Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, gracias a la fotografía de Steve McCurry, publicó una mítica fotografía en junio del 1985, de una muchacha afgana; que fue captada en un campo de refugiados en Nasir Bagh, en Pakistán; que tuvo mucha relevancia después de los ataques al Centro Mundial de Comercio de New York (World Trade Center) el 11 de septiembre del 2,001, como represalias se atacó a Afganistán y se volvió a publicar en las portadas de la prensa norteamericana.
Nadie conocía su nombre, solo era: «La muchacha afgana» aun ni la misma Revista National Geographic, por lo que el mismo fotógrafo Steve McCurry, organizó una expedición para identificar a la joven, quien después de 17 años, la encontró como una dama casada y con hijos y su nombre es : Sharbat Gula, quien en la edición de junio de 1985 de National Geographic abriese con una imagen tan impactante entonces como icónica ahora: la foto de la niña afgana.
http://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/la-muchacha-afgana-una-vida-desvelada-2_1037/7http://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/las-mejores-fotografias-de-steve-mccurry-2_8625/1
http://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/las-mejores-fotografias-de-steve-mccurry-2_8625/5
http://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/la-muchacha-afgana-una-vida-desvelada-2_1037/7
«La muchacha afgana»
Conocida como «la muchacha afgana», una refugiada de inquietante mirada se convirtió en un icono de la fotografía. Cuando en 1984 Steve McCurry la retrató en un campo de refugiados de Pakistán, nunca antes le habían hecho una foto.
© Steve McCurry
La alternativa
Ésta pudo haber sido la portada original. Al menos, era la seleccionada inicialmente por el editor gráfico, pero un volantazo de última hora del director de la revista provocó que la imagen que pasara a la historia fuese la que todos conocemos. La niña fue retratada Por McCurry cuando tenía 12 años, en junio de 1984 en el campo de refugiados de Nasir Bagh, durante la guerra de Afganistán.
Foto: Steve McCurry
Detención en Pakistán en 2016
El 19 de octubre de 2016 Sharbat Gula, la niña afgana famosa por protagonizar una de las portadas más conocidas de National Geographic en 1985, fue detenida en Pakistán por posesión ilegal de un documento de identidad de ese país, donde vive en un campo de refugiados.
Foto: Steve McCurry
El OK del FBI
La identidad de la niña afgana fue confirmada al 100% por inspectores forenses del FBI mediante una tecnología puntera de reconocimiento facial y la comparación de los iris de ambas fotografías.
Mark Thiessen
Zona en guerra
La niña, de tan solo doce años, fue retratada por McCurry en junio de 1984 en el campo de refugiados de Nasir Bagh, durante la guerra de Afganistán.
Steve McCurry
Una imagen que ha dado la vuelta al mundo
La foto se ha convertido en un todo símbolo de la crítica situación de los refugiados y víctimas de los conflictos armados. Este graffitti fue pintado en la localidad vizcaína de Gernika.
CCO Zarateman
McCurry reveló el último rollo de Kodachrome 64, la mítica película surgida en la década de 1930
Mc Curry fue el fotógrafo que reveló el último carrete de esta mítica película. Para realizar la fotografía de la niña afgana, además de película Kodachrome 64, McCurry empleó una cámara Nikon FM2 y unas lentes Nikkor 105mm Ai-S F2.5
Foto: Gtres
Sharbat Gula, dos décadas después
National Geographic creó un fondo de ayuda para jóvenes afganas llamado Afghan Girls Fund. El reencuentro fue, de nuevo, portada de la revista y dio pie a un documental para televisión y un DVD. Además, se creó una fundación no lucrativa de apoyo a las mujeres afganas que en 2008 amplió la ayuda a sus hijos.
Foto: Steve McCurry
El reencuentro
17 años después, National Geographic financió una nueva expedición con el objetivo del reencuentro de McCurry con la niña. Gracias a ese reencuentro, el fotógrafo supo el nombre de la niña y la edad que tenía. La joven refugiada pudo ver por primera vez su retrato. National Geographic publicó un artículo con todos los detalles de la expedición.
Foto: Steve McCurry
Una mirada cargada de misterio
El fotógrafo recuerda su recelo: aquel hombre era un desconocido, y nunca la habían fotografiado. El campo de refugiados en Pakistán era un laberinto caótico de tiendas de campaña. En el interior de una de ellas, la de la escuela, aquella niña fue lo primero que llamó su atención. Al percibir su timidez, la abordó en último lugar. Ella accedió a posar.
Foto: Steve McCurry
El antes y el después de Sharbat Gula
En 2002 tenía 30 años de edad y tres hijos. Poco después de la primera fotografía se había casado con su actual marido y había regresado a una aldea de Afganistán (la primera fotografía fue realizada en un campo de refugiados de Pakistán). En el centro de la imagen vemos la portada que protagonizó en la versión española en abril de 2002: "Es ella. La historia de la muchacha afgana 17 años después".
Te contamos algunos datos curiosos de una portada mítica que estuvo a punto de no suceder :
Es una de las fotos más populares de la historia... y estuvo a punto de no ser. Como casi todas las grandes historias, la casualidad, el cambio de opinión a última hora, el azar o una combinación de todos ellos provocó que la edición de junio de 1985 de National Geographic abriese con una imagen tan impactante entonces como icónica ahora: la foto de la niña afgana.
Su autor, Steve McCurry, cuenta en su libro Untold: The Stories Behind The Photographs que la publicación de la foto en portada fue una decisión de última hora del director de la revista, en contra del consejo de su editor gráfico, que había elegido un retrato de la misma niña en el que se tapaba la cara. Otra imagen merecedora de ser portada, ciertamente. McCurry recuerda la mirada cargada de misterio y el recelo de la joven: aquel hombre era un desconocido, y nunca la habían fotografiado. El campo de refugiados en Pakistán era un laberinto caótico de tiendas de campaña. En el interior de una de ellas, la de la escuela, aquella niña fue lo primero que llamó su atención. Al percibir su timidez, la abordó en último lugar. Ella accedió a posar.
Para realizar la fotografía de la niña afgana empleó una cámara Nikon FM2 y unas lentes Nikkor 105mm Ai-S F2.5
La intrahistoria le añade un poco más de mística a la narración, ya que McCurry fue el fotógrafo que reveló el último carrete de la Kodachrome 64, la mítica película surgida en la década de 1930. Para realizar la fotografía de la niña afgana, además, el estadounidense empleó una cámara Nikon FM2 y unas lentes Nikkor 105mm Ai-S F2.5
Hoy sabemos el nombre de la protagonista: Sharbat Gula. Y algunas curiosidades más de aquella imagen que ha dado la vuelta al mundo.
La muchacha afgana, una vida desvelada :
Steve McCurry fotografió a "la muchacha afgana" en un campo de refugiados de Pakistán. Tras una intensa búsqueda, el fotógrafo y un equipo de National Geographic la encontraron, desvelando así la identidad de la protagonista de una de las imágenes más célebres de la historia .
Entonces y ahora
De niña fue fotografiada por Steve McCurry en un campo de Pakistán para ilustrar el reportaje sobre los refugiados afganos que la Geographic publicó en junio de 1985.
Steve McCurry
En 2012 era madre de tres hijas
Entre ellas Alia, de un año de edad.
Steve McCurry
La familia de Sharbat Gula
De izquierda a derecha, Zahida –la hija de tres años–, el matrimonio formado por Rahmat Gul y Sharbat Gula, la pequeña Alia y Kashar Khan, hermano de Sharbat.
Steve McCurry
En busca de la muchacha afgana
Para ayudar en la búsqueda, los residentes más antiguos del campo de Nasir Bagh (derecha) hicieron circular la fotografía de McCurry.
Steve McCurry
La verdad está en los ojos
Para verificar que Sharbat Gula era la niña afgana fotografiada por McCurry, Thomas Musheno, inspector forense del FBI, efectuó una comparación facial entre las fotos de finales de 1984 y las tomadas recientemente. «Estoy seguro al cien por cien de que es la misma persona», dijo.
Mark Thiessen
John Daugman
John Daugman, inventor del reconocimiento automático por el iris y profesor de informática en la universidad inglesa de Cambridge, determinó matemáticamente que los ojos pertenecen a una misma persona. Los dibujos del iris, como las huellas dactilares, son únicos y pueden ser utilizados en procesos de identificación.
Alexandra Boulat
Fondo para jóvenes afganas de National Geographic Society
En Afganistán hay muchas mujeres que quieren dar a sus hijas lo mismo que Sharbat Gula: educación. National Geographic Society ha decidido crear un fondo de ayuda, el Fondo para Jóvenes Afganas. La Sociedad trabajará en colaboración con las más acreditadas organizaciones sin ánimo de lucro para desarrollar oportunidades educativas destinadas a las niñas y las jóvenes afganas. Le invitamos a participar enviando un cheque a Afghan Girls Fund, Development Office, National Geographic Society, 1145 17th Street NW, Washington, DC 20036
Steve McCurry
Steve McCurry fotografió a "la muchacha afgana" en un campo de refugiados de Pakistán. Tras una intensa búsqueda, el fotógrafo y un equipo de National Geographic la encontraron, desvelando así la identidad de la protagonista de una de las imágenes más célebres de la historia,
Ella recuerda el momento. El fotógrafo la enfocó y disparó. Recuerda su enfado. Aquel hombre era un desconocido. Nunca la habían fotografiado, y hasta que volvieron a encontrarse diecisiete años más tarde, nadie había vuelto a hacerlo.También el fotógrafo recuerda el momento. Había una luz suave. El campo de refugiados en Pakistán era un océano de tiendas. En el interior de una de ellas, la de la escuela, aquella niña fue lo primero que llamó su atención. Al percibir su timidez, la abordó en último lugar. Ella accedió a posar. «No pensé que su fotografía sería diferente de cualquier otra que había hecho ese día», recuerda de aquella mañana de 1984 que pasó documentando la odisea de los refugiados de Afganistán.
El retrato de Steve McCurry resultó ser una de esas imágenes que llegan al alma, y en junio de 1985 apareció en la portada de esta revista. Sus ojos son verde mar y en su mirada, inquieta e inquietante, se puede leer la tragedia de un país asolado por la guerra. En National Geographic fue bautizada como «la muchacha afgana», y durante diecisiete años nadie supo su nombre.
En enero, un equipo del programa EXPLORER de National Geographic Television&Film acompañó a McCurry hasta Pakistán en busca de la chica de los ojos verdes. Mostraron su fotografía por todo Nasir Bagh, el campo de refugiados aún existente en las inmediaciones de Peshawar donde se había tomado la foto. Una maestra de la escuela dijo conocer su nombre: Alam Bibi. La joven fue localizada en una aldea cercana, pero McCurry determinó que no era ella.Así lo confirmó un hombre que sí conocía a la niña de la foto. En su infancia habían estado juntos en el campo. Dijo que había regresado a Afganistán hacía varios años y que ahora vivía en las montañas cercanas a Tora Bora. Se ofreció a ir a por ella. Tardaron tres días en llegar. El pueblo está a seis horas en coche más otras tres de caminata por una frontera que devora vidas humanas. Cuando McCurry la vio aparecer, se dijo: «Es ella».
Se llama Sharbat Gula, y es una pashto, la más belicosa de las tribus afganas. De los pashto se dice que sólo están en paz cuando hacen la guerra, y en los ojos de Sharbat –en los de entonces y en los de ahora– arde la fiereza. Tiene 28 años, quizá 29, o 30. Nadie, ni siquiera ella, lo sabe con certeza. Los datos fluctúan como la arena en un lugar donde no existen los registros. El tiempo y la adversidad han borrado la juventud de su rostro. Su piel parece de pergamino, las líneas geométricas de su mandíbula se han atenuado, pero sus ojos todavía fulguran. «Ha tenido una vida terrible –dijo McCurry–. Muchos aquí comparten su experiencia.» Revisemos las cifras: 23 años de guerra, 1,5 millones de muertos, 3,5 millones de refugiados. Ésta es la historia de Afganistán en el último cuarto de siglo. Examinemos ahora la fotografía de la joven con ojos verde mar, unos ojos que nos desafían y, sobre todo, nos perturban. No podemos apartar la mirada de ellos.
«No hay una sola familia que no conozca el amargo sabor de la guerra», declaraba un joven comerciante afgano en el reportaje publicado por la Geographic en 1985 con la foto de Sharbat en portada. Era una niña cuando su país cayó en las garras de la invasión soviética. Una oleada de destrucción arrasó múltiples aldeas como la suya. Con seis o siete años vio morir a sus padres bajo las bombas. De día el cielo escupía terror. Por la noche enterraban a los muertos. Y a todas horas la atravesaba el espanto que le producía el ruido de los aviones. «Nos fuimos de Afganistán por los ataques –nos contó Kashar Khan, el hermano mayor, ahondando en la narración de su vida. Es un hombre enjuto, con cara de ave rapaz y ojos penetrantes–. Había rusos por todas partes. Mataban a la gente. No nos dejaron otra opción.» Guiados por su abuela, Kashar y sus cuatro hermanas huyeron a pie hasta Pakistán. Durante una semana caminaron a través de las montañas nevadas, mendigando mantas para calentarse. «Nunca sabías cuándo vendrían los aviones –rememoró–. Nos escondíamos en las cuevas.» El viaje, que empezó con la pérdida de sus padres y un recorrido a pie a través de las montañas, terminó en una tienda de un campo de refugiados, conviviendo con extraños.
Opresión en un campo de refugiados
«A las personas habituadas al medio rural, como Sharbat, les es difícil vivir en el entorno opresivo de un campo de refugiados –explicó Rahimullah Yusufzai, periodista paquistaní que hizo de intérprete para McCurry y el equipo de televisión–. Aquí no hay intimidad. Vives a merced de otras personas.» Peor aún, vives a merced de la política de otros países. «La invasión rusa destrozó nuestras vidas», concluyó el hermano. Ésta es la tragedia actual de Afganistán. Invasión. Resistencia. Invasión. ¿Se cerrará el ciclo algún día? «Cada cambio de gobierno reaviva la esperanza –dijo Yusufzai–. Y cada vez, el pueblo afgano se ha visto traicionado por sus líderes o por unos intrusos que proclamaban ser sus amigos y salvadores.» A mediados de los años noventa, durante un cese de las hostilidades, Sharbat Gula regresó a su aldea natal en la falda de unas montañas tapizadas de nieve. Vivir en este poblado de color tierra, al final de un angosto sendero, significa subsistir, nada más. Hay bancales con cultivos de maíz, trigo y arroz, algunos nogales y un riachuelo que se precipita monte abajo, excepto en épocas de sequía, pero no hay escuela, consultorio médico, carreteras o agua corriente.
Según su propio hermano, nunca ha conocido la felicidad, quizá con la excepción del día de su boda
Así transcurre a grandes rasgos un día en la vida de Sharbat. Se levanta antes del alba y reza sus oraciones. Va a buscar agua al arroyo. Cocina, limpia, hace la colada. Cuida de sus hijas, que son el centro de su existencia. Robina tiene trece años; Zahida, tres; Alia, la pequeña, uno. Una cuarta hija murió en la primera infancia. Según su hermano, nunca ha conocido un instante de felicidad, salvo quizás el día de su boda. Su marido, Rahmat Gul, es un hombre de constitución menuda, con una sonrisa luminosa como un faro al anochecer. Sharbat recuerda haberse casado a los trece años. No, la corrige él, había cumplido los dieciséis. Fue un matrimonio concertado. Rahmat vive en Peshawar (en Afganistán escasea el empleo) y trabaja en una panadería.
Corre con los gastos médicos de la familia; el dólar diario que gana se esfuma como el humo. El asma de su mujer, que no tolera el calor y la polución de Peshawar en verano, limita su estancia en la ciudad junto a su esposo a los meses de invierno. El resto del año vive en las montañas. Yusufzai comentó que a los trece años debió de abrazar el purdah, la vida de reclusión adoptada por muchas mujeres islámicas al llegar a la pubertad. «Dejan de mostrarse en público», dijo. En la calle viste un burka de color morado que la aísla del mundo y de las miradas de cualquier hombre que no sea su marido. «Es una prenda hermosa, no una maldición», puntualizó. Al ser entrevistada, se refugió tras el chal negro que envolvía su rostro, como si al hacerlo intentara evaporarse. Sus ojos despedían ira. No tenía costumbre de someterse a las preguntas de unos extraños.
¿Se había sentido segura alguna vez? «No. Pero se vivía mejor con los talibanes. Al menos había paz y orden.»
¿Llegó a ver su fotografía de niña? «No.»
Sharbat Gula puede escribir su nombre, pero no sabe leer. Abriga la esperanza de dar a sus hijas una educación. «Quiero que mis pequeñas tengan cultura –dijo–. Me hubiera gustado terminar los estudios, pero no pudo ser. Lo sentí mucho cuando tuve que emigrar.» Dice un proverbio afgano que la educación es la luz que ilumina los ojos. A ella le han negado esa luz, y posiblemente también sea demasiado tarde para su hija de trece años, pero las otras dos aún tienen una oportunidad. La reunión de la mujer de los ojos verdes con el fotógrafo estuvo presidida por la reserva. En el universo de las mujeres casadas, la tradición cultural es estricta. No debía mirar, y menos aún sonreír, a ningún hombre que no fuera su esposo. Según McCurry, su rostro se mantuvo inexpresivo. Sharbat no comprende por qué su retrato ha conmovido al mundo de tal modo. Ignora el poder de esos ojos.
¡Pensar que había tan pocas probabilidades! Pocas probabilidades de que estuviera viva. De que lograsen encontrarla. De que hubiera resistido a la adversidad. Sin duda, el espíritu puede llegar a atrofiarse frente a tantas vicisitudes. Le preguntaron cómo había sobrevivido. La respuesta brotó impregnada de una certeza inquebrantable. «Ha sido la voluntad de Dios», dijo Sharbat Gula. Vi sus ojos por el objetivo de la cámara. Siguen siendo los mismos. Tiene la tez curtida, surcada de arrugas, pero esta mujer es tan asombrosa como la niña que fotografié hace 17 años. Entonces y ahora, nos comunicamos a través de la lente. Esta vez le resultó más fácil mirar al objetivo que a mí. Como mujer casada, no debe posar los ojos en un hombre que no sea su marido. Nuestra conversación fue breve, y en ella no afloró emoción alguna. Le expliqué el enorme impacto que ha tenido su fotografía. He recibido cartas de personas de todo el mundo que, inspiradas por aquella imagen, han trabajado como voluntarias en campos de refugiados o realizado tareas humanitarias en Afganistán.
Cuando vio la foto por primera vez, se avergonzó de los agujeros del chal rojo. Dijo que se lo había quemado en unos fogones. Le satisface haber sido fuente de inspiración, pero no creo que la fotografía signifique nada para ella. Lo único que le importa son su marido y sus hijas. Recuerdo el estruendo y la confusión en este campo de refugiados hace 17 años. Sabía que las muchachas afganas, a quienes les faltaban sólo unos años para desaparecer tras el velo tradicional, podían ser reacias a dejarse retratar por un occidental del sexo masculino. Así pues, pedí permiso a la maestra para entrar en la escuela y hacer un reportaje de sus alumnas. Sharbat, la más tímida de todas, dijo que podía fotografiarla, y le disparé varias tomas. Cuando vi la película, me sorprendió el clima de silencio y sosiego que reflejaba. En aquella época los soviéticos llevaban cinco años en suelo afgano, era pues un momento concreto en el tiempo. Sin embargo, la fotografía reflejaba un momento intemporal. Se extendió la idea de que la imagen era emblemática de lo que estaba ocurriendo en Afganistán. Pero mucha gente ignora el contexto histórico de la fotografía, y aun así reacciona ante esa mirada.
Me reconforta saber que aquella muchacha ha sobrevivido y ha logrado forjarse una vida. Espero que el hecho de haberla encontrado sea beneficioso para ella y su familia. Me gustaría que dentro de diez años mire atrás y se alegre de esta circunstancia. Por mi parte, tengo intención de seguir sus pasos el resto de mi vida. El gobierno local va a desmantelar el campo de refugiados para construir una urbanización. Habría resultado imposible localizarla dentro de un año, pues para dar con ella sólo disponíamos de unos contactos en el campo. Afganistán ha pasado las dos últimas décadas en el peor oscurantismo. La reaparición de esta mujer tal vez sea profética, un signo esperanzador. Habrá que esperar para saberlo.
El retrato de Steve McCurry resultó ser una de esas imágenes que llegan al alma, y en junio de 1985 apareció en la portada de esta revista. Sus ojos son verde mar y en su mirada, inquieta e inquietante, se puede leer la tragedia de un país asolado por la guerra. En National Geographic fue bautizada como «la muchacha afgana», y durante diecisiete años nadie supo su nombre.
La joven fue localizada en una aldea cercana, pero McCurry determinó que no era ella.Así lo confirmó un hombre que sí conocía a la niña de la foto. En su infancia habían estado juntos en el campo. Dijo que había regresado a Afganistán hacía varios años y que ahora vivía en las montañas cercanas a Tora Bora. Se ofreció a ir a por ella. Tardaron tres días en llegar. El pueblo está a seis horas en coche más otras tres de caminata por una frontera que devora vidas humanas. Cuando McCurry la vio aparecer, se dijo: «Es ella».
Su piel parece de pergamino, las líneas geométricas de su mandíbula se han atenuado, pero sus ojos todavía fulguran. "Ha tenido una vida terrible", explica el fotógrafo Steve McCurry.
Se llama Sharbat Gula, y es una pashto, la más belicosa de las tribus afganas. De los pashto se dice que sólo están en paz cuando hacen la guerra, y en los ojos de Sharbat –en los de entonces y en los de ahora– arde la fiereza. Tiene 28 años, quizá 29, o 30. Nadie, ni siquiera ella, lo sabe con certeza. Los datos fluctúan como la arena en un lugar donde no existen los registros. El tiempo y la adversidad han borrado la juventud de su rostro. Su piel parece de pergamino, las líneas geométricas de su mandíbula se han atenuado, pero sus ojos todavía fulguran. «Ha tenido una vida terrible –dijo McCurry–. Muchos aquí comparten su experiencia.» Revisemos las cifras: 23 años de guerra, 1,5 millones de muertos, 3,5 millones de refugiados. Ésta es la historia de Afganistán en el último cuarto de siglo. Examinemos ahora la fotografía de la joven con ojos verde mar, unos ojos que nos desafían y, sobre todo, nos perturban. No podemos apartar la mirada de ellos.
«No hay una sola familia que no conozca el amargo sabor de la guerra», declaraba un joven comerciante afgano en el reportaje publicado por la Geographic en 1985 con la foto de Sharbat en portada. Era una niña cuando su país cayó en las garras de la invasión soviética. Una oleada de destrucción arrasó múltiples aldeas como la suya. Con seis o siete años vio morir a sus padres bajo las bombas. De día el cielo escupía terror. Por la noche enterraban a los muertos. Y a todas horas la atravesaba el espanto que le producía el ruido de los aviones. «Nos fuimos de Afganistán por los ataques –nos contó Kashar Khan, el hermano mayor, ahondando en la narración de su vida. Es un hombre enjuto, con cara de ave rapaz y ojos penetrantes–. Había rusos por todas partes. Mataban a la gente. No nos dejaron otra opción.» Guiados por su abuela, Kashar y sus cuatro hermanas huyeron a pie hasta Pakistán. Durante una semana caminaron a través de las montañas nevadas, mendigando mantas para calentarse. «Nunca sabías cuándo vendrían los aviones –rememoró–. Nos escondíamos en las cuevas.» El viaje, que empezó con la pérdida de sus padres y un recorrido a pie a través de las montañas, terminó en una tienda de un campo de refugiados, conviviendo con extraños.
Corre con los gastos médicos de la familia; el dólar diario que gana se esfuma como el humo. El asma de su mujer, que no tolera el calor y la polución de Peshawar en verano, limita su estancia en la ciudad junto a su esposo a los meses de invierno. El resto del año vive en las montañas. Yusufzai comentó que a los trece años debió de abrazar el purdah, la vida de reclusión adoptada por muchas mujeres islámicas al llegar a la pubertad. «Dejan de mostrarse en público», dijo. En la calle viste un burka de color morado que la aísla del mundo y de las miradas de cualquier hombre que no sea su marido. «Es una prenda hermosa, no una maldición», puntualizó. Al ser entrevistada, se refugió tras el chal negro que envolvía su rostro, como si al hacerlo intentara evaporarse. Sus ojos despedían ira. No tenía costumbre de someterse a las preguntas de unos extraños.
¿Se había sentido segura alguna vez? «No. Pero se vivía mejor con los talibanes. Al menos había paz y orden».
Cuando vio la foto por primera vez, se avergonzó de los agujeros del chal rojo. Dijo que se lo había quemado en unos fogones. Le satisface haber sido fuente de inspiración, pero no creo que la fotografía signifique nada para ella. Lo único que le importa son su marido y sus hijas. Recuerdo el estruendo y la confusión en este campo de refugiados hace 17 años. Sabía que las muchachas afganas, a quienes les faltaban sólo unos años para desaparecer tras el velo tradicional, podían ser reacias a dejarse retratar por un occidental del sexo masculino. Así pues, pedí permiso a la maestra para entrar en la escuela y hacer un reportaje de sus alumnas. Sharbat, la más tímida de todas, dijo que podía fotografiarla, y le disparé varias tomas. Cuando vi la película, me sorprendió el clima de silencio y sosiego que reflejaba. En aquella época los soviéticos llevaban cinco años en suelo afgano, era pues un momento concreto en el tiempo. Sin embargo, la fotografía reflejaba un momento intemporal. Se extendió la idea de que la imagen era emblemática de lo que estaba ocurriendo en Afganistán. Pero mucha gente ignora el contexto histórico de la fotografía, y aun así reacciona ante esa mirada.
Me reconforta saber que aquella muchacha ha sobrevivido y ha logrado forjarse una vida. Espero que el hecho de haberla encontrado sea beneficioso para ella y su familia. Me gustaría que dentro de diez años mire atrás y se alegre de esta circunstancia. Por mi parte, tengo intención de seguir sus pasos el resto de mi vida. El gobierno local va a desmantelar el campo de refugiados para construir una urbanización. Habría resultado imposible localizarla dentro de un año, pues para dar con ella sólo disponíamos de unos contactos en el campo. Afganistán ha pasado las dos últimas décadas en el peor oscurantismo. La reaparición de esta mujer tal vez sea profética, un signo esperanzador. Habrá que esperar para saberlo.
La vida de la niña afgana, la refugiada más famosa del mundo
Steve McCurry fotografió a "la muchacha afgana" en un campo de refugiados de Pakistán. Tras una intensa búsqueda, el fotógrafo y un equipo de National Geographic la encontraron 17 años más tarde, desvelando así la identidad de la protagonista de una de las imágenes más célebres de la historia
Ella recuerda el momento. El fotógrafo la enfocó y disparó. Recuerda su enfado. Aquel hombre era un desconocido. Nunca la habían fotografiado, y hasta que volvieron a encontrarse 17 años más tarde, nadie había vuelto a hacerlo.También el fotógrafo recuerda el momento. Había una luz suave. El campo de refugiados en Pakistán era un océano de tiendas. En el interior de una de ellas, la de la escuela, aquella niña fue lo primero que llamó su atención. Al percibir su timidez, la abordó en último lugar. Ella accedió a posar. «No pensé que su fotografía sería diferente de cualquier otra que había hecho ese día», recuerda de aquella mañana de 1984 que pasó documentando la odisea de los refugiados de Afganistán.El retrato de Steve McCurry resultó ser una de esas imágenes que llegan al alma, y en junio de 1985 apareció en la portada de esta revista. Sus ojos son verde mar y en su mirada, inquieta e inquietante, se puede leer la tragedia de un país asolado por la guerra. En National Geographic fue bautizada como «la muchacha afgana», y durante diecisiete años nadie supo su nombre.
Objetivo: localizar a la niña afgana
En enero, un equipo del programa EXPLORER de National Geographic Television&Film acompañó a McCurry hasta Pakistán en busca de la chica de los ojos verdes. Mostraron su fotografía por todo Nasir Bagh, el campo de refugiados aún existente en las inmediaciones de Peshawar donde se había tomado la foto. Una maestra de la escuela dijo conocer su nombre: Alam Bibi.La joven fue localizada en una aldea cercana, pero McCurry determinó que no era ella.Así lo confirmó un hombre que sí conocía a la niña de la foto. En su infancia habían estado juntos en el campo. Dijo que había regresado a Afganistán hacía varios años y que ahora vivía en las montañas cercanas a Tora Bora. Se ofreció a ir a por ella. Tardaron tres días en llegar. El pueblo está a seis horas en coche más otras tres de caminata por una frontera que devora vidas humanas. Cuando McCurry la vio aparecer, se dijo: «Es ella».
Su piel parece de pergamino, las líneas geométricas de su mandíbula se han atenuado, pero sus ojos todavía fulguran. "Ha tenido una vida terrible", explica el fotógrafo Steve McCurry.
Se llama Sharbat Gula, y es una pashto, la más belicosa de las tribus afganas. De los pashto se dice que sólo están en paz cuando hacen la guerra, y en los ojos de Sharbat –en los de entonces y en los de ahora– arde la fiereza. Tiene 28 años, quizá 29, o 30. Nadie, ni siquiera ella, lo sabe con certeza. Los datos fluctúan como la arena en un lugar donde no existen los registros. El tiempo y la adversidad han borrado la juventud de su rostro. Su piel parece de pergamino, las líneas geométricas de su mandíbula se han atenuado, pero sus ojos todavía fulguran. «Ha tenido una vida terrible –dijo McCurry–. Muchos aquí comparten su experiencia.» Revisemos las cifras: 23 años de guerra, 1,5 millones de muertos, 3,5 millones de refugiados. Ésta es la historia de Afganistán en el último cuarto de siglo. Examinemos ahora la fotografía de la joven con ojos verde mar, unos ojos que nos desafían y, sobre todo, nos perturban. No podemos apartar la mirada de ellos.
«No hay una sola familia que no conozca el amargo sabor de la guerra», declaraba un joven comerciante afgano en el reportaje publicado por la Geographic en 1985 con la foto de Sharbat en portada. Era una niña cuando su país cayó en las garras de la invasión soviética. Una oleada de destrucción arrasó múltiples aldeas como la suya. Con seis o siete años vio morir a sus padres bajo las bombas. De día el cielo escupía terror. Por la noche enterraban a los muertos. Y a todas horas la atravesaba el espanto que le producía el ruido de los aviones. «Nos fuimos de Afganistán por los ataques –nos contó Kashar Khan, el hermano mayor, ahondando en la narración de su vida. Es un hombre enjuto, con cara de ave rapaz y ojos penetrantes–. Había rusos por todas partes. Mataban a la gente. No nos dejaron otra opción.» Guiados por su abuela, Kashar y sus cuatro hermanas huyeron a pie hasta Pakistán. Durante una semana caminaron a través de las montañas nevadas, mendigando mantas para calentarse. «Nunca sabías cuándo vendrían los aviones –rememoró–. Nos escondíamos en las cuevas.» El viaje, que empezó con la pérdida de sus padres y un recorrido a pie a través de las montañas, terminó en una tienda de un campo de refugiados, conviviendo con extraños.
Opresión en un campo de refugiados
«A las personas habituadas al medio rural, como Sharbat, les es difícil vivir en el entorno opresivo de un campo de refugiados –explicó Rahimullah Yusufzai, periodista paquistaní que hizo de intérprete para McCurry y el equipo de televisión–. Aquí no hay intimidad. Vives a merced de otras personas.» Peor aún, vives a merced de la política de otros países. «La invasión rusa destrozó nuestras vidas», concluyó el hermano. Ésta es la tragedia actual de Afganistán. Invasión. Resistencia. Invasión. ¿Se cerrará el ciclo algún día? «Cada cambio de gobierno reaviva la esperanza –dijo Yusufzai–. Y cada vez, el pueblo afgano se ha visto traicionado por sus líderes o por unos intrusos que proclamaban ser sus amigos y salvadores.» A mediados de los años noventa, durante un cese de las hostilidades, Sharbat Gula regresó a su aldea natal en la falda de unas montañas tapizadas de nieve. Vivir en este poblado de color tierra, al final de un angosto sendero, significa subsistir, nada más. Hay bancales con cultivos de maíz, trigo y arroz, algunos nogales y un riachuelo que se precipita monte abajo, excepto en épocas de sequía, pero no hay escuela, consultorio médico, carreteras o agua corriente.Según su propio hermano, nunca ha conocido la felicidad, quizá con la excepción del día de su bodaAsí transcurre a grandes rasgos un día en la vida de Sharbat. Se levanta antes del alba y reza sus oraciones. Va a buscar agua al arroyo. Cocina, limpia, hace la colada. Cuida de sus hijas, que son el centro de su existencia. Robina tiene trece años; Zahida, tres; Alia, la pequeña, uno. Una cuarta hija murió en la primera infancia. Según su hermano, nunca ha conocido un instante de felicidad, salvo quizás el día de su boda. Su marido, Rahmat Gul, es un hombre de constitución menuda, con una sonrisa luminosa como un faro al anochecer. Sharbat recuerda haberse casado a los trece años. No, la corrige él, había cumplido los dieciséis. Fue un matrimonio concertado. Rahmat vive en Peshawar (en Afganistán escasea el empleo) y trabaja en una panadería.
Corre con los gastos médicos de la familia; el dólar diario que gana se esfuma como el humo. El asma de su mujer, que no tolera el calor y la polución de Peshawar en verano, limita su estancia en la ciudad junto a su esposo a los meses de invierno. El resto del año vive en las montañas. Yusufzai comentó que a los trece años debió de abrazar el purdah, la vida de reclusión adoptada por muchas mujeres islámicas al llegar a la pubertad. «Dejan de mostrarse en público», dijo. En la calle viste un burka de color morado que la aísla del mundo y de las miradas de cualquier hombre que no sea su marido. «Es una prenda hermosa, no una maldición», puntualizó. Al ser entrevistada, se refugió tras el chal negro que envolvía su rostro, como si al hacerlo intentara evaporarse. Sus ojos despedían ira. No tenía costumbre de someterse a las preguntas de unos extraños.
¿Se había sentido segura alguna vez? «No. Pero se vivía mejor con los talibanes. Al menos había paz y orden».
¿Llegó a ver su fotografía de niña? «No».Sharbat Gula puede escribir su nombre, pero no sabe leer. Abriga la esperanza de dar a sus hijas una educación. «Quiero que mis pequeñas tengan cultura –dijo–. Me hubiera gustado terminar los estudios, pero no pudo ser. Lo sentí mucho cuando tuve que emigrar.» Dice un proverbio afgano que la educación es la luz que ilumina los ojos. A ella le han negado esa luz, y posiblemente también sea demasiado tarde para su hija de trece años, pero las otras dos aún tienen una oportunidad. La reunión de la mujer de los ojos verdes con el fotógrafo estuvo presidida por la reserva. En el universo de las mujeres casadas, la tradición cultural es estricta. No debía mirar, y menos aún sonreír, a ningún hombre que no fuera su esposo. Según McCurry, su rostro se mantuvo inexpresivo. Sharbat no comprende por qué su retrato ha conmovido al mundo de tal modo. Ignora el poder de esos ojos.
Espíritu de supervivencia
¡Pensar que había tan pocas probabilidades! Pocas probabilidades de que estuviera viva. De que lograsen encontrarla. De que hubiera resistido a la adversidad. Sin duda, el espíritu puede llegar a atrofiarse frente a tantas vicisitudes. Le preguntaron cómo había sobrevivido. La respuesta brotó impregnada de una certeza inquebrantable. «Ha sido la voluntad de Dios», dijo Sharbat Gula. Vi sus ojos por el objetivo de la cámara. Siguen siendo los mismos. Tiene la tez curtida, surcada de arrugas, pero esta mujer es tan asombrosa como la niña que fotografié hace 17 años. Entonces y ahora, nos comunicamos a través de la lente. Esta vez le resultó más fácil mirar al objetivo que a mí. Como mujer casada, no debe posar los ojos en un hombre que no sea su marido. Nuestra conversación fue breve, y en ella no afloró emoción alguna. Le expliqué el enorme impacto que ha tenido su fotografía. He recibido cartas de personas de todo el mundo que, inspiradas por aquella imagen, han trabajado como voluntarias en campos de refugiados o realizado tareas humanitarias en Afganistán.Cuando vio la foto por primera vez, se avergonzó de los agujeros del chal rojo. Dijo que se lo había quemado en unos fogones. Le satisface haber sido fuente de inspiración, pero no creo que la fotografía signifique nada para ella. Lo único que le importa son su marido y sus hijas. Recuerdo el estruendo y la confusión en este campo de refugiados hace 17 años. Sabía que las muchachas afganas, a quienes les faltaban sólo unos años para desaparecer tras el velo tradicional, podían ser reacias a dejarse retratar por un occidental del sexo masculino. Así pues, pedí permiso a la maestra para entrar en la escuela y hacer un reportaje de sus alumnas. Sharbat, la más tímida de todas, dijo que podía fotografiarla, y le disparé varias tomas. Cuando vi la película, me sorprendió el clima de silencio y sosiego que reflejaba. En aquella época los soviéticos llevaban cinco años en suelo afgano, era pues un momento concreto en el tiempo. Sin embargo, la fotografía reflejaba un momento intemporal. Se extendió la idea de que la imagen era emblemática de lo que estaba ocurriendo en Afganistán. Pero mucha gente ignora el contexto histórico de la fotografía, y aun así reacciona ante esa mirada.
Me reconforta saber que aquella muchacha ha sobrevivido y ha logrado forjarse una vida. Espero que el hecho de haberla encontrado sea beneficioso para ella y su familia. Me gustaría que dentro de diez años mire atrás y se alegre de esta circunstancia. Por mi parte, tengo intención de seguir sus pasos el resto de mi vida. El gobierno local va a desmantelar el campo de refugiados para construir una urbanización. Habría resultado imposible localizarla dentro de un año, pues para dar con ella sólo disponíamos de unos contactos en el campo. Afganistán ha pasado las dos últimas décadas en el peor oscurantismo. La reaparición de esta mujer tal vez sea profética, un signo esperanzador. Habrá que esperar para saberlo.
Día Mundial de los Refugiados, 20 de junio
https://www.un.org/es/events/refugeeday/https://www.un.org/es/events/refugeeday/messages.shtml
Una llamada a la solidaridad
https://www.un.org/es/events/refugeeday/
ACNUR en Colombia, ayuda a los venezolanos
El centro de recepción de ACNUR en la ciudad colombiana de Maicao da albergue temporal a cientos de refugiados y migrantes venezolanos, como Darlys y sus dos hijos.
En torno a 70,8 millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares. Sin duda una cifra sin precedentes. Entre ellas hay casi 25,9 millones de personas refugiadas, más de la mitad menores de 18 años.
Además, se estima que hay 10 millones de personas apátridas a quienes se les ha negado una nacionalidad y acceso a derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de movimiento.
En la actualidad, en todo el mundo, cada dos segundos una persona se ve obligada a desplazarse como resultado de los conflictos y la persecución. El trabajo de ACNUR, el organismo de las Naciones Unidas para los refugiados, es más necesario que nunca.
En junio de 2016, ACNUR lanzó la campaña #ConLosRefugiados para pedir a los gobiernos que colaboraran y cumplieran con su deber en relación a las millones de personas que precisaban ser acogidas.
En el Día Mundial de los Refugiados, que se celebra cada 20 de junio, conmemoramos su fuerza, valor y perseverancia. Esta celebración nos brinda la oportunidad de mostrar nuestro apoyo a las familias que se han visto obligadas a huir.
Da un paso más #ConLosRefugiados
En todo el mundo, comunidades locales, escuelas, empresas, grupos religiosos y personas de todas las edades y de toda condición están dando pequeños y grandes pasos en solidaridad con las personas refugiadas. En este Día Mundial del Refugiado, invitamos a todo el mundo al reto de dar un paso más con los refugiados.
¡Anímate y participa con ACNUR recorriendo la misma distancia que recorren los refugiados cada año para salvar sus vidas.Esta mujer con su hijo en brazos en el centro de tránsito de Kavimvira, en la provincia de Kivu(República Democráctica del Congo) se encuentra entre los cientos de refugiados de Burundi, que buscan ayuda y protección.
https://www.un.org/es/events/refugeeday/messages.shtml
Antecedentes
Como una expresión de solidaridad con África, continente que alberga a la mayoría de los refugiados del mundo, la Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptó la resolución 55/76 el 4 de diciembre de 2000, en la que declaraba el 20 de junio Día Mundial del Refugiado, haciéndolo coincidir así con el aniversario de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 .
Los refugiados y desplazados forzosos
Cada minuto, veinticuatro personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror.Hay varios tipos de personas desplazadas por la fuerza. Pero todos tienen algo en común:
- Refugiados Los refugiados son nuestra principal prioridad y nos preocupamos por ellos en todos los rincones del mundo.
- Solicitantes de Asilo Solicitante de asilo es quien solicita el reconocimiento de la condición de refugiado y cuya solicitud todavía no ha sido evaluada en forma definitiva. En promedio, alrededor de 1 millón de personas solicitan asilo de forma individual cada año.
- Desplazados Internos Las personas desplazadas internas no han cruzado las fronteras de sus países para buscar la seguridad. A diferencia de los refugiados, su huida se da dentro de su propio país. Si bien pueden haber huido por razones similares a las de los refugiados, los desplazados internos permanecen bajo la protección de su gobierno, aun en los casos en que el mismo gobierno se convierte en una de las causas de su huida. Como resultado, son de las personas más vulnerables del mundo.
- Apátridas Las personas apátridas no tienen una nacionalidad y pueden tener dificultades para acceder a derechos humanos básicos. Millones de personas alrededor del mundo se encuentran atrapadas en un limbo jurídico y no son consideradas como nacionales por ningún país afectando el disfrute de sus derechos básicos.
- Retornados Los retornados, o repatriados, son los que consiguen volver a casa, la mejor solución duradera. El regreso a casa concluye un tiempo a menudo traumático en el exilio. Puede pasar meses, años o incluso décadas después de que tuvieran que huir, y en ocasiones no llega a suceder del todo.
https://www.un.org/es/events/refugeeday/messages.shtml
Mensaje del Secretario General
Huir en busca de paz
En este Día Mundial de los Refugiados, pienso en los más de 70 millones de mujeres, niños y hombres, tanto refugiados como desplazados internos, que se han visto obligados a huir de la guerra, los conflictos y la persecución.
Es una cifra pasmosa: el doble de la de hace 20 años.
La mayoría de los desplazados forzosos proceden de un puñado de países: Siria, el Afganistán, Sudán del Sur, Myanmar y Somalia; en los últimos 18 meses, millones más han huido de Venezuela.
Quiero destacar la humanidad de los países que acogen a refugiados incluso cuando tienen dificultades económicas y problemas de seguridad.
Debemos igualar esa hospitalidad con desarrollo e inversión.
Es lamentable que no todos sigan su ejemplo. Debemos restablecer la integridad del régimen internacional de protección.
El Pacto Mundial sobre los Refugiados, que se aprobó en diciembre pasado, sirve de guía en la respuesta contemporánea para los refugiados.
Lo que los refugiados necesitan con más urgencia es paz.
Millones de personas en todo el mundo se han unido a la campaña del ACNUR por el Día Mundial de los Refugiados y están dando pequeños y grandes pasos en solidaridad con los refugiados. ¿Darías tú también un paso más con ellos?
Gracias.
António Guterres
https://www.un.org/es/events/refugeeday/Naciones Unidas
A/RES/55/76
Asamblea General
Distr. general 12 de febrero de 2001
Quincuagésimo quinto período de sesiones Tema 109 del programa 00 56398
Resolución aprobada por la Asamblea General
[sobre la base del informe de la Tercera Comisión (A/55/597)]
55/76. Cincuentenario de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y Día Mundial de los Refugiados
La Asamblea General
1. Encomia a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados por su dirección y coordinación de la acción internacional en favor de los refugiados y reconoce la infatigable labor que ha realizado para dar protección y asistencia internacionales a los refugiados y otras personas de las que se ocupa y promover soluciones duraderas para sus problemas durante los últimos 50 años;
2. Rinde homenaje a la dedicación de los trabajadores humanitarios de las Naciones Unidas, al personal asociado y al personal de la Oficina del Alto Comisionado sobre el terreno, incluido el personal local, que arriesgan sus vidas en el cumplimiento de su deber;
3. Reafirma su apoyo a las actividades que la Oficina del Alto Comisionado lleva a cabo, de conformidad con las resoluciones de la Asamblea General en la materia, en favor de los repatriados, los apátridas y los desplazados internos;
4. Toma nota del papel crucial que cabe a la colaboración con los gobiernos y las organizaciones internacionales, regionales y no gubernamentales, así como de la participación de los refugiados en las decisiones que afectan a sus vidas;
5. Reconoce que, con sus actividades en favor de los refugiados y otras personas de las que se ocupa, la Oficina del Alto Comisionado también contribuye a promover los propósitos y principios de las Naciones Unidas, en especial los relacionados con la paz, los derechos humanos y el desarrollo;
6. Toma nota de que en el año 2001 se cumple el cincuentenario de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 19511 , en la que se enuncian los conceptos fundamentales para la protección internacional de los refugiados;
7. Toma nota también de que la Organización de la Unidad Africana ha convenido en que la celebración de un día internacional de los refugiados podría coincidir con la del Día de los Refugiados en África, que se observa el 20 de junio; 8. Decide que, a partir del año 2001, el día 20 de junio sea el Día Mundial de los Refugiados. 81a. sesión plenaria 4 de diciembre de 2000.
https://undocs.org/es/A/RES/55/76
Día Mundial de los Refugiados, 20 de junio
National Geographic
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
2 comentarios:
No debe nada tan doloroso q d un instante a otro te encuentres mirando el cielo sabiendote un Apatrida.sin salida.sin proyecto.sin refugio y con familia.un horror...
En la actualidad, en todo el mundo, cada dos segundos una persona se ve obligada a desplazarse como resultado de los conflictos y la persecución. El trabajo de ACNUR, el organismo de las Naciones Unidas para los refugiados, es más necesario que nunca.
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