Los obeliscos, representación de los rayos del dios solar Re, se alzaban en templos y tumbas de todo Egipto. Su construcción y traslado constituía una obra titánica que implicaba a cientos de personas
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Antiguo Egipto
Los obeliscos se utilizaron de manera prominente en el Antiguo Egipto. Tallados en un solo bloque de piedra, generalmente se colocaban por pares a la entrada de los templos, junto a los pilonos. Durante la breve reforma religiosa de Akenatón se consideraban como rayos petrificados de Atón, el disco solar.
La mayoría de los obeliscos procedían de las canteras de granito de Asuán. Actualmente se conocen más de treinta obeliscos egipcios terminados y uno inacabado (hallado en dicha cantera).
Muchos obeliscos egipcios fueron llevados a Roma, la capital del imperio dominante. Posteriormente, otros imperios de occidente también se llevaron obeliscos egipcios para erigirlos en sus capitales, como es el caso del erigido en la Plaza de la Concordia en París.
Estas son las ubicaciones de los obeliscos más conocidos del Antiguo Egipto:
- Egipto
- Faraón Sesostris I, en Heliópolis, El Cairo (20,4 m)
- Faraón Sesostris I, Cocodrilópolis, El Fayum (12,9 m)
- Faraón Tutmosis I, Templo de Karnak, Luxor (19,5 m)
- Faraón Hatshepsut, en el Templo de Karnak, Luxor (29,5 m)
- Faraón Tutmosis III, en Heliópolis, actualmente en Londres y Nueva York.
- Faraón Tutmosis III, en el Templo de Karnak, actualmente uno en Estambul.
- Faraón Ramsés II, Templo de Luxor, Luxor (25 m). Su pareja está en París.
- Faraón Ramsés II, Heliópolis, aeropuerto (17 m)
- Faraón Ramsés II, Jardín Al-Andalus, El Cairo (13,9 m)
- Faraón Seti II, Templo de Karnak, Luxor (apr. 2 m)
- Faraón Ramsés III, Museo de Luxor, Luxor (0,96 m)
No hay duda de que las construcciones que identifican mejor el paisaje del antiguo Egipto son las pirámides y los obeliscos. De hecho, se trata de monumentos de naturaleza muy similar. Ambos estaban pensados para impresionar por su altura y durar eternamente; su construcción requería una inversión extraordinaria en mano de obra y exigía un vasto despliegue de ingeniería; y estaban cargados de símbolos y mensajes religiosos y políticos. Los europeos quedaron fascinados por las pirámides y los obeliscos, pero estos últimos tenían la ventaja de ser «transportables». Con ello, la rapiña de los occidentales y la liberalidad de algunos gobernantes egipcios permitieron que diversos obeliscos acabasen como adorno de parques y plazas en Roma, Londres, París, Nueva York o Estambul.
FOTO: BEAUX-ARTS DE PARÍS / RMN-GRAND PALAIS
Foto: BEAUX-ARTS DE PARÍS / RMN-GRAND PALAIS
Este grabado de Jean-Nicolas Huyot muestra de forma idealizada el levantamiento de un obelisco mediante una rampa de arena. Foto: BEAUX-ARTS DE PARÍS / RMN-GRAND PALAIS
El término «obelisco» procede del griego obelískos, diminutivo a su vez de obelós, «asta o columna apuntada». Los antiguos egipcios los llamaban tejen. Los obeliscos son pilares monolíticos –fabricados en un solo bloque de piedra–, de cuatro lados, y su forma es troncopiramidal, es decir, se estrechan ligeramente desde la base hasta la cúspide. Su origen es el mismo que el de las pirámides; no por casualidad estaban coronados por una pequeña pirámide o piramidión, llamada por los egipcios benben. Ésta es una representación estilizada de la colina primigenia de la mitología egipcia, el montículo que surgió durante el nacimiento del mundo y en el que se crearon los dioses y los seres vivos cuando aún no existía nada. Esta leyenda se desarrolló en la ciudad de Heliópolis, donde se veneraba al Sol y se rendía culto a la piedra benben desde el período Tinita (3065-2686 a.C.).
Quizás en su origen esta piedra fue un meteorito caído del cielo, que adquirió carácter sagrado porque provenía de la esfera de los dioses. En los Textos de las pirámides, el jeroglífico que representa al benben es un piramidión completo o truncado, una escalera doble o sencilla, o un promontorio de borde redondeado; en todos los casos aparece como un elemento que se eleva de la tierra al cielo y que sirve de conexión entre ambos mundos. El benben simbolizaba el proceso por el cual los rayos solares, que dan la vida, caen sobre la tierra y la fertilizan. Por ello, en el piramidión se inscribían símbolos solares y figuras del rey protegido por el dios solar Re o Amón-Re.
El término «obelisco» procede del griego obelískos, diminutivo a su vez de obelós, «asta o columna apuntada». Los antiguos egipcios los llamaban tejen.
EL OBELISCO DE TEODOSIO
El Obelisco de Teodosio
El Obelisco de Teodosio, conocido en turco como Dikilitaş, fue erigido por vez primera por Tutmosis III al sur del séptimo pilono del gran templo de Karnak y re-erigido en el hipódromo de Constantinopla -hoy Estambul- por el emperador romano Teodosio I.
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Éste es el único obelisco que aún queda en pie ante el pilono de entrada del templo de Luxor. Su hermano fue llevado a París en 1834. Ambos fueron erigidos por Ramsés II. Foto: Yann Arthus-Bertrand / CORBIS / Cordon Press.
TEMPLOS SOLARES Y OBELISCOS
Según las fuentes antiguas, algunos obeliscos estuvieron cubiertos de oro o de una aleación de oro y plata, el electro–como el de Tutmosis III, según hemos visto–. Con todo, lo más probable es que simplemente se forrara el piramidión que lo coronaba con chapa de oro. El uso de este metal se debe a su perdurabilidad y a su relación con los dioses, cuya carne, según los egipcios, estaba hecha de esta materia. El oro, además, tenía una relación especial con el sol, del color de este metal, cuyos rayos propiciaban e impulsaban la vida en la tierra.
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Tutmosis III, el constructor. El faraón hizo erigir varios obeliscos en Karnak. Dos de ellos salieron de Egipto ya en la Antigüedad: a Roma y a Constantinopla. Foto: Erich Lessing / ALBUM
El material más usado fue el granito rojo o rosado de Asuán, en la primera catarata, también vinculado al Sol por su color. Los obeliscos estuvieron presentes a lo largo de toda la historia de
, desde el Imperio Antiguo hasta el fin de la civilización egipcia, aunque no tuvieron siempre las mismas características.
Estos edificios pueden considerarse como antecedentes del obelisco, dado que tienen una forma muy similar aunque no tan esbelta, y en lugar de estar realizados en un solo bloque de piedra estaban construidos con bloques cubiertos de piedra caliza blanca. Más tarde, en la dinastía VI, el rey Teti ordenó levantar en el templo de Heliópolis un pequeño obelisco, éste sí de piedra, pero de apenas tres metros de altura. Pepi I, por su parte, adornó la pirámide de su esposa, la reina Inenek-inti, con otro ejemplar.
Durante los imperios Antiguo y Medio, Heliópolis fue el gran centro de culto al dios solar Re, y por ello fue allí donde se construyeron principalmente los obeliscos. Por ejemplo, Sesostris I hizo levantar dos obeliscos de 20 metros de altura. Al mismo faraón se debe el curioso obelisco-estela de granito rojo que se alzaba en Abgig, en el oasis de El Fayum, de algo más de doce metros de altura. Se distingue por su extremo superior redondeado, en lugar del tradicional piramidión, aunque el simbolismo es idéntico.
Ra es el dios del Sol y del origen de la vida en la mitología egipcia. Ra es el símbolo de la luz solar, creador de vida,1 y responsable del ciclo de la muerte y la resurrección.
Dios que representa el sol del mediodía, en su máximo esplendor. En los primeros tiempos era la figura más importante del Mundo Inferior;2 se decía que cada noche viajaba por él bajo la forma de Auf-Ra, el sol poniente.
Para viajar por el cielo se creía que lo hacía en barca de Oriente a Occidente en un viaje de 24 horas; de día era una barca conocida como "Mandjet"; por la noche viaja en una barcaza pequeña llamada "Mensenktet";3 según los momentos del viaje, se manifestaba en tres entidades diferentes: al amanecer era Jepri; al mediodía, Horajti y al anochecer, Atum.
AGUJAS DE PIEDRA PARA EL DIOS AMÓN
En tiempos del Imperio Nuevo, Tebas se convirtió en centro de adoración del dios Amón-Re, que reunía características del dios solar Re y del dios tebano Amón. Por esta razón se levantaron allí numerosos obeliscos, sobre todo en el templo de Amón-Re en Karnak y, en menor medida, en el de Luxor. De hecho, el Imperio Nuevo fue el período álgido de la construcción de obeliscos, en el que se crearon los más bellos y altos, realizados con los materiales más diversos: granito, cuarcita, caliza, grauvaca... Su silueta aparece en papiros, relieves, pinturas, y hasta en amuletos y joyas.
Los obeliscos se erigían en los templos como un modo de señalar un lugar «sagrado». Solían disponerse por parejas ante los pilonos que flanqueaban las puertas de los recintos sagrados. De esta forma se manifestaba el aspecto dual del dios Re como el Sol y la Luna, pues los egipcios creían que el satélite era el aspecto nocturno del astro rey.
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La aguja de Tutmosis I. El rey levantó varios obeliscos en Karnak, aunque hoy sólo queda éste en pie, ante el tercer pilono, de 23 m de alto y 143 toneladas. Foto: Sandra von Stein / Getty Images.
En el templo de Karnak, Tutmosis I erigió la primera pareja de obeliscos, de los cuales sólo uno se conserva en pie. En el mismo templo le siguieron dos más de Tutmosis II, dos de Hatshepsut (uno de los cuales yace junto al lago sagrado del templo) y tres de Tutmosis III. Uno de estos últimos debió de alcanzar originalmente los 33 metros, lo que lo convierte en el más alto de los que aún se conservan en pie. Más tarde, Tutmosis IV erigió otro, al igual que Seti I, aunque el de este rey era de menor tamaño. Por su parte, Ramsés II hizo colocar un par de nuevos obeliscos ante la entrada del recién construido templo de Luxor; uno de ellos fue trasladado a Europa en 1834 y preside hoy día la plaza de la Concordia de París. El mismo Ramsés ordenó levantar otros obeliscos para las ciudades norteñas de Heliópolis y Pi Ramsés.
No se puede dejar de mencionar el famoso obelisco que no llegó a ser erigido porque se fracturó en la cantera de Asuán mientras los obreros estaban tallándolo. No se sabe con exactitud qué faraón ordenó la obra, pero sí que, de haber tenido éxito, con sus casi 42 metros de altura y un peso de 1.168 toneladas se habría convertido en el obelisco más alto e imponente de Egipto. Constituye una prueba elocuente del titánico esfuerzo que suponía tallar estos enormes bloques de piedra de una sola pieza, para luego trasladarlos mediante rampas y trineos hasta el Nilo, transportarlos en barco y colocarlos en su destino final, con un impresionante derroche de energía física, capacidad técnica y pericia artística por parte de quienes grababan las inscripciones.
OBELISCOS PARA TODO EL MUNDO
No todos los obeliscos de Egipto eran obra de los faraones ni tenían las proporciones monumentales de los que se alzaron en el templo de Karnak.También había obeliscos «privados» de menor tamaño, que fueron colocados en tumbas particulares. Para su construcción se requería la autorización expresa del monarca, pues éste tenía el monopolio sobre la piedra y sólo la entregaba como regalo o recompensa a un individuo concreto.
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La parte superior del obelisco es de granito y mide 2,5 metros de largo. Este fragmento ha sido excavado en el complejo funerario de la reina Anjesenpepi II en la necrópolis de Saqqara. Foto: Ministry of Antiquities of Egypt.
Estos obeliscos, que ya se fabricaban bajo la dinastía VI, eran más toscos, mucho más pequeños –menos de un metro de altura– y más imperfectos que los que construían los faraones. Se disponían en parejas a la entrada del enterramiento o ante la mesa de ofrendas, formando parte de un rito funerario, y servían no sólo para rendir homenaje al dios Sol, sino también para proporcionar y garantizar el bienestar del difunto a través de la magia de la divinidad.
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