, también lo hacía el dinero. Mercaderes, fabricantes y banqueros representaban a la clase social que mejor supo aprovecharse de ese auge del comercio: la burguesía. Llegaron a amasar auténticas fortunas de las que, por supuesto, querían presumir.

DINERO INVERTIDO EN ARTE

¿Cómo? Pues de la misma manera que lo hacía la realeza, la nobleza y al clero: transformando su dinero en arte. Fue justo así como los burgueses pasaron a ser no sólo los principales clientes de los talleres, sino también mecenas de los artistas locales, que recibirían tantos encargos que no sentían la necesidad de marchase a otros países para desarrollarse. El talento se quedó en casa. Los mejores pinceles del mundo querían vivir en las principales ciudades de Flandes y aprovechar la situación, lo que aumentó la competencia entre los distintos artistas y, por tanto, también estimuló el desarrollo de sus obras.

La burguesía comenzó demandando obras de temática religiosa en las que, como donantes que eran, querían aparecer retratados. Pero la religión adquirió pronto un sentido pragmático que coincidió con el deseo de esa nueva y rica sociedad burguesa: convertirse en los protagonistas absolutos de sus obras. En ese momento las escenas bíblicas darían paso a retratos individuales, de familia o a escenas costumbristas. Un buen ejemplo de ello es ‘El Retrato Arnolfini’, de Jan Van Eyck, en el que este rico mercader aparece junto a su esposa en su residencia de Brujas.

Del mismo modo que todo artista tiene vocación de cronista de su tiempo, los burgueses querían dejar constancia con total detalle del mundo en el que vivían y a cuyo desarrollo ellos habían contribuido. El realismo se convirtió en el nuevo dogma, lo que llevará a los artistas a explorar nuevas temáticas, técnicas, enfoques, perspectivas y formatos con un claro objetivo: que cada elemento de la obra parezca, más que pintado, reflejado en un espejo.

Además cambiaron también las dimensiones. Las residencias de los burgueses no contaban con altares y naves de las que poder colgar obras de grades dimensiones como ocurría en las iglesias. Tampoco tenían salones infinitos como los palacios de los reyes y nobles. Así pues los artista se vieron obligados mucha veces a condensar el mensaje en lienzos de pequeñas dimensiones, lo cual incide aún más en la exigencia de extremar el cuidado por el detalle.

Justo en ese momento entró en escena Jan Van Eyck, uno de los artistas flamencos más importantes de la historia y que llevó el realismo hasta límites nunca vistos. Su perfeccionamiento de la técnica al óleo enriqueció la paleta con nuevos colores que permitieron representar de forma exquisita no solo las ricas telas que lucen los protagonistas de sus obras, sino también los realistas paisajes e interiores en los que transcurre la acción.

Pero el arte de Van Eyck no se quedó ahí. Para desarrollar de manera magistral el volumen y la perspectiva utilizó sus conocimientos de geometría y cartografía, y lo hizo hasta tal punto que ha pasado a la historia como el primer pintor capaz de representar la luna de forma científicamente correcta, un siglo antes de los bocetos de Leonardo Da Vinci. Sin duda, Van Eyck fue un revolucionario en pleno siglo XV, lo que le convirtió en uno de los artistas más disputados de la época. Además supo combinar los encargos de los nobles y la burguesía con su servicio en las cortes de Juan III de Baviera, conde de Holanda, y de Felipe el Bueno, el hombre más poderosos de todo el siglo XV y una persona de un refinamiento tan extraordinario que no renunció a tener en su corte a los mejores artistas.

Desde su taller en Amberes, Pieter Bruegel el Viejo siguió la estela de Van Eyck en la escuela flamenca, aunque los estilos de ambos parecen tener poco en común. Bruegel es el gran retratista de la vida en Flandes y entre los temas de sus obras encontramos infinidad de banquetes, mercados y fiestas populares… Escenas repletas de personajes en movimiento -mayoritariamente en pleno disfrute- en las que Bruegel gustó de introducir en su obra alegorías -como las de los cinco sentidos- y pinturas de fantasía representativas de ese surrealismo belga del que fue precursor.

Con el matrimonio entre Felipe el Hermoso -archiduque de Austria, duque de Borgoña, Brabante y conde de Flandes- y su prima tercera Juana I de Castilla, hija de los Reyes Católicos, en 1496, las coronas de Flandes y España iniciaron una relación que enriqueció enormemente a ambos territorios. Y como no podía ser de otra manera, también en el plano artístico.

Los artista flamencos viajaban asiduamente a España y algunos como Rubens -el mayor representante de la pintura barroca del norte de Europa- sedujeron de tal manera a monarcas como Felipe III y Felipe IV, que una parte importante de su obra se conserva en nuestro país. Algunas piezas llegaron como resultado de los encargos de los monarcas y otras, por el esfuerzo que estos hicieron para incluirlas en sus colecciones reales.

Por suerte, la obra de Rubens fue tan prolífica que algunas de las piezas que la componen todavía se pueden admirar en el lugar en el que fueron creadas, como su casa-taller en Amberes; o para el lugar donde se debían exponer inicialmente como el templo de San Carlos Borromeo, en la misma ciudad, conocida como ‘la iglesia de Rubens’ porque él contribuyó a diseñar gran parte de la fachada y la coronación de la torre.

Flandes es un lugar lleno de historia y de arte. Gante, Brujas o Bruselas vieron pasear a artistas de la talla de Van Eyck, Bruegel El Viejo, Rubens… y ahora son el hogar de algunas de sus mejores obras. Un auténtico viaje al pasado, a uno de los momentos más fascinantes de la historia del Arte. Incluso desde lejos, gracias a las visitas virtuales a los museos de Flandes, donde un experto muestra asombrosos detalles y los secretos que esconden las obras.

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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui 

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