En las ciudades de la antigua Grecia, más que comer, lo que hacían los invitados a un simposio en casa de un rico anfitrión era beber, escuchar música, deleitarse con las bailarinas y, sobre todo, hablar de todo lo divino y lo humano.
En esta copa para vino (Kylix) un grupo de comensales conversan y se entretienen con varios juegos. Cerámica de figuras rojas, 450 a.C. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
Como podemos ver por la anécdota de Jenofonte, la invitación a un banquete no era demasiado formal. El anfitrión podía hacerla al encontrarse casualmente con los amigos en la calle o en el ágora. Tampoco parece que hubiera problemas si algún invitado traía por su cuenta a otro amigo a la reunión, como vemos que hace Sócrates en el Banquete de Platón. Pronto apareció un tipo humano conocido como bufón (ákletos) que acudía sin ser invitado y comía gratis siempre que animara la velada con sus chistes y gracias. Cualquier ocasión festiva podía justificar un banquete: el triunfo de un atleta o de un autor trágico, una celebración familiar y la partida o llegada de un amigo. Por lo general, el anfitrión pagaba todos los gastos, pero a veces cada invitado llevaba sus propias provisiones, aunque el vino corría siempre por cuenta del dueño de la casa.
La etiqueta exigía cuidar el cuerpo y bañarse antes de acudir a un banquete; Aristóteles dice que «es indecoroso llegar a un banquete sudoroso y lleno de polvo». Sócrates se arreglaba especialmente para esas ocasiones y se ponía las sandalias, dos cosas que hacía pocas veces.
LLEGAN LOS INVITADOS
Cuando los invitados llegaban a la casa donde tendría lugar el simposio, un esclavo los hacía pasar a la estancia especialmente reservada para estas reuniones: el andrón, la «sala de los hombres», término que indica a las claras que el banquete estaba reservado a los hombres y vetado a las mujeres libres. Después, los invitados se acomodaban sobre un lecho y un esclavo les lavaba las manos y les quitaba las sandalias antes de que se reclinasen. La buena educación exigía conceder un tiempo a la contemplación y alabar los techos, los adornos o las colgaduras de la estancia. La primera parte de la reunión se dedicaba a la cena (deîpnon). La comida en la Atenas clásica era sencilla y frugal. El queso, las cebollas, las aceitunas, los higos y el ajo eran esenciales en la cocina. También se consumía una especie de puré de judías y lentejas. La carne se trinchaba en trozos pequeños, porque, como no usaban cuchillos ni tenedores, todo se cogía con las manos. Tampoco había servilletas; se limpiaban los dedos con trozos de pan que luego tiraban al suelo para que se los comieran los perros de la casa que dormitaban bajo los lechos. Los postres consistían por lo general en frutas, como uvas e higos, o bien dulces elaborados con miel. Durante la cena también se servía vino a los invitados.
Un esclavo transporta sobre sus hombros un diván que será colocado en el andrón donde tendrá lugar un simposio. Pelike (recipiente para contener vino) ático de figuras rojas. Siglo V a.C.
Dos jóvenes desnudos se sirven vino mezclado con agua de una crátera. siglo VI a.C. Museo Ashmolean, Oxford.
Los griegos no bebían el vino puro. Éste se mezclaba con agua dulce en un recipiente de cerámica especial llamado crátera, la pieza clave de todo simposio. Por regla general, la mezcla era de dos partes de vino por cinco de agua, o bien una parte de vino y tres de agua. Así se alargaba el placer de la velada, de modo que sólo al final de la noche los comensales estaban realmente borrachos. En muchas ocasiones se aprovechaba la mezcla para enfriar la bebida; lo hacían en un vaso especialmente diseñado al efecto, llamado psictera (psykter), donde echaban agua fría o incluso nieve. Por lo general una sola copa circulaba de izquierda a derecha entre los invitados y un joven esclavo se encargaba de llenarla de la crátera en cada ocasión. Además, durante el simposio, para despertar la sed, los invitados picaban de las mesitas frutos secos, habas o garbanzos tostados, aperitivos que se llamaban tragémata.
ADICTOS A LOS JUEGOS
Además de beber, los invitados se distraían de formas variadas: se proponían acertijos o jugaban a hacer retratos de los asistentes imaginando comparaciones caricaturescas. Pero lo más habitual era que cantaran al son de la lira los escolios, canciones tradicionales breves y sencillas que trataban sobre la amistad y los placeres del vino, o que exponían hechos históricos o enaltecían los valores sociales de la aristocracia. La palabra escolio, que en griego significa «oblicuo», indicaba el orden que se seguía para continuar el canto. Así, los convidados iban cantando por turno pasándose una rama de mirto.
En este fresco de la tumba del nadador de Paestum los invitados juegan al cótabo lanzando vino con sus copas.
Los banquetes más informales estaban amenizados por bailarinas y flautistas, mujeres que también podían ofrecer servicios sexuales. En la imagen, flautista en un simposio. Siglo V a.C. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
Para amenizar el simposio nunca podía faltar una flautista (aulêtris). En las representaciones del simposio sobre cerámica la vemos actuando semidesnuda entre los asistentes que, con un brazo detrás de la cabeza, parecen transportados por la música. Dada la condición servil de estas flautistases muy probable que ofreciesen también servicios de carácter sexual. Al parecer, la costumbre era poner en subasta a la flautista al final del banquete, lo que creaba discusiones y peleas entre los participantes, que a esas alturas ya estaban bastante borrachos. Según Aristóteles, una de las funciones de los inspectores urbanos (astynómos) era vigilar a las flautistas, a las tañedoras de lira y a las citaristas para que no cobrasen más de dos dracmas como salario. Es el único ejemplo conocido de regulación de precios en la Atenas clásica.
LOS TRASNOCHADORES VUELVEN A CASA
El anfitrión podía traer bailarinas, acróbatas y artistas de mimo. En el Banquete de Jenofonte, el rico anfitrión Calias contrató a un empresario que ofrecía todo un equipo de animadores: una flautista, una bailarina experta en acrobacias y un hermoso muchacho que tocaba la lira y también bailaba. Al final de la velada, los bailarines ejecutaron una especie de danza erótica, una pantomima que representaba las bodas de Ariadna y Dioniso, el dios del vino, y que excitó enormemente a todos los invitados.
Parejas de hombres y mujeres en un Kylix ático de principios del siglo V. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
Procesión de borrachos en una crátera de figuras rojas. Siglo V a.C.
Otras mujeres que asistían con frecuencia al simposio eran las heteras. Eran cortesanas de lujo que se convertían en acompañantes habituales de un hombre que podía pagar sus servicios. Deslumbraban con su belleza y entretenían a los hombres con su ingenio y su refinada conversación. El simposio les ofrecía la posibilidad de mostrar sus encantos y encontrar generosos protectores. Nadie se engañaba sobre su papel en la reunión; cuenta Ateneo que cuando unos jóvenes se pelearon por los favores de una hetera llamada Gnatena, ésta consoló al que había sido vencido diciendo: «Ánimo, muchacho, que la pelea no es por una corona, sino por tener que pagar».
Cuando el simposio terminaba, los asistentes, adornados con sus guirnaldas, salían a las calles y formaban una procesión festiva de borrachos, llamada kómos. Bailaban, gritaban e insultaban a cuantos encontraban a su paso, y también atacaban y dañaban las propiedades ajenas. Su actitud era un desafío a las normas de la sociedad, pues no podemos olvidar que el simposio era propio de la aristocracia. Por eso, en algunas ciudades se crearon leyes para impedir estas conductas soberbias hacia otros ciudadanos y destructivas hacia sus bienes. En Mitilene, por ejemplo, había una pena doble para los delitos cometidos bajo los efectos del alcohol. No obstante, la institución del banquete nunca fue cuestionada y, a pesar de sus excesos y de su origen aristocrático, siguió ocupando un puesto central en las relaciones sociales hasta la época romana.
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